La inauguración en 1910 del Ferrocarril Provincial creó un fuerte sentido de pertenencia social en Meridiano V, uno de los barrios con más historia de la ciudad de las diagonales. Décadas más tarde, la última dictadura militar puso en marcha un plan sistemático de ataque a los ferrocarriles nacionales y clausuró “El Provincial”. Dicho plan encontró su continuación durante el menemismo bajo el lema “Ramal que para, ramal que cierra”, pero los vecinos del barrio (en muchos casos descendientes de los primeros ferroviarios) decidieron hacerle frente al clima neoliberal y crear una asociación para recuperar la Estación.
Así fue como fundaron el Centro Cultural Estación Provincial. Agrupados con el fin de preservar la identidad del barrio, transformaron el edificio abandonado en lo que hoy en día es un faro de la cultura platense.
¿Qué puede un territorio? ¿Los espacios proponen un lenguaje? ¿Cómo atravesar la pátina con la que el ritmo de la vida cotidiana enmascara las cosas, incluída nuestra capacidad de sorprendernos? ¿Qué hacemos para recordar y cómo recordamos? ¿Cómo volvemos a mirar? Todas estas parecerían ser preguntas que se hace la escena artística contemporánea, en la que la apuesta a pensar la ciudad como escenario es cada vez más fuerte.
Brai Kobla, dramaturgo y director berissense, se para en estas preguntas y contesta con otras en Abrir los ojos destruir el mundo, obra de su autoría que tiene lugar en la Estación Provincial de Meridiano V.
El espacio y sus derivas en el lenguaje escénico juegan un papel importantísimo en su poética. Durante la pandemia montó Mi parte es todo, obra que tuvo lugar en una plaza platense. Allí la acción transcurría en código, en una suerte de secreto susurrado a un público que intentaba descifrar quiénes eran los actuantes entre todas las personas que estaban, al mismo tiempo, habitando la plaza. El formato original de la obra la llevó a ser una de las únicas sucediendo en Argentina durante ese período, y le significó a Kobla la posibilidad de proyectar su trabajo hacia el viejo continente.
De este lado del charco, Brai recuerda cuál fue el chispazo que le cautivó y le impulsó al juego escénico. Aparecen, en principio, dos gestos: el de acompañar a su mamá (fanática de los musicales) a Buenos Aires a ver espectáculos ーel énfasis puesto en la acción de ir hacia ese lugar, atravesar la puerta y entrar en ese espacio otro, misterioso, en el que sucedían cosas extraordinariasー y la primera vez que vio una obra capaz de “crear un idioma propio y darte la llave para ingresar en él”: se trataba de Cachetazo de campo, de Federico León, quien había llevado la puesta a La Fabriquera, trinchera cultural platense que funcionó a principios de la década de los dos mil.
“Dónde lo hacés, cómo lo hacés, qué estás discutiendo cuando lo hacés y qué decisiones tomás respecto a las formas de producción. Todas esas preguntas se reflejan en el lenguaje de cada obra”, reflexiona Kobla entre mate y mate.
La instancia de ensayo interviene y dialoga con la dramaturgia. Brai prefiere estar permeable para que la singularidad del espacio y las personas que integran el proyecto, el gustito de lo vivo, de lo que acontece aquí y ahora, pueda ingresar en la escritura. En este gesto funda un universo propio y le brinda al público la llave para que pueda entrar a vivenciar ese misterio.
Abrir los ojos destruir el mundo se construye en y con la Estación, con su historia y con su gente. Se trata de una ficción dentro de la ficción en la que veinte personas (actuantes, músicos y técnicos) se reúnen a montar un espectáculo y se encuentran con las dificultades que conlleva esa búsqueda en un nuevo escenario neoliberal.
Discutir con el contexto y “no hacer las obras para las mismas personas de siempre”, crear en diálogo con el barrio, llegar a gente que quizás no iría a ver esas puestas, diversificar el público y dejar de hacer teatro para personas que comparten una misma ideología es una de las grandes inquietudes de Kobla. “Es una obra bastante anti teatral, en la que prima el gesto comunitario en un momento en que nos quieren hacer creer que lo colectivo ya fue”, dice.
Brai encontró la forma de conjugar lo que parece imposible para muchas personas que quieren dedicarse al arte: logró que su “trabajo común” no consuma el tiempo de su práctica artística. Su empleo en la morgue judicial le da libertad para crear en la escena. “El teatro no me paga el alquiler”, afirma con una sonrisa.
Así, con la independencia que tiene quien puede lanzarse a jugar y explorar, la propuesta de Abrir los ojos destruir al mundo es la de ocupar todos los lugares que las convenciones teatrales marcan como “incorrectos”. Hay quince personas en escena que podrían generar mucho despliegue físico y mucho ruido (algo esperable para un elenco tan grande, una rareza en el teatro independiente) pero no lo hacen. Es una especie de comunidad impotente, una comunidad que no puede tomar decisiones ni elegir a sus líderes.
En un momento en el que todo tiene que ser efectivo, los teatros tienen que llenarse y no puede haber espacio para el silencio, para las duraciones y las permanencias, Abrir los ojos destruir el mundo decide desplegarse con una temporalidad propia. Así se entrega al presente, a la pregunta, a ver qué sucede y qué se genera entre todas las personas que hacen la obra, qué lenguaje único (y qué llave para ingresar en él) aparece al crear en un lugar tan singular como la Estación.