La novela empieza con una revelación: Sin Aliento, uno de los personajes, recuerda el momento exacto en el que entendió qué era ser invisible pero la erudición engaña y ese recuerdo revelado no la calma.
Sin Aliento no está calmada y quien está leyendo la novela de Averbach, tampoco. La calma no gobierna el latido de Los invisibles, lo gobierna el acecho, la tensión constante del acecho. En el mundo de Sin Aliento, una mujer de veinte años que vive en Barrio de Barro, dentro de la burbuja de la Gan Soledad, las lágrimas están prohibidas y las palabras se pierden.
Sin Aliento sabe que en primavera el agua se enfurece, que en Fabricaciones los invisibles aprenden lo necesario para trabajar en los talleres (después solo se trata de repetirlo infinitas veces durante años) y que hay que respetar las reglas que le explicó su mamá: “si nos ven, hay dolor”, “si nos ven, hay castigo.” Bienvenida la fantasía como recurso, como género literario y como artificio para meternos en la realidad del presente.
La fantasía en Los invisibles afina las acústicas sociales de la penitencia, del arañazo vil, de la represión, de la arenga del desprecio y del poder. La fantasía inventa la ciudad que no cicatriza. Cuánta realidad. ¿Cuándo decidió Márgara Averbach que los personajes de su saga iban a ser invisibles? ¿Fue cuando alguien dijo que se sentía invisible cada vez que llegaba a la ciudad? ¿Cuando leyó “Apparitions”, el cuento de Anna Lee Walters? ¿Cuando inventó la oración del exterminio que después le hizo decir a uno de los personajes (Arroyo): “Lo que quieren es el mundo sin invisibles” ¿O fue un día cualquiera mientras caminaba por la calle?
¿Quiénes son los invisibles en la novela de Averbach?
En la novela, donde la magia se mezcla mientras se cambia por una nueva, donde algunos nunca fueron jóvenes y se duerme a la sombra de las paredes sin ángulo, los nombres propios se pierden como se pierden las palabras, los pueblos se llaman como los puntos cardinales y los personajes como fragmentos de oraciones incompletas: Uru, Muchos, Arroyo, Sin Aliento o como nomencladores de categorías sumergidas en lo inimaginable: M2, L16, N24, G2.
¿Quiénes son los que pueden mantener esa condición y quiénes los que ceden a la fragilidad del hechizo? En Los invisibles se cuenta un viaje, las últimas hojas del libro son el dibujo de un mapa y la ilusión de un relieve. Un grupo rebelde (Las Bandadas, formado por personas de los cuatro rincones habitados del mundo) y un lugar seguro llamado la Casa Redonda son los mojones, la peripecia, el desasosiego del tránsito y el destino de ese viaje con lenguaje propio.
Descifrar la razón de ese lenguaje es una de las ofrendas de este primer libro de la saga de Averbach donde la verdad, por ejercicio de distanciamiento, es la crónica de lo despabilado. Ya lo dijo mejor (siempre) Liliana Bodoc: “La fantasía no es una mentira: es una contra cultura; un canto contra la obviedad y los dogmas; es un contrapunto; una contracara; una contratapa”.