Cuando era chica, y estoy hablando de hace medio siglo - que para mí es muchísimo pero para la historia es nada-, pasaban por televisión una serie que se llamaba los Ingalls, o La casa de la pradera. Era una estilización hasta lo exasperante de las bondades de la vida rural posterior al western, donde los conflictos podían ser los anteojos rotos de un vecino, o el fracaso de un pastel de cumpleaños. Todos eran buenos