Un flaco espigado que no hizo otra cosa que pegar saltos en el escenario y un cantante que se dedicó a putear a un ventilador de aspas protagonizaron una de las cosas más asombrosas que hayan pasado por Buenos Aires durante este año. Sin necesidad de hologramas tridimensionales, espectáculos de luces, metrópolis recreadas a gran escala, pulseras luminosas o cualquier otro artificio que los apoye. Antes de irrumpir en la noche del jueves por el tablado de Niceto Club, Sleaford Mods arribó a la ciudad, por primera vez, con la reputación de ser actualmente uno de los mejores grupos no sólo de Inglaterra sino también de todo el planeta Tierra. Y no decepcionó. La elementalidad de su performance (de hora y media de duración) sacó a relucir algo que parece en vías de extinción, al menos en la música: el poder de la palabra.
El dúo de Nottingham es la quintaesencia del minimalismo sonoro, lo más punk que parió el punk desde 1977, la incertidumbre convertida en canción, la desapropiación de la métrica rapera ante la banalidad que desató su pobreza y el tiempo presente negándose a convertirse en futuro. ¿Para qué? Si el mañana socializado y tecnificado que prometieron es cada vez peor, pese a las advertencias orwellianas. Sleaford Mods simboliza la resistencia desde las trincheras de los engañados, los oprimidos y los marginados por un sistema capitalista que ya no sabe hacia dónde queda la derecha ni la izquierda. “Tengo drogas para tomar y una mente para romper”, cantaba Jason Williamson en “Jobseeker”, en la antesala del final del show, con una desilusión que entraba por epidermis hasta anclar en los huesos.
Lo más desgarrador de estos dos obreros que conocieron la fama cuando traspasaron el umbral de la madurez es que a sus 50 años siguen padeciendo la angustia. Más que protestar, apologizan el lamento. Lo que pasa es que ese acento tan inentendible como incendiario del East Midlands, en el que “house” suena a “aaas”, sabe a rabia. Seguramente nadie quisiera cruzárselos en un mal día. Justamente esa fama iracunda y verborrágica fue la que le permitió a Andrew Fearn (el encargado de dar saltos en vivo y crear la música del binomio en la compu del dormitorio de su casa) encarnar al predicador Lazarus en el episodio final de Peaky Blinders. Sin embargo, por más temperamentales que puedan suponerse, son capaces de generar la misma empatía que provoca Taylor Swift entre sus “swifties”.
Ellos representan a una generación de músicos británicos que encontró en el formato de a dos todo un enorme universo para explorar. Con Pet Shop Boys, Massive Attack y Orbital a manera de antecedentes, aunque estéticamente son más afines a grupos como Big Special o John (Times Two), quienes se subieron a la oleada post punk que desató el Brexit para apelar por un relato que escupe beligerancia y por una forma discursiva más cerca de la enjundia que de la canción. Pero de toda esa avanzada fue Sleaford Mods el que reivindicó el poder de la spoken word, en sintonía con su compatriota Kae Tempest y rescatando el componente político que legó el inmenso Gil Scott-Heron. Ese ADN lo completa, por supuesto, John Cooper Clarke, el gran poeta británico del punk.
La propuesta de la dupla es todo un glosario aún en construcción: post punk, punk rap, electro punk o post hop son algunos de los rótulos que recibieron hasta ahora. Así y todo, cualquier tecnicismo queda en duda. Sólo un micrófono y una mesita con una laptop poblaban el escenario. Una vez que Fearn apretó “play”, se enarboló una coyuntura en la que cualquier cosa podía pasar. De hecho, antes de cantar “UK Grim”, Williamson, frente a saludar o a cualquier maniobra protocolar recitalera, empuñó el micrófono, lo miró y le gritó. Como para entrar en calor. Tras esa suerte de rap industrial, que da título a su último álbum, la cosa se puso un poquito más electrónica, al estilo de The Streets, con “Kebab Spider”, donde el frontman se levantó la remera para hacer un baile a medio camino entre Mick Jagger y una bailaora del flamenco.
En “Jolly Fucker”, la banda invocó el minimalismo krautrockero manufacturado por la dupla alemana Neu!, dinámica que se mantuvo en “A Little Ditty”. Si hasta ahora el vocalista se había aferrado a diferentes tiempos de la métrica, lo que decantaba en spoken word o en rap, en “Air Conditioning” cantó. Y su voz evocaba a la de Johnny Rotten, mandamás de los Sex Pistols y P.I.L., por lo que el show abrió el juego a los matices y también al pogo. Entonces apareció el grime technoso “Force 10 from Navarone”, para el que prestó su voz Florence Shaw (frontwoman de la banda inglesa Dry Cleaning). “Spare Ribs” se movió hacia el electro, mientras “TCR” se tornó en síntesis de “Primary”, temazo de The Cure, con el electropop. Y siguieron por ese mismo camino a través de “Tiswas”.
Para ser un artista cuya principal herramienta es la palabra, Williamson recurrió al diálogo con el público pocas veces. La primera de ellas fue para dar cuenta de que éste era su primera vez en Buenos Aires. Lo que sí hizo fue ahondar en una performance que lindaba en lo absurdo, como bailar con una botella de agua en la cabeza, cantar mirando de perfil al público o hacer la caminata del pato inventada por Chuck Berry (reemplazó la guitarra por el pie del micrófono). A todas estas, su socio continuaba dando saltos en el mismo lugar o bailaba en círculos. “Smash Each Other Up” los metió en una situación instrospectiva, pero “Tilldipper” los disparó hacia una antípoda electro punk. Bien del palo de Suicide, por cierto. Si “Mork n Mindy” nadó en psicodelia penumbrosa (de los mejor del show), “BHS” fue el clímax de su minimalismo.
Sobre la base de matices oscuros, y de la alternancia entre post punk, rap y spoken word, Sleaford Mods siguió repasando sus 12 álbumes. Un punto de inflexión fue el breakbeat “The Corgi”, allanando el terreno para el melódico electro punk “On the Ground” y para su revisión de “West End Girls”. El himno de Pet Shop Boys fue desnudado de su halo queer y arengado por una horda de hooligans que en la recta final del recital se lo bailaron todo. La fulgente “Nudge It” (ahí canta la australiana Amy Taylor) dio paso a la urgente “Tied Up In Nottz”. Tras el fantasmagórico punk “Tweet Tweet Tweet”, y previo a hacer el gesto de un bebé chupando el pulgar, Williamson se fue con el short debajo de sus calzoncillos, y Fearn desconectó la laptop , la metió en su mochila y se la llevó. Mientras tanto, en esa sala atiborrada de vaho, la gente intentaba despertar del shock.