Desde Mar del Plata
El enorme recinto del Auditorium continúa funcionando a pleno y cuatro nuevos títulos arribaron estos días para confirmar la diversidad, tanto de fondo como de forma, de la Competencia internacional del Festival de Mar del Plata, cuya 32ª edición comienza a transitar sus últimas jornadas de exhibiciones. Films provenientes de los Estados Unidos, Portugal, Canadá y Argentina que, en algunos casos, registran la realidad en forma de documental o la recrean utilizando herramientas ficcionales. En otros, el trasfondo urbano real es el punto de partida para plasmar en pantalla historias surgidas de la imaginación. Este último es el caso de Columbus, ópera prima de Kogonada, pseudónimo detrás del cual se esconde un crítico cinematográfico y ensayista visual (es el responsable de múltiples “extras” del prestigioso sello editor Criterion) nacido en Corea del Sur, aunque instalado desde hace mucho tiempo en los Estados Unidos. El título del film proviene –como es también el caso en la recientemente estrenada Paterson, de Jim Jarmusch– del sitio donde transcurre la acción, una ciudad en el estado de Indiana reconocido mundialmente por su arquitectura modernista.
En Columbus vive un famoso experto en la materia a quien sólo se verá en un par de planos generales, a la distancia. Una súbita y grave enfermedad obliga a su hijo –con quien parece no haber tenido contacto desde hace un tiempo– a viajar desde Oriente e instalarse momentáneamente en la casa paterna. En paralelo, la historia de una chica apasionada por los edificios de su ciudad natal, una joven inteligente y despierta que mantiene una relación problemática con su madre. Como si se tratara de un espejo espiritual, el cruce entre estas dos criaturas algo tristes y solitarias les devolverá reflejos y resolanas, un reconocimiento en el otro que va más allá de las diferencias de edad, cultura y circunstancias personales. ¿Una amistad? Quizás, aunque si hay algo que Columbus no hace es etiquetar las relaciones personales. Visualmente bella –”asimétrica pero equilibrada”, según la reflexión de un personaje ante cierto espacio arquitectónico– y de un tono reposado a pesar de ciertas revelaciones dramáticas que la película se reserva para los últimos tramos, el debut de Kogonada es idiosincrático y se aleja de los rasgos del cine indie estadounidense más elemental, a pesar de compartir algunos de sus temas. En algunos planos puntuales se siente la presencia fantasmal del gran Yasujiro Ozu, una de las referencias visuales más transparentes de la película.
Presentada recientemente en el Festival de Venecia, la segunda película de Pablo Giorgelli luego de Las acacias es un nuevo paso en su esfuerzo por construir un universo realista ligado a determinadas circunstancias personales y sociales. Invisible tiene como protagonista excluyente a Ely, una chica que cursa el último año de la secundaria y vive en un típico edificio de monoblocks. También trabaja en una pequeña veterinaria, único sostén económico tanto para ella misma como para su madre, quien parece estar atravesando una importante depresión. El modelo estético e incluso ético es aquí el de los hermanos Dardenne: una situación inesperada pone a la protagonista en una disyuntiva, ante la cual deberá tomar una difícil decisión. Un embarazo no deseado, cuyo origen suma otra serie de complicaciones, es el punto de partida para una descripción no tan indirecta de las escasas posibilidades que se le ofrecen a una joven de clase poco acomodada a la hora de decidir qué hacer con su propio cuerpo. Cine realista y social en el cual resulta evidente el compromiso con el tema, Invisible cuenta con la notable actuación central de Mora Arenillas, uno de esos roles fulgurantes que parecen definir en gran medida el éxito artístico del proyecto cinematográfico en su totalidad.
Primas, la película canadiense (en coproducción con Argentina) presentada en la Competencia toca otro tema urgente y doloroso –el abuso sexual y la violencia de género– con las herramientas del cine documental. “Cineasta autodidacta”, según afirma el texto del catálogo, la realizadora mendocina Laura Bari vive en Montreal pero viajó a su país de origen para retratar las vidas de Rocío y Aldana, sus sobrinas. El “caso” de Rocío Álvarez estuvo presente en todos los medios de comunicación hace casi una década: en la localidad de Dorrego, una chica de diez años había sido golpeada, abusada y quemada por un hombre que finalmente fue condenado a cuarenta años de prisión. Su prima Aldana Bari, en tanto, sufrió abusos en su propio hogar durante la infancia. El encuentro entre ambas y un posible viaje a Montreal es el disparador de un registro de sus vidas cotidianas, en un film que se intuye elaborado a partir de una profunda empatía y que fue creciendo con el tiempo: originalmente estaba planteado como un cortometraje de tintes poéticos.
Por momentos extremadamente dolorosa –la descripción de los horrores no es difuminada a partir de eufemismos–, Primas es el retrato de una sanación, tanto del cuerpo como de la mente y el espíritu, en cierta medida gracias al poder terapéutico del arte. Una visita al famoso Cirque du Soleil y una estadía en un grupo de teatro-danza canadiense permite exorcizar algunos de los dolores, reconvirtiéndolos en acto creativo. Algunas decisiones estéticas poco inspiradas horadan un poco el inicio y el cierre del film, pero Primas logra en gran medida su objetivo principal: concientizar al espectador a partir de la dolorosa historia de dos niñas –hoy jóvenes de veinte años– que sobrevivieron al horror, lograron sobreponerse y actualmente tienen mucho para ofrecer como seres humanos.
En la portuguesa A fábrica de nada, el largometraje de Pedro Pinho que viene circulando por festivales de cine cosechando nada más que elogios, el trabajo lo es todo. O, más precisamente, la falta de trabajo. Obra ambiciosa, extensa (casi tres horas) y formalmente diversa, su núcleo narrativo se concentra en las vidas privadas y laborales de un grupo de operarios de una fábrica de grúas que, de un día para el otro, decide reconvertirse y dejar a sus empleados en la calle. La consiguiente toma del lugar, luego de resistir a los embates del “retiro voluntario” obligatorio, es seguida de cerca por un cineasta argentino, interpretado por el realizador Daniele Incalcaterra, quien también está presente en su rol de director en la Competencia argentina del Festival con su último largometraje documental, Chaco. Los logros de Pinho y del resto de sus colegas en el grupo colectivo Terratreme Filmes son mucho más que notables: reflexionar acerca de la crisis europea con la colaboración de un grupo de no-actores (que interpretan papeles muy cercanos a los reales) sin rozar siquiera la demagogia o el facilismo ideológico. Que A fábrica de nada, además, sea una película en constante ebullición creativa e incluya no sólo disquisiciones políticas sino también números musicales que nunca caen en el ridículo, es casi milagroso. Una nueva confirmación, por si hacía falta, del gran momento que está atravesando el cine portugués.
Invisible se exhibe hoy a las 14.30 en el cine Auditorium.
Primas se exhibe hoy a las 16.30 en el cine Auditorium.