Si en los últimos veinte años el cine coreano se ha mostrado capaz como ningún otro de darle nueva vida a los géneros de acción, mediante una doble operación de recarga y combinación con otros géneros, hete aquí al más reciente hallazgo de ese korean flair, exhibido fuera de concurso en la última edición de Cannes. Seguramente sonará exótico que el director de La villana esté en este momento en Argentina, pero así es nomás. Parte de una nutrida delegación de cineastas de su país, Jung Byung-gil se halla en Mar del Plata, como invitado del Festival Internacional de Cine que se desarrolla en esa ciudad. Su segunda película de ficción (tiene un documental previo), La villana trabaja en dos planos. Por un lado, el de las largas secuencias de hiperacción, llenas de golpes, saltos, choques, tiros, cortes y patadas. Por otro, el cruce del policial de acción más improbable con el melodrama familiar más excesivo, armando lo que podría considerarse el soporte de lo anterior. ¿O será al revés?
Melodrama violento de hiperacción, La villana está narrada en varios tiempos. Lo cual responde también a la más estricta tradición coreana en la materia: recordar sobre todo las películas de Park Chan-wook (Oldboy y otras), marcadas por el más estricto barroquismo narrativo. Poniendo todos los patitos en línea, la protagonista, Sook-he, sufre la muerte de su padre a manos de unos mafiosos siendo una niña, y se propone vengarla. De joven experimenta una desgracia semejante y más tarde es reclutada por fuerzas estatales como agente secreta, aprovechando sus condiciones previamente desarrolladas de asesina de élite e iniciando una nueva relación amorosa, terreno en el cual no tiene buenos recuerdos. Si bien la idea de venganza es uno de los motores genéricos del cine de acción en general, Park Chan-wook hizo de ella el hilo conductor de la llamada, justamente, “Trilogía de la Venganza”, integrada por Sympathy for Mr. Vengeance (2002), Oldboy (2003) y Sympathy for Lady Vengeance (2005). Por otra parte, la condición de Sook-he, una primus inter pares que sin embargo está como prisionera de la organización para la que presta servicio, es equivalente a la de Bridget Fonda en La asesina, de Luc Besson. Como aquélla, La villana es una de superacción triste.
Triste por esa suerte de esclavización a la que la protagonista es sometida, y por su historial de duelos (duelos en sentido fúnebre), a ese feeling La villana contrapone otros dos, bien opuestos. Uno son las sorpresas, dobles vueltas y “trampitas” narrativas, con el grado de manía compositiva y de juego de gato y ratón con el espectador que éstas representan. Y después están, claro, las grandes secuencias de acción, en las que Sook-he puede llegar a enfrentarse con un centenar de rivales, usando una combinación de trompadas, patadas, cuchillos y pistolas (como la inicial, tour de force de unos cinco minutos en el que la cámara mantiene la subjetiva subiendo dos pisos y cayendo finalmente por una ventana), o dos espadachines hacerlo sobre sendas motos en plano fijo, u otros dos rivales luchar también a cuchillo en el interior de un ómnibus. En todas estas escenas la lente se convierte en el tercer participante de una coreografía de a tres. La villana resulta así una película de duelos (fúnebres) y duelos (de combate), en la que los segundos son más satisfactorios que los primeros, más dibujados que verdaderamente sentidos.