Hay discos que no, pero otros que sí, que marcan su esencia musical desde la tapa. Desde ese portal de significaciones icónicas que permite imaginar lo que ocurrirá cuando el soporte se encuentre con el lente, o la púa. Es el caso de Calma, flamante trabajo del Carlos Aguirre Trío, que se intuye bello desde su imagen inicial. “Cuando se otoñan los árboles se dejan ver en su más frágil intimidad. Su silueta y desnudez se nos brinda como una revelación de lo que han construido durante años”, explaya el pianista entrerriano, sobre una foto que precisamente muestra un inmenso árbol impregnado por un cielo gris de otoño. “Y todo eso que no dicen abre entre ellos y el cielo el espacio de la cosa no dicha. Así fue pensada la música de este disco”, resuelve Aguirre, sobre el sentido del trabajo que presentará hoy a las 20 en la sala argentina del Centro Cultural Kirchner (Sarmiento 151), junto al trío que completan el santafesino Fernando Silva en contrabajo, y el cordobés Luciano Cuviello en batería.
–¿Podría profundizar en la conexión entre arte de tapa y música? No siempre es fácil.
–Digamos que grafica músicas desnudas, otoñadas, para que en esa espacialidad que propone todo lo no tocado, lo que no suena, pueda habitar la calma. Fue un proceso de algunos años del que quienes integramos el trío no salimos ilesos, sino felizmente transformados.
Idea y concreción, entonces, anudan en un todo de ocho piezas de autoría propia (resaltan “Kalimba” y “Palabras para nombrarte”) e interpretación en yunta de tres. “Tocar en trío es un gran ejercicio de austeridad y despojo, sobre todo cuando te tocan músicos de enorme sensibilidad. Lógicamente, todo ese compartir con mis compañeros me va dejando un sedimento humano y musical que seguramente se verá reflejado en proyectos paralelos”, admite el excelso pianista, acerca de la trascendencia del trío que se originó en el último tramo de 2013, debutó en enero de 2014, en el jazzero Medio y Medio de Punta Ballena, y tuvo su cenit en 2015 cuando compartió escena con Egberto Gismonti y Hugo Fattoruso en el Mestiza Musica Festival. “La diferencia fundamental entre el trío y otros formatos es que entre tres aparece el espacio de la improvisación de forma más explícita. La apertura a esa posibilidad implica detenerse en la conformación de un lenguaje que implica una permanente interacción, donde muchas veces no hay un rol protagónico y roles secundarios, sino un único rol que es el de sonar juntos”, compara Aguirre quien, además de Calma, ha publicado la tríada Crema, Rojo y Violeta, y Caminos y Orillanía.
Todos, además de un prolijo e inspirado tratamiento musical, cobijados por un mismo sello: Shagrada Medra. “Con Luis Barbiero, amigo entrañable y compañero, seguimos apostando a la producción fonográfica con el soporte de Cd. Y esto es porque pensamos que, así como sucede con el libro, la apropiación de quien se acerca al objeto artístico es muy diferente de quien simplemente a través de un click en una página de internet escucha una música cualquiera. Cada disco es una obra conceptual y un arte gráfico completa ese concepto integral”, se expide Aguirre, pensando en la utilidad estoica de un sello independiente, que ya lleva setenta títulos en su catálogo y prevé agregar la obra integral para piano de Carlos Guastavino, más un disco del dúo Salomone-Bekes. “Es duro el momento que nos toca hoy en nuestro país. En este marco, sólo sé que en el camino del arte y sobre todo dentro de la producción independiente estamos bastante curtidos… no es la primera vez que se nos pone arduo expresarnos, y encima poder vivir de nuestro trabajo”.
–Retomando el disco ¿Por qué Calma? ¿La necesita?
–Tal vez todos la necesitemos siempre, solo que pocas veces nos hacemos el tiempo de gestarla dentro de nosotros. Y cada uno la busca desde su oficio, desde su vida cotidiana y en nuestro caso, desde el amasar todos los días esa materia abstracta que es el sonido. La calma es el comienzo de todo, de poder pensarnos otra vez, de imaginar otro rumbo para nuestras vidas. Desde ese estado alcanzamos a escuchar todo lo que se nos manifiesta a nuestro alrededor.
–¿Fue complejo traspasar esa necesidad de calma a escala musical?
–Realmente, al comienzo no sabíamos cómo traducirlo. Trabajamos mucho tocando ese concepto. La pregunta era cómo hacer que algo sonara austero, desarrollando una especie de alarma interior en cada uno, que intentara detectar esos momentos en los que nuestro hablar, en la música, estuviera siendo una fantasía de esas que están presentes en el vocabulario de cada instrumento. No digo con esto que estemos a salvo (risas), digo que es el camino que emprendimos a partir de nuestras primeras juntadas y en este, nuestro primer repertorio que se plasma en un disco.