Para cualquier artista del rock argentino, actuar en Obras Sanitarias es un símbolo de legitimación. A algunos les cuesta más, otros lo hacen expeditivamente y hay quienes en el intento desaparecen. Aunque están también los que saben esperar, por más que parezca una utopía. A Massacre le costó 22 años desembarcar ahí, y cuando le tocó, en 2008, lo hizo respaldado por un discazo: El mamut. En ese período, el frontman de la banda, Guillermo “Walas” Cidade, le reconoció a este diario, amén del “cagazo”, lo milagroso que fue llegar. “Es increíble dada nuestra trayectoria under, como cuando uno de esos equipos re loser llega a Primera”, dijo en la antesala del show. “Estoy al tanto de que amigos nuestros ganaron apuestas y están preparándose para recibir asados de otros que les decían que jamás íbamos a llegar a Obras”.

En 2017, el quinteto regresó al estadio erigido sobre Avenida del Libertador para celebrar sus 30 años de trayectoria. La eucaristía quedó además registrada en su segundo material grabado en vivo, Recuerdos al futuro, que tuvo entre sus invitados a Sergio Rotman y Corvata Corvalán. Siete años más tarde, este emblema argentino de la contracutltura volvió a ese Templo del Rock a partir de una fórmula que junta la sapiencia legada por la adultez (no hay que olvidar que el diablo sabe más por viejo…) y su cualidad para hacer discos que no suelen pasar inadvertidos. Tal como es el caso de Nueve, lanzado en junio y cuyo estreno en directo quedó formalizado en la noche del viernes en un predio caluroso. No sólo por la transición estival, sino también por la pasión desatada.

Esta vuelta a Obras se produjo además en medio de un año en el que Massacre experimentó una vez más otro proceso de reinvención. Así como sucedió cuando apareció el disco Galería desesperanza, obra maestra del skate punk patrio que este año cumplió tres décadas de su lanzamiento, o con el ya mentado El mamut. Y es que el grupo fue descubierto por una novel progenie de público y músicos, que, por lo menos estéticamente, es afín a su impronta. Eso quedó en evidencia arrancando el 2024, al ser convocado por el festival Nuevo Día en calidad de cabeza de cartel. Compartieron programación con Winona Riders, Dum Chica y Las Tussi, e incluso salieron de gira con ellos en ambas orillas del Río de la Plata. Lo que le permitió renovar fuerzas. Y vaya que sí lo hicieron.

Walas, El Tordo (guitarra), Fico (guitarra), Charly (batería) y Bochi (bajo) salieron a un escenario que recreaba su sala de ensayo o más bien su imaginario. Con esos muñecos que aparecen en las tapas de sus discos o en sus fotos, así como con la compilación de sombreros del cantante. Sólo faltó su colección de patinetas. Todo eso estaba en el tablado principal, al que la banda accedió tras una obertura que los encontró en una mini tarima instalada a lo alto de todo. Allá arriba, envueltos en las luces fluorescentes de las pantallas de leds, hicieron “La máquina del tiempo”, tema que abrió el show y que también inaugura el repertorio del álbum. Luego de esa oda sónica a la luminosidad, que cuenta con la participación de Santi Motorizado -gran ausente de la fecha-, siguieron con “Ella va”, también de Nueve.

Tras cerrar la primera aproximación a su más reciente álbum de estudio, con la psicodélica y canchera “La cita”, el quinteto descendió a su lugar de pertenencia y retornaron a sus raíces de la mano de “Te arrepiento”. Entonces Walas saludó al público, y preguntó: “¿Estamos más cerca?”. De 1998 brincaron a 2003 con “Querida Eugenia”, y, en ese tiovivo generacional, regresaron a un lustro atrás por cortesía del primer himno de la noche, el hardcore con aroma a grunge “Te leo al revés”. Redoblaron la apuesta con una de las canciones de su era prístina, “Nuevo día”, incluido en su álbum debut, Sol Lucet Omnibus (1992). Le secundó la espacial “Mi mami no lo hará”, estrenaron en vivo otro tema nuevo, “Bajo la alfombra”, y bajaron el primer cambio de las dos horas y media de recital con “Sofía, la súper vedette”.

Una vez que el frontman advirtió que ese recital simbolizaba la “inauguración del verano porteño”, Massacre desenfundó su canción más aristocrática, “La octava maravilla”, seguida por dos más de Nueve: “Riesgo” y la rauda “Insomnio”. Si bien el tema cuenta con la colaboración de Goyo Degano, vocalista de Bandalos Chinos, su lugar la ocupó la cantante argentina de música urbana BB Asul, devenida la primera invitada del show y un claro ejemplo del recambio generacional al que se abrió la banda. En tanto que la psicodélica “Medusa lunar” la hicieron sin Vicentico, otro de los convidados del flamante álbum. En esa instancia del show, Walas había deambulado por el pasillo que conectaba con el escenario con ese bastón que luce a una carabela y alternó su sombrero de pesca camuflado con el de copa alta.

La diligente “Niña Dios”, la épica “Tanto amor”, la groovera “La reina de Marte” y la grunge “Seguro es por mi culpa” allanaron el camino hacia la gran polaroid de la velada. “Cuando murió Luca (Prodan), surgieron dos grupos: Massacre Palestina y Divididos”, espetó Walas, lo que dio pie para llamar a escena a Ricardo Mollo, a una semana de su memorable show en cancha de Argentinos Juniors. El líder de La Aplanadora se colgó la guitarra en “Plan B: Anhelo de satisfacción”, desatando la euforia del público. A continuación, Walas le pidió al cantante y violero que se quedara para hacer una más. Y sí: no podía irse sin hacer historia al compartir con Massacre algún clásico de Sumo. Juntaron fuerzas entonces en “Crua chan”, donde alternaron el rol vocal.

Luego del “Olé, olé” con el que la muchedumbre despidió a Mollo, el vocalista del quinteto anunció al siguiente invitado. Se trató del violinista Javier Casalla, junto a su cuarteto de cuerdas. En ese pasaje tocaron “Río siempre” y “Viaje astral”, y en el medio invocaron a Gustavo Santaolalla para que desde las pantallas ejecutara el banjo en “Mariposa”, partícipe asimismo de Nueve e ilustrado en la pantalla por hongos alucinógenos. Encararon el final con el clásico hardcore “Sembrar, sembrar”, al que le sucedió “Tres paredes”. Volvieron a levantar decibeles e intensidades gracias “Papel floreado”, evocaron el himno “Violence” y dieron la estocada final con “Diferentes maneras”. Condensando así un justo muestrario de lo que Walas llegó a denominar en el show “el rock del futuro”.