“No se construye la libertad sobre campos de concentración, ni sobre pueblos sojuzgados en las colonias, ni sobre la miseria obrera. Elegir la libertad no es, como se quiere hacer entender, elegirla contra la justicia. La libertad está junto a quienes en todas partes sufren y luchan y hay que elegirla simultáneamente junto a la justicia: no se puede elegir la una sin la otra.”

Así definía a la libertad Albert Camus, filósofo, novelista y periodista argelino, en Ni víctimas ni verdugos, compilado de artículos aparecidos en el diario Combat, escrito durante la resistencia francesa en la ocupación nazi. El folleto de 46 páginas, heredado de mi padre (abogado, lector incansable de historia, política y narrativa latinoamericana, ésa que me enamora), editado por editorial Reconstruir, es brillante como todo lo que su autor escribió a lo largo de su corta vida (47 años).

La libertad de unos cuantos construida por sobre la esclavitud del resto pasa a ser el modelo por excelencia de la obscenidad del sistema capitalista: la libertad es la del megaempresario internacional y no la del pueblo sojuzgado que padece y lucha por un plato de comida o un puesto de trabajo en alguna parte. Muy lejos está de las prácticas libertarias a las que adhería el verdadero anarquismo, movimiento para el que militó Camus en sus últimos años, la libertad verdadera respetando al otro, al hermano, al semejante, la libertad en contra del capital y no a su merced.

La libertad que predica el anarcocapitalismo (que de anarquismo tiene nada y de capitalismo tiene todo), es la libertad obscena del sistema escindida completamente del sistema de justicia. Abiertamente en contra de la justicia social y en contra de los derechos del pueblo. Es la libertad del capital en contra de la justicia.

“Si un traidor puede más que unos cuantos/ que esos cuantos no lo olviden fácilmente” dice León Gieco en “Sólo le pido a Dios”.

Porque no olvidamos, no perdonamos y no nos reconciliamos, somos pocos pero estamos, firmes como rulo de estatua… Y tampoco sé si somos tan pocos. Somos unos cuantos…

Pero muchos olvidan, muchos no creen, muchos no conocen.

Muchos odian.

Muchos votaron a este gobierno deseando fervientemente que el vecino de enfrente o el de al lado se quede sin trabajo. Que se le acabe la joda a los “planeros” (como si cobrar un plan social fuera una joda). “Que los negros de mierda vayan a laburar…”

Nunca se les ocurrió que ellos se iban a quedar sin trabajo, que la fábrica iba a cerrar, que el negocio también, que no iban a poder pagar el alquiler ni mantener el auto, ni siquiera pagar la comida. Votaron con el odio y la furia hacia el vecino de al lado o hacia el vecino de enfrente. Nunca pensaron que ese odio era un boomerang que se iba a volver en contra de ellos mismos…

Los “argentinos de bien”, la clase mierda argentina.

Cabecitas tan chiquitas que tienen… Y muchos colegios profesionales enteros (o casi) lo votaron. Repletos del odio. Nunca se les ocurrió que la universidad podía cerrar. O que la gente no iba a poder pagar los medicamentos ni la prepaga, ni el médico, mucho menos el dentista. Que el hospital también podía cerrar.

Votaron un gobierno que sostuvo durante toda la campaña que iba a destruir el Estado. Ese Estado es la República Argentina. Ese Estado somos todos los argentinos.

No existe la Argentina sin el Estado. Por más que tengamos un presidente que asegura que él "ama ser el topo que vino a destruir el "Estado desde adentro”.

Las políticas de desmantelamiento de todo lo estatal ya las hemos vivido (Martínez de Hoz, Menem, Macri) y hubo cosas que no se pudieron llegar a recuperar nunca, por ejemplo los trenes.

Sembraron el odio durante muchos años a través de los principales medios de comunicación. El discurso del odio tuvo tanta vigencia que el intento de magnicidio contra Cristina fue “interpretado” por algunos “formadores de opinión” como una actuación. Sus perpetradores (la banda de los copitos) fueron “interpretados” como “dos fanáticos aislados”.

No esperemos un salvador (o salvadora) superpoderoso o superpoderosa que nos salve del desastre. “Ahora vienen por ustedes. No vienen por mí”, predijo Cristina hace varios años atrás. No le creyeron. Porque estaba loca, porque hablaba demasiado, porque veía enemigos en donde no los había.

Ahora es tarde.

Como dijo alguien, la derecha es sabia y espera. Y acecha. Y conspira.

Amparados en la “libertad de expresión” sembraron las semillas del fascismo y ahora es tiempo de la cosecha.

No esperemos algún Mesías que nos salve del desastre. Tampoco pensemos que esto es el fin de todo. Quizás sea un buen principio en donde aprendamos a mirarnos a los ojos y a dialogar y a abrazarnos, dándole prioridad a lo colectivo en forma presencial y dejando de lado todas las pantallas…

La libertad que pregona Camus es la amparada y sostenida en el sistema jurídico, en favor de la felicidad y el disfrute del pueblo. No la libertad del capitalista en contra de la subsistencia de la población. A todas luces antijurídica.

La libertad del capital por fuera del sistema jurídico engendra miseria y muerte.

Y en eso, tristemente, estamos…

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