“Mi hermana votó a Milei. Hemos tenido discusiones y hoy tenemos un punto de encuentro a partir de lo que sucede con las universidades. Quizás, la realidad le demostró que no era como pensaba. Y esto que me pasó a mí, pasó dentro de cada familia. Por eso se debe volver a la familia para discutir de política y, para eso, uno debe entrenarse en el debate”.

A sus 49 años, Darío Britos arroja definiciones. Cuenta experiencias, vida y proyectos. Es filetero, pero no dibuja ni pinta. O sí, pero con un cuchillo y guantes sobre una larga mesa llena de pescados. Allí se pasa jornadas de doce horas, al igual que lo hizo su papá durante muchos años. También su mamá, que a principios de este año partió y se unió a su viejo, que se había ido hace trece años.

Pero él, con la mochila repleta de juicios y prejuicios, con presiones traducidas en imposibilidades, con algunas broncas pero muchos sueños, decidió ir por más. En su tetris de organización diaria, Darío logró hacerse del tiempo para estudiar Psicología en la Universidad Nacional de Mar del Plata.

Marplatense del puerto, de aroma a pesca, con lenguaje a base de redes, barcos y tripulación, Darío recuerda el mazaso que significó para el sector la presidencia de Carlos Menem. Entonces, no valida el rumbo económico actual. Se para en la vereda de enfrente al ataque contras las universidades. Y también se paró frente a más de trescientos estudiantes durante una de las asambleas para contar su historia.

“La movilidad social no es solo económica, es, también, compartir tiempo con otro tipo de personas y con otros pensamientos. La movilidad social tiene que apuntar a que uno tenga la chance de acceder a otro tipo de ideas y pensamientos. En UNMDP hay mucha gente grande, pero también personas que limpian casas o hicieron la carrera cuidando coches. Ellos estaban expuestas a determinados pensamientos y pasaron a compartir con otros que alimentaron su espíritu”, subraya Darío.

Ahora bien, esas diferencias no tienen que derrumbar puentes. Al menos, así, es la premisa que nutre el devenir de Darío. Ingresante en 2018, considera que siempre hay que escuchar a aquellos con quienes, prácticamente, no hay coincidencias. En sus lecturas, se alza otra de sus definiciones: “Esto va a ir para largo, recién empieza. Tenemos que ver qué herramientas tenemos para llevar adelante estos nuevos debates. Por ejemplo, creo que hay que dejar de usar la palabra enemigo y utilizar adversario. El adversario me da posibilidad de intercambiar”.

Se pregunta muchas cosas. Entre ellas, qué hacer con esta disidencia que se configuró alrededor del financiamiento universitario. También, con la que se gestó respecto a cuáles son las carreras que corresponde estudiar y cuáles hay que descartar. También, con la del mercado laboral. “Una idea que se me ocurre es que la universidad tiene que dar estos debates y acercarse a distintos tipos de trabajadores. De todos los tipos. No sólo los de adentro de la universidad, también con los de afuera, como los que estamos en el puerto”, dice.

Esos laburantes portuarios son los que transitan, tal como relata Darío, un escenario “duro”. Con altos grados de precarización, aún son presos de la convocatoria diaria a trabajar según cómo esté la pesca. Es decir, si hay peces en el mar y las redes se llenan, habrá fileteadores en el puerto. Si no, los llamados serán más escuetos que los que llegan durante un cierre de listas. Mucha gente para pocos lugares. Y definen pocos.

Hoy en día, la radio continúa en pie. ¿Qué radio? La que informa la cantidad de fileteadores que se necesitan en determinado día y en qué empresa. Con pocas medidas de seguridad, con un patrón que te respira en la nuca, con altos niveles de maltrato, insultos, presiones, chicanas y aprietes ante los que no se puede elevar mucho la voz. “Porque necesitás que te vuelvan a llamar”, dice Darío.

De ese mundo, Darío no escapa. Reniega un poco, pero no lo lamenta. Continúa la tradición. Pero celebra que Dante, su hijo de 20 años, fue a convivir con su pareja en estos días y no tiene que trabajar en el puerto.

Intenta, desde su experiencia, saltar por encima del odio. No termina de comprender las razones que motivan los discursos agresivos del mileísmo. Así y todo, propone oírlos. No esquivarlos. “No hay que tomarse la píldora y no considerar que gran parte de los universitarios apostaron por Milei presidente”, apunta.

Nunca cambia el tono de voz. Va y vuelve en el tiempo, y señala las dificultades que debió atravesar en su vida para alcanzar un bienestar o cierta estabilidad. Recuerda las noches que desde las 10 o las 11, entre humedad salada y viento que duele en la piel, esperaba escuchar el nombre de la fábrica que pedía fileteadores y ser de los primeros en llegar. Llegar primero para pasar 20 horas seguidas “en la mesa”. Kilos y kilos de pescado pasando por sus manos. Padecer las manipulaciones, el “si no terminás quedás suspendido”. Siempre, dice Darío, “entendiendo que el estudio era la salida de este sistema”.

No habla de poner la otra mejilla. Incluso, aún se pregunta cómo hay que hacer para soportar que ti digan “zurdo de mierda”. Pero repite, una y otra vez, que hay que escuchar a los libertarios en las universidades. Cuenta uno de las situaciones que vivió durante la toma de su facultad, que está pegada a la de Economía. Tuvo un cruce con un par de mileístas que repetían el discurso de que el presidente viene a terminar con los “curros”. “Es difícil, pero a veces resulta productivo”, sostiene.

“Yo lo que no quiero es gente inocente muriendo en la calle, por eso quiero aprender a crecer en el debate”, remarca. Lo dice mientras reconoce que muchos de sus compañeros deciden no dar algunas batallas, como la de entablar un ida y vuelta con quienes disparan contra las universidades. Con quienes consideran que hay carreras que se deben descartar, que no sirven, que no contribuyen al crecimiento de la sociedad.

Darío tiende a entrecortar su voz por primera vez. Habla de la toma, cuando algunos chicos manifestaron su temor y angustia ante la posibilidad de que estudiar en una universidad pública quede trunca. Deja en claro que las universidades están siendo desfinanciadas. No agrede. Pide no agredir. Pide hablar y entrar en acuerdos, donde a sus casi cincuenta años, no imaginó que se tuviera que discutir aquello que durante su vida fue la luz al final del túnel.