Fue suficiente la indignación del incontrastable crítico musical Jules Janin, que en un diario francés escribió que “profanaba una antigüedad sagrada y gloriosa”, para que Orfeo en los infiernos se convirtiera en un éxito. Tras su estreno en el Théatre des Bouffes de París en octubre de 1858, la opereta de Jacques Offenbach tuvo 228 funciones seguidas, prácticamente con el mismo elenco del estreno. En abril de 1860 volvió a escena en el Théatre Italien –a una de las funciones asistió Napoléon III con cartel de emperador– y desde entonces nunca dejó de ser representada. El jueves, como penúltimo título de la temporada lírica, Orfeo en los infiernos se pondrá en escena en el Teatro Colón. Serán seis funciones, con dos elencos de cantantes (ver aparte).

La mítica Grecia es interpretada desde la trivial sociedad del Segundo Imperio francés. Inspirado en la tradición carnavalesca alemana, Offenbach retoma el mito de Orfeo –personaje fundante para la ópera– para trazar su parodia, que es además la parodia de la ópera antigua e, inevitablemente, la de su presente. En el libreto de Hector Crémieux y Ludovic Halévy, el cantor encantador e irresistible y su adorada compañera, lejos de ser ejemplo de amor y fidelidad, constituyen una pareja al borde del ostracismo. Euridice no aguanta más su marido, violinista de cuarto orden y a su musiquita y consuela sus ardores con el humilde Ariste, que no es sino Plutón disfrazado de pastor. Caliente, el hijo de Saturno se la lleva, no sin antes matarla, a los reinos inferiores. Orfeo no se conmueve, es más, se lo ve feliz y aliviado. Hasta que interviene La opinión pública, una especie de deus ex machina, que lo obliga, en nombre de “los sagrados principios” a solicitar a Júpiter el permiso para descender al Ades a buscar a su pareja.

De ahí en más, entre dioses del Olimpo, cadetes del infierno, la moral del deber y la indolencia del placer, Offenbach despliega un mundo de sensaciones, que culmina, según la tradición del mito, con el retorno hacia la superficie con la condición de que Orfeo no se de vuelta para mirar a Euridice. Justo cuando están por llegar, Júpiter –para eso es dios– lanza un rayo que obliga a Orfeo a darse vuelta. La opinión pública se indigna pero no tanto y Euricide, convertida en bacante, canta la famosa “galop infernal”. Orfeo, aliviado y libre, es la imagen del final feliz. Sátira e ironía se conjugan con una música abundante y atenta a las más variadas inflexiones del espíritu, que toma de punto al Gluck de “Che faró senza Euridice” e insinúa en Júpiter, siempre en busca de aventuras eróticas, un retrato del emperador Napoleón III. Y por supuesto, en épocas de tire y afloje entre formas de modernidad y modelos de restauración, está también la nostalgia por lo perdido, encarnada en los melancólicos couplets de John Stiyx, carcelero de Euridice en el Infierno y en épocas mejores rey de Boezia.

Sin modificar sustancialmente el argumento, en 1874 Offenbach amplió los originales dos actos y cuatro cuadros a cuatro actos y doce cuadros. Agregó escenas, números musicales y ballets para convertir la íntima opéra bouffon de 1858 en una opéra féerie –como se denominaba a la ópera con elementos mágicos–. Esta versión se estrenó en el Théâtre de la Gaîté el 7 de febrero de 1874, tuvo 290 representaciones​ y rompió récords de taquilla para ese teatro.

Fue el primer y definitivo éxito de quien, hablando de sátiras, Gioachino Rossini supo llamar “El Mozart de Champs Elysées”.

Los elencos

El tenor Carlos Natale y la soprano Mercedes Arcuri, como Orfeo y Euridice, encabezarán el primer elenco, que tras el estreno retornará a escena el martes 12 y jueves 14 a las 20 y el domingo 10 a las 17. Con ellos estarán el tenor Santiago Martínez en el rol de Ariste (que en realidad es Plutón), la mezzosoprano Eugenia Fuente como La opinión pública y el barítono Ricardo Seguel como Júpiter, entre otros. 

Reinaldo Samaniego y Constanza Diaz Falú encabezan el elenco que actuará el viernes 8 y el miércoles 13. Christian Baldini, al frente del Coro Estable y la Orquesta Estable del Teatro Colón, será el director musical de la puesta en escena ideada y dirigida por Pablo Maritano. 

La escenografía será de Gonzalo Córdoba Estévez, el vestuario de María Emilia Tambutti, la iluminación de Verónica Alcoba, el diseño de video de Matias Otálora y la coreografía de Carlos Trunsky.