La cámara se sacude con desprolijidad. Es un retazo de grabación que, según las reglas formales que suelen enseñarse en las escuelas de cine, no debería formar parte de una película, pero que el director decide utilizar muy conscientemente como comienzo del relato. Finalmente, cuando el equipo ya está colocado sobre el trípode, la imagen se estabiliza y deja ver un sector de un baño como cualquier otro. En el espejo, el torso y el rostro de una persona se reflejan mientras alguien más se apronta a rapar su cabeza. La imagen reflejada es la del director del film que está comenzando, Gal S. Castellanos, aunque en un primer momento los senos inconfundiblemente femeninos podrían despistar al espectador. “La película comienza cuando yo era niña”, afirma una voz en off, en primera persona. “Pero después, no comenzó nunca. Después se detuvo toda. Para ella. Para mí”. A ese primer plano de Gal le sigue otro, de idéntico encuadre. Es su madre, María del Pilar Castañeda. A partir de ese momento, Mi pecho está lleno de centellas seguirá dos transformaciones en paralelo. Por un lado, la de Gal S. Castellanos, el cineasta, cuya identidad trans masculina irá tomando cada vez más presencia y forma a lo largo del metraje; por el otro, la de María del Pilar, la mujer que pocos días después de la muerte de su esposo decide tomarse un avión a Turquía y comenzar una nueva vida junto a un hombre que conoció vía Facebook. Rodada a lo largo de seis años y exhibida hace poco más de dos meses en el prestigioso festival especializado DocBuenosAires, proyección que estuvo acompañada por la presencia del autor, el largometraje mexicano podrá apreciarse nuevamente en Buenos Aires en el marco del “Ciclo de Cine y Diversidad Sexual” organizado por el Suplemento Soy de Página/12 y Cine Arte Cacodelphia, este martes 12 a las 19 horas.

Ejemplo cabal del cine documental en primera persona, Mi pecho está lleno de centellas reflexiona sobre cuestiones universales a partir del más estricto ámbito de la intimidad: el vínculo entre una madre y su hijo en circunstancias de cambios, los inesperados y los inexorables.

Las marcas de la hechura del film están dispersas a lo largo de los 75 minutos de proyección. Ante la súbita ausencia física de su madre, Castellanos opta por realizar una serie de entrevistas a posibles “reemplazantes” durante una suerte de casting hogareño. Un video de María del Pilar registrado en 1995 ofrece un pasado no olvidado, pero sí abandonado. La mujer, vestida y maquillada para la ocasión, canta en público, actividad que decidió/ debió/ se obligó a abandonar a partir del momento en el que se transformó en madre. La melodía y la letra pertenecen a una canción de Ana Belén:. “Desde mi libertad / Soy fuerte porque soy volcán / Nunca me enseñaron a volar / Pero el vuelo debo alzar / De nuevo un solo corazón / Siempre había sido una mitad / Sin saber mi identidad”. El padre, figura enigmática que la película decide dejar entre las sombras, en parte quizás para que tome aún más relevancia desde la ausencia, aparece sin embargo en un par de escenas que Gal grabó poco antes de su muerte. “Uno graba cosas sin saber el valor que tendrán. Estas son las últimas y únicas imágenes que tengo de él”, afirma la voz en off. Con esas coordenadas familiares como punto de partida, el inicio de los dos viajes comienza a tomar forma gracias a una serie de video-cartas que madre e hija se envían a lo largo del tiempo. Recuerdos del presente en plenas transiciones personales. La de ella, la cineasta también en construcción, en él. La de ella, la madre y reciente viuda, en otra, en una vida diferente a la que le había tocado vivir hasta ese momento. Pasado y presente, vidas paralelas narradas en un formato de collage que incluye videos de antaño, los más recientes enviados a través de los teléfonos celulares, diapositivas y registros profesionales para una película que se va armando en la pantalla tal y como se fue armando en la vida real. “Comencé a hacerla con mis amigos, para intentar comprender qué estaba pasando con mi familia”. Las palabras del realizador luego de la proyección en el DocBuenosAires el pasado mes de agosto echan luz sobre un proceso creativo inusual, al menos para los parámetros del documentalismo tradicional.

Durante la conversación con el público, Castellanos hizo énfasis en el hecho de que las madres de su generación fueron mujeres que, en general, “dejaron de hacer lo que hacían para criar a sus hijos, hijas o hijes, a través de una figura masculina muy fuerte, en la mayoría de los casos”. Respecto del origen de Mi pecho está lleno de centellas, afirmó que el puntapié inicial fue “encontrar esa cinta de video VHS donde se ve a mi madre cantando. A partir de ese momento comenzó un trabajo colectivo, una serie de talleres donde estábamos yo, los productores, la editora y otros miembros del equipo. Nos encerrábamos diez, quince días para pensar la película. De esa manera, en lo personal, la película me permitió a mí mismo verme desde otro lugar. De no ser por la mirada exterior y ese proceso colaborativo nada hubiera tenido lugar. Hacer la película fue también vivirla”. El director recuerda asimismo que, una vez que el film estuvo terminado, lo rechazaron de casi todos los festivales de cine que se realizan en México. “Lo cierto es que la situación trans en mi país es bien compleja. De hecho, para llegar ahora hasta acá hubo varios impedimentos. Parece que todos los mexicanos pueden sacar su pasaporte en dos horas, pero una persona trans no. ‘Cuando las instancias lo decidan’, decía el acuse de recibo del trámite. Fue gracias a la presión de grupos de activismo y de mis amigos que finalmente pude viajar a la Argentina. Sigue siendo un tema complejo allá, los crímenes de odio son muchísimos, el rechazo es muy fuerte”. Al mismo tiempo, recuerda que, en un primer momento, había dos films, pero que era necesario “sacarlos a los dos juntos, no por separado. Uno de ellos era sobre el viaje de mi madre y su sentido comprender cuál era su voz en mí. De los seis años que duró el rodaje cuatro estuvieron dedicados a eso. Pero creo que si ella no se hubiera ido a otro país yo nunca hubiese transicionado. Fue una especie de reflejo de valentía, algo que digo en la película. Cuando se fue yo no podía verla, pero sólo comencé a verla luego de que se fue. Creo que la película tiene que ver con el cuerpo. Hace un año que decidí hacer la transición, después de mucho tiempo de grabar material. Es ahí cuando la película toma verdadera entidad, como si el cuerpo hubiese tomado registro de pistas que habíamos dejado. La película me llevó a la transición y la transición me llevó a la película”.

Mi pecho está lleno de centellas se exhibirá el martes 12 de noviembre a las 19 horas en Cine Arte Cacodelphia (Av. Pres. Roque Sáenz Peña 1150), como parte del Ciclo de Cine y Diversidad Sexual.