El tiempo que tenemos 6 puntos 

We Live in Time, Estados Unidos, 2024 

Dirección: John Crowley 

Guion: Nick Payne 

Duración: 85 minutos 

Intérpretes: Florence Pugh, Andrew Garfield, Grace Delaney, Lee Braithwaite.

Estreno en salas.

Drama romántico en toda regla, a El tiempo que tenemos no se la puede acusar de traición. Al contrario de otras de su tipo, con la icónica Love Story (Arthur Hiller, 1970) a la cabeza, esta película plantea de entrada el destino trágico de uno de sus dos protagonistas, Tobías y Almut, la clásica parejita en cuestión. Es decir que la consigna consiste en relajarse y gozar del cuento. Aunque en este caso sería más apropiado decir relajarse y llorar, sabiendo que el llanto en el cine es una reacción tan válida y catártica como la risa, el enojo o el sobresalto y que hasta puede vincularse a una forma de disfrute estético, cuando una película consigue esa respuesta del público sin ánimos dolosos.

La posibilidad de empezar revelando un elemento dramático que este tipo de películas suelen reservarse para el final, está vinculado a la decisión de narrar alterando el orden cronológico. Por el contrario, El tiempo que tenemos utiliza el montaje paralelo para cortar la historia en tres partes y hacerlas avanzar de forma simultánea. Ese juego tiene un efecto positivo, no solo porque evita que el golpe quede asociado a una vuelta de tuerca final, sino porque reparte su fuerza a lo largo de todo el relato. Pero con la suficiente inteligencia como para que esa emoción mantenga su potencia en el último tramo del relato, solo que de forma más amorosa, haciendo que las lágrimas sean consecuencia de una construcción genuina y no solo del dolor de un dedo en el ojo en el último round.

Eso le permite no solo combinar situaciones emotivas con otras más tristes, sino también jugar decididamente con momentos de buena comedia. Que los protagonistas sean dos actores versátiles como Andrew Garfield y, sobre todo, Florence Pugh ayuda mucho a que el abanico emotivo del relato se mantenga siempre dentro de un rango verosímil. La química entre ambos funciona muy bien y sobre esa fuerza tracciona toda la película, que, más allá de sus méritos, también es cierto que nunca se aparta demasiado de las fórmulas y de lo predecible dentro del género.

Podría decirse que El tiempo que tenemos comparte algunas características con Marley y yo (David Frenkel, 2008), en especial la facilidad con la que ambas oscilan entre sus altos y bajos. Incluso el guion se permite colar algunos chistes bastante efectivos acerca de un perro, pero que se vuelven más interesantes si se los lee como indirectas dirigidas hacia aquella película, una de esas donde justamente la tragedia y las lágrimas aparecen al final, sin grandes anuncios previos. En ese sentido, El tiempo que tenemos es más sinuosa y bipolar: en una escena te vas a reír y en la siguiente vas a llorar, así hasta el final.