Un policial andino, local, deudor en algunas estructuras de los anglosajones creados por Arthur Conan Doyle, Edgar Allan Poe, o Agatha Christie y a la vez lejos de ellos: un oficial kolla que debe resolver un asesinato en medio de Chaco salteño, esa es la trama que despliega Carlos Müller en "Siwok Wet la casa del pájaro carpintero", editado por El Demiurgo.
El libro es la quinta novela del autor, quien también ha publicado poesía, cuentos y dramaturgia, y se presentará hoy a las 19 en el Museo de la Ciudad “Casa de Hernández” (La Florida 97), con entrada libre.
La ficción, de características particulares, continúa la saga de su antecesora "Kelloticar el campo de flores amarillas", se desarrolla en lugares remotos de la provincia. Ambas obras tienen un protagonista en común: el Sargento Guanuco, quien, para esclarecer los crímenes y conflictos no apela a los conocimientos científicos o tecnológicos del policial clásico sino a sus saberes y experiencias ancestrales. Para adelantar algunos detalles, el escritor recibió a Salta /12.
-Esta tarde presentará la novela "Siwokwet la casa del pájaro carpintero", una particular historia policial ¿qué lo llevó a crear y publicar una obra de estas características?
-El género o subgénero policial posee un amplio espectro y ha sido desarrollado con diferentes características -que van desde el clásico anglosajón hasta el policial negro, con todas sus variantes intermedias-, dentro de las cuales también puede tocarse el llamado realismo “sucio” donde siempre están involucrados los márgenes de la urbe. Suele tener una característica: más allá de un argumento cuidadosamente lógico y elaborado y de una trama atrapante. Muchos de ellos son de manera directa o indirecta una crítica al sistema o una oportunidad para mostrar las debilidades del sistema, con sus zonas oscuras. Me pareció entonces que faltaba algo y ese algo surge del gran desconocimiento que hay acerca de la Argentina profunda, no ya de los márgenes urbanos, que sí han sido abordados por la literatura o el cine y las series, con distintos resultados y muchas veces con estereotipos groseros. Fui maestro rural durante veinte años en diferentes zonas alejadas, trabajé luego en educación no formal con organizaciones campesinas y pueblos originarios, pero antes de todo eso ya era escritor, y antes que escritor fui lector, entonces percibo que a mis lecturas he podido agregar lo no escrito, los aprendizajes y conocimientos que iba encontrando en ese interior profundo que también es parte de nuestra realidad, aunque se la niegue o se la condene a desaparecer de la mano de la agroempresa o el extractivismo en todas sus variantes.
-A partir de esa profundidad y experiencia ¿Qué encontrarán quienes lean las páginas de su nueva obra?
-Una lectura de ritmo narrativo ágil en un escenario desconocido, escenario que hoy sólo es noticia por la muerte de los niños por desnutrición o por la miseria, nunca por sus saberes, por la riqueza cultural, lo que impide ponerla en valor. Esas zonas son ricas por la diversidad de recursos naturales, pero también lo son por la diversidad étnica y cultural que es parte de nuestro patrimonio, como lo son los recursos naturales. Allá vive gente, gente que sueña, que estudia, que posee una cultura y una lengua diferente a la nuestra; gente que tiene el derecho a elegir un proyecto de vida distinto al que se le impone. Mostrarlos como protagonistas, decirlos, es darles entidad.
-La trama se desarrolla en lugares recónditos de la provincia esta vez en el monte chaqueño y la frontera y, con el primer tomo de la saga, en la puna y los valles de altura ¿cómo y por qué seleccionó esas locaciones, qué le aportan esas geografías a lo narrado?
-El lugar elegido nos ofrece un escenario natural distinto al que estamos acostumbrados pues la cultura oficializada es urbana o una visión folclórica estereotipada de lo rural. El escenario elegido influye decididamente en la trama y en el espíritu de cada región; en cierta medida hay, sin caer en el determinismo, un ambiente físico y climático duro, hostil en Kelloticar, y el escenario del crimen es un puesto alejado en los cerros. Pero con las primeras lluvias todo reverdece y nacen las kelloticas, los lirios silvestres que brotan y cubren de amarillo el campo. El caso de la segunda novela, "SiwokWet la casa del pájaro carpintero", transcurre en una locación absolutamente diferente y ello impone sobre el protagonista condiciones especiales a las que no está acostumbrado y, por lo tanto, debe adaptarse y ello le exige nuevas formas de intervención pues debe responder como policía y como indio frente a los indios que desconfían de él como kolla. En definitiva, ambas novelas son la oportunidad para conocer un poco más acerca de ese país del olvido, que al capital y al Estado actual sólo le interesa como posibilidad de entregar los recursos naturales al extractivismo y condenar a sus habitantes a migrar o desaparecer. Porque no olvidemos que en esos márgenes vive gente, gente que va siendo empujada cada vez más fuera de sus tierras ancestrales.
-Señaló que Guanuco es enviado para solucionar un conflicto entre la policía y las comunidades originarias, a medida que se interioriza en los hechos comprende que la situación es mucho más compleja. En ese contexto, ¿cree que la ficción resuelve cuestiones pendientes en el ámbito de lo real?
-No sé si resuelve cuestiones pendientes pero, al menos, las expone. Luego está la reacción que cada lector puede tener respecto a eso, hay quienes sólo lo valoran –o no- como recurso literario pero, en lo personal, yo siento que no he sido el mismo después de haber leído determinados libros o de haber visto ciertas películas, como tampoco luego de vivir otras experiencias que me han marcado para siempre. Hay una mezcla de lo que leemos o nos ofrece el arte y las experiencias de vida, que se dan como hecho fortuito o que uno busca de manera premeditada. Un ejemplo: durante la dictadura con mi compañera elegimos estudiar para maestros rurales y, a pesar de contratiempos y riesgos que nos pudieron haber costado caro, seguimos adelante con la opción de una suerte de exilio interior y de salir/entrar a enseñar, aprender, conocer, meternos adentro del país que no conocíamos. Para muchos se trataba de un disparate, pero lo hicimos tal vez sin medir las consecuencias y salió bien. Es probable que ese cambio individual no alcance para modificar las cuestiones pendientes en el ámbito de lo real, pero la suma de las individualidades, es decir, cuando lo personal se trasforma en demanda social se vuelve político y lo colectivo sí puede transformar la realidad.
-En los dos títulos de la serie hay palabras en lengua wichí, ¿por qué tomó esa decisión?
-Mi vínculo con el Pueblo Wichí se inicia en 1979, cuando vamos a trabajar de maestros a un lugar absolutamente desconocido para nosotros: Alto de la Sierra, en Rivadavia Banda Norte, Salta. Allí casi un 80% de los alumnos eran wichí y el resto, criollos y esa situación fue determinante en mi vida. Años más tarde convocado por la Asociación Lhaka Honhat, del área del Pilcomayo, participé de algunas asambleas para informar los cambios que fueron introducidos con la reforma constitucional de 1994 respecto del derecho indígena –derechos que treinta años después aún no se respetan. Allí conocí a Laureano Segovia, historiador wichí de Misión la Paz, con quien a partir de entonces colaboré durante muchos años en el taller de la Memoria de Misión La Paz y con la publicación de dos libros bilingües de su autoría, en los que recoge la historia oral de su pueblo. Con él filmamos, junto a Ricardo Bima, el documental Tewok, sobre la historia reciente del Pueblo Wichí narrada a través de los relatos que Segovia registró. Sus enseñanzas y su amistad han marcado también mi vida y mi quehacer literario desde una nueva perspectiva: escribir no constituye sólo un hecho personal, individual, sino que puede convertirse en algo colectivo que recoge todas las voces y un aporte a la construcción de la memoria colectiva en tiempos en que el olvido parece ser moneda corriente; reunir las memorias de un pueblo es recuperar su historia y asegurar la lengua. Lamentablemente, él falleció durante la pandemia. Es una gran perdida y un vacío difícil de llenar.
-¿Encuentra algún tipo de desafío al publicar un policial salteño?
-Ninguno, creo que lo local se vuelve universal en la medida que no apele al chauvinismo o a los lugares comunes. Tal vez -y sólo se trata de una expresión de deseo- alguna vez el público policial de Salta o de cualquier lugar también sea parte de los lectores de estas obras y pueda disfrutar de ellas, y reflexionar tal vez sobre el propio mundo laboral; es decir, sobre la ética profesional, la currícula oculta institucional y sus propios conflictos.