"A la Argentina la veo bien. Por años estuvo muy mal y ahora van cambiando cosas para que se pueda mejorar", expresaba días atrás el "Dibu" Martínez. Palabras que uno aconseja acercarse con el mismo espíritu de los predicadores que no saben descifrar el texto sagrado: con fe.

Una opinión respetable y valiente dentro del marco democrático que nos asiste de libertad de expresión. Faltaría más. Pero la idea de compartir la misma realidad parece algo lejano. La evidencia de "verdad" que manifiesta no se revela a través de argumentos convincentes sino como expresión evidente y directa de una construcción de la realidad. ¿Tal vez un engaño involuntario de burlar la realidad? ¿Tal vez una muestra más de hasta qué punto nos ha dejado de importar la verdad? Vaya uno a saber. Lo cierto es que cabe preguntarse en qué parte de la realidad del "Dibu" se ubican esos ciudadanos que tienen la mala costumbre de comer tres veces al día y considerar como una hazaña cotidiana llegar a fin de mes.

Hoy lo esencial no es solo la instalación en el imaginario colectivo del relato, sino algo más sofisticado: la "desfactualización". Aquello que consiste en enmascarar y distorsionar la realidad, en vaciarla de los hechos mismos, para generar un estado de opinión alterado. Un espacio donde no solo se renuncia a la verdad, sino al apego de la verdad.

En un mundo compuesto de ganadores y perdedores, la frustración de los que no logran el éxito social en ocasiones es simétrica a la soberbia de quienes lo consiguen. No es extraño escuchar a los que alcanzan cierta celebridad futbolística presumir de orígenes humildes, grisáceos, para luego, con la fama bajo el brazo, abrazar la idea de que la pobreza no es provocada por una injusticia social sino por el resultado de un fracaso personal. Sin comprender que la pobreza es la negación de la libertad y la pobreza intelectual es la negación de la razón como herramienta para liberarse de las formas de explotación.

En tiempos donde el emotivismo domina el espacio público desde la posverdad, nace esta tierna caricia del mejor arquero del mundo a un Milei negacionista de los crímenes de la dictadura, del cambio climático, del covid, de las organizaciones LGBTIQ+, de la violencia de género, antiabortista, antivacunas, privatizador, dispuesto a vender órganos, armas, recortar derechos, salarios, jubilaciones, con la misma alegría que clona perros y departe noches con su difunto chucho Conan. Todo un catálogo para comprenderse a sí mismo y explicarse ante los demás.

El desdén hacia el dolor del otro no es un rasgo intrínseco al ser humano, sino algo que se cultiva socialmente, que se construye. Hay que emplearse en la construcción de un nosotros, que no es la suma de un yo más otro yo, sino la consecuencia de la transformación de esas dos identidades singulares en otra plural. Esa capacidad de transformar un país hostil, lleno de márgenes y periferias, en un lugar habitable, en un nuevo horizonte de esperanza colectiva. Lejos de esa “Argentina que la veo bien” de auténtica descomposición social. Se trata de achicar un poco, solo un poco, este infierno que nos habita.

(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979