Mendoza es probablemente la provincia cuyo turismo se declina del mayor número de modos posibles: además de las muy populares visitas a viñedos con degustación, hay ciclos de música clásica, de rock y de tango en las bodegas, un rally con autos clásicos, visitas temáticas en torno a la arquitectura bodeguera, festivales varios, cine temático, bicicleteadas, una de las mejores gastronomías del país y otros etcéteras. Solamente en torno al vino y las bodegas, la ciudad y los valles cercanos tienen algo para proponer o generan algún motivo de visita durante todo el año, especialmente la Fiesta de la Vendimia. La Ruta del Vino mendocina y sus distintas variantes hasta hacen olvidar a veces que la provincia es también un paraíso para las actividades al aire libre y el turismo aventura (desde el parque termal de Cacheuta hasta los centros de esquí, el turismo científico en Malargüe o las salidas de aventuras en San Rafael).
Con tantas propuestas, todo parece servido en bandeja para que cada uno arme su programa ideal. ¿Qué tal, por ejemplo, un fin de semana lleno de glamour en los mejores lugares de la ciudad y del Valle de Uco? Un fin de semana alcanza, para jugar a cambiar de paradigma o regalarse un upgrade por un par de días. Es solo una idea entre muchas, que empieza siguiendo la huella de una auténtica-falsa princesa rusa, sigue con amaneceres en medio de viñedos al pie de la Cordillera y una cena al calor de de siete fuegos, y termina en una escapada con una “experiencia Malbec” en una de las mayores bodegas de Luján de Cuyo.
VIERNES, BIENVENIDA La Plaza Independencia es un gran espacio verde en el centro de Mendoza. En todas las demás ciudades del país sería el primer lugar para recorrer, pero este no es el caso. Se la cruza rápidamente para ir desde la peatonal Sarmiento –donde hay varias vinotecas y bares cuyas terrazas desbordan sobre la calle bajo la sombra de grandes árboles– hasta el Teatro Independencia y el hotel Park Hyatt, dos joyas de estilo clásico transplantadas desde la lejana París hasta el pie de los Andes. El primero es una especie de hermano menor del Colón y es el orgullo cultural de los mendocinos. El segundo es desde hace un siglo la dirección más chic de la ciudad. Bajo el nombre actual, se trata del antiguo Plaza construido a principios del siglo pasado, al mismo tiempo que los demás grandes hoteles que formaron una red de lujo en todo el país en tiempos de la Argentina dorada. El refinado ambiente del lobby recibe a los huéspedes con un piano de cola y lujosos sillones. La terraza del hotel y sus restaurantes mira hacia aquella plaza que trata de lucirse de noche si no puede hacerlo de día: un gran cartel con el escudo de Mendoza brilla con leds de colores. Es uno de los mejores apostaderos de la ciudad: aquel desde donde hay que ver y ser visto. Los faroles que iluminan las mesas tienen un pequeño secreto: fueron conservados del edificio original, junto con la fachada, mientras todo el resto se reconstruyó hace un par de décadas. Aquellos postes de metal esconden el grabado de una mujer de perfil. La historia no oficial del hotel cuenta que se trata de Rosario Schiffner de Larrechea de Zouloff, que quedó para siempre en la historia de las crónicas locales como “la condesa”. Era hija de un magnate argentino de principios de siglo XX y sus padres la educaron a ella y su hermana para hacerse cargo de la fortuna familiar. Se la recuerda tanto por este título nobiliario ostentoso como por haber sido una de las primeras mujeres de negocios del país. Fue también una gran coleccionista de arte, que legó sus miniaturas al Museo de Arte Decorativo de Buenos Aires. Y fue la esposa del conde Serguei Zubov, heredero de una dinastía de nobles rusos entre los cuales figuró un amante de la zarina Catalina la Grande. En París, donde vivía en exilio luego de la Revolución de Octubre, era conocido como “le beau Serge”. Fue donde conoció y se casó con la heredera argentina. Los Zouloff (o Zubov, el nombre fue afrancesado en algún momento) se cuentan entre los inversores y promotores del Plaza de Mendoza (ella también construyó el Lancaster de Buenos Aires), una muestra del lujo europeo más extravagante en en lo que seguía siendo un pueblo en medio del desierto cuyano.
FIEBRE DE LA ARÍSTIDES En el Hyatt no quedó nada tangible del Plaza fuera de la fachada. Lo que sí ha perdurado son las anécdotas, como las que recuerdan a la estrafalaria condesa, y numerosas vivencias. Para muchas familias forma parte de su historia. Casamientos, festejos, graduaciones, cumpleaños, celebraciones: buena parte del cuaderno social mendocino se ha vivido en el primer Salón de los Espejos. Su actual sucesor conservó el nombre y cierta idea de elegancia. De generación en generación se pasan las postas de fiestas en este lugar; por eso el hotel es mucho más que una fachada icónica del centro mendocino.
Sin embargo, para los que no quieren confinarse en la historia y buscan descubrir sabores más allá del grill, el bistró, el bar o el restaurante, el plan es ir hasta la vecina calle Arístides Villanueva. El nombre de aquel político del siglo XIX es hoy día sinónimo de buenas mesas y movida nocturna. En pocos años se impuso como el epicentro de la noche y a lo largo de varias cuadras es una larga sucesión de locales. “La Arístides” es un lugar que le hubiera gustado a Serguei Zubov y le hubiese recordado las lejanas noches parisinas.
SÁBADO, BLEND PROPIO El Valle de Uco deslumbra siempre a los visitantes. Hay que ser por demás exigente para no dejarse impresionar por el contraste entre las prolijas hileras de los viñedos y la majestuosidad salvaje de los Andes que cercan el horizonte. De mañana, el sol ilumina las montañas de frente y les pone brillo a las nieves eternas que coronan las cumbres. Es con esta misma luz que se llega al portón de The Vines, luego de una hora de ruta desde el centro de la ciudad.
Este emprendimiento es prácticamente único en su género. El norteamericano Michael Evans, junto con inversores locales, compró varios cientos de hectáreas en el valle para crear un private vineyard, en buen criollo una especie de condominio de viñedos. Se venden parcelas a particulares que quieren cumplir el “sueño del vino propio” pero no se animan a hacerlo solos. La empresa se encarga de plantar las vides, cuidarlas, cosechar las uvas y elaborar vinos personalizados. Los dueños participan –o no– en todo momento del proceso y pueden visitar sus parcelas cuando quieran. Pero son muy pocos los que hacen este seguimiento tan de cerca, como lo explica la directora de bodega y sommelier de The Vines, Mariana Onofri. “Algunos de los propietarios se involucran mucho y vienen varias veces al año. Otros compraron y nunca más volvieron. Reciben sus vinos en sus casas, luego de habernos dado algunas indicaciones sobre sus preferencias”. Es que en realidad, con excepción de contados argentinos, todos los dueños de las parcelas son extranjeros: principalmente anglosajones y en menor cantidad brasileños. “Ayudamos a desarrollar marcas para cada uno. Son vinos para consumo personal aunque sabemos que algunos de ellos están vendiendo parte de su producción, que puede ascender en algunos casos a varios cientos de botellas cada año”. Mariana explica también que se elaboran tantos vinos como propietarios hay en este country que le hubiese encantado a Baco. Por esta razón plantaron lo que se ha convertido con toda probabilidad en el mayor abanico de cepajes en una sola propiedad de todo el país, con una esperable predominancia del Malbec.
Luego de que cada visitante se haya instalado en las lujosas villas del resort de The Vines (regularmente nombrado entre los mejores del continente), Mariana los invita a la actividad más apreciada de la estadía. “Vamos a aprender a elaborar un blend. Les voy a traer varias botellas de vinos que producimos aquí, las van a probar y luego las combinarán según sus gustos”. Es una especie de juego, pero se hace con mucha seriedad. En cuanto al resultado, a veces supera las expectativas y otras veces no tanto. Uno no se convierte en enólogo tan fácilmente, pero lo seguro es que se aprende mucho en muy poco tiempo sobre el vino y su elaboración.
DE NOCHE, SIETE FUEGOS Botella de un blend personal en mano, es tiempo de disfrutar las villas. El resort y su spa fueron construidos a orillas de una pequeña laguna en medio de los viñedos. Por donde se mire, solo se ven las estrías verdes de las cepas, creando un paisaje de precisos patrones geométricos. Por la tarde, el sol está por encima de la cordillera y las montañas se dibujan o se esfuman en un juego de luces y sombras. Pronto se verán envueltas en una manta que irá oscureciéndose poco a poco. Desde la terraza privada de cada villa se puede admirar este show de la naturaleza sin pantalla de por medio. El sistema Sonos de cada casa asegura la banda sonora. Al mismo tiempo, en la cocina al aire libre del restaurante el chef Diego Salvador ya pusieron en marcha los siete fuegos con los que cocinará para la cena. Salvador se formó con Francis Mallmann y está a cargo de la elaboración de los platos diseñados por el chef. Cuenta que su fuego preferido es “aquel del horno de barro. Porque demanda muchas técnicas de cocina. Es el único fuego que nunca se apaga. Dejamos ese horno prendido con brasas incluso durante la noche”.
DOMINGO, PURO MALBEC El amanecer en Tunuyán, entre viñedos y montañas, no tiene precio. El alba colorea brevemente los picos de rosa antes de despertar el Valle de Uco. Es el momento que eligen los zorros para dar una última vuelta en busca de comida, antes de las horas calurosas del día. Las primeras cuadrillas de peones no tardarán en empezar con la tarea de la jornada, entre las hileras de cepas. Luego del desayuno y una ronda final para sacar fotos, es tiempo de emprender el camino de regreso. Pero este fin de semana “upgrade” no termina todavía: aún falta una última parada antes de volver a la ciudad de Mendoza.
Perdriel es un paraje de Luján de Cuyo. Ahí está la bodega Norton, una de las más antiguas del país, y también una de las más grandes. Como muchas otras, está abierta al turismo. Pero además del habitual recorrido por las instalaciones se abren divertidas propuestas. Por ejemplo, con solo dos horas uno puede convertirse en enólogo por un día: luego de degustar varios Malbec con un especialista de la bodega, se los utiliza para crear un blend y, como la botella se lleva de regalo, la experiencia incluye el diseño de la etiqueta. Si uno dispone de una hora más, se puede optar por la Experiencia Alta Gama, que abarca degustaciones, una visita a la centenaria casona de la familia Norton y un almuerzo en el restaurante La Vid. Con más tiempo aún, cualquiera de estas dos actividades se puede coordinar con el programa “Trabajando mi tierra”, para convertirse en aspirante a viticultor y vendimiador. Según la época del año se participa en tareas como poda, desbrote, deshoje, raleo o cosecha.
Estas tres actividades son algunas de las propuestas más llamativas de la bodega, que también invita a picnics en sus jardines, safaris fotográficos, degustaciones personalizadas, clases de cocina y actividades especialmente pensadas para los chicos. Belén ideó varias de esas propuestas. Destaca que la favorita es la degustación Terroir: se presentan tres Malbecs que fueron elaborados con uvas de tres viñedos distintos. “Junto a uno de nuestros especialistas, se arma una cata para aprender a diferenciarlos. Uno de estos vinos proviene de vides que tienen más de un siglo, otros de plantas muy jóvenes. Los cincos sentidos entran en acción durante esta cata”.
Poco a poco los vinos van destilando sus secretos y hasta los más neófitos se vuelven al aeropuerto con nuevos conocimientos, prometiéndose mirar las etiquetas con más atención, visitar alguna vinería cerca de casa o tratar por lo menos de maridar sus vinos con los platos durante la próxima cena con amigos.