No fueron 25 años sino 26 los que pasaron desde que apareció Moon Safari, icónico álbum que trajo de regreso a Air a Buenos Aires, en la noche del miércoles. A fines de los 90, el celular más groso era el Nokia 5510, y reproducía música en formato MP3. Recién nacía el motor de búsqueda de Google, y el CD disfrutaba de su esplendor. Mientras que Ruth Infarinato se emocionaba cuando presentaba en MTV Latino los incipientes videos de la banda francesa, en los que un gorila de peluche conquistaba la luna y dos chicas protagonizaban (en tiempo gravitacional) una partida de ping pong a lo Mortal Kombat. Sin embargo, ese disco era complejo de representar en vivo. Sobre todo por la cantidad de chiches que le dieron vida a esa cosmogonía sonora. Así que la performance terminó distando de la idea original.
Pero el mundo cambió abruptamente, al igual que la resistencia de Nicolas Godin a recrear ese trabajo tal cual lo parió. Y es que en 1998 los recitales con los que salieron a presentar su debut ofrecían versiones muy distintas de las canciones, como la reinvención pseudo punk de la aletargada “Kelly, Watch the Stars”. Eran prácticamente irreconocibles. Lo que provocó el desconcierto del público, a un instante de la decepción. Una de las ventajas de hacerse mayor es que ayuda a ver las cosas con otra perspectiva. También permite hacer las paces con el pasado, por más que cueste un cuarto de siglo. Tras salir de gira en marzo último para festejar esta obra fundamental del pop electrónico, el tándem se encuentra disfrutando de su juventud por segunda ocasión. No es ninguna especulación: lo suelen decir ellos mismos.
Su intención esta vez era tocar Moon Safari ellos dos solos, evocando el ingenio con el que lo grabaron. Aunque apoyados por un baterista. Entonces se volvieron a vestir de blanco, y sacaron ventaja de la tecnología. Por eso descartaron la posibilidad de contratar a otros músicos para reproducir los suntuosos arreglos de cuerdas y de caños. Los primeros los hacen con un mellotrón (instrumento de teclas que replica el sonido de las orquestas) y los otros los emulan con un sintetizador. Esa decisión colabora con el espíritu de nostalgia retrofuturista que generan las 10 canciones que constituyen el repertorio. De la misma forma que el rescate del vocoder, al que ahora pueden recurrir para cantar sin necesidad de despegar las dos manos del teclado. Y lo que quedó fuera fue porque no era esencial.
Luego de lo que lo que mostró el dúo en el Movistar Arena, no hay duda que darle revancha al disco, y de esta manera, fue una gran decisión. Y es que dos décadas y media más tarde, esta carta de presentación del “french touch” (arrebato electrónico galo, devenido en revolucionaria escena, del que también fueron parte Daft Punk, Laurent Garnier, Justice y todo aquello que proviniera de la “drapeau tricolore”), suena superior. Fue algo así como si lo hubieran vuelto a grabar, sacando a relucir sus texturas, matices, espacialidad, rítmica y psicodélica. De paso, con esa finura tan característica de los versalleses. Algo afín a lo que hizo en mayo pasado la banda estadounidense Tortoise, cuando revisitó en Niceto Club otro de los discos esenciales del cierre de los 90: TNT. Y en ninguno de los dos casos se conjuró a la nostalgia. No fue necesario.
Ni siquiera la kilométrica cola que sorprendió a la masa que se acercó hasta el predio de Villa Crespo, y que retrasó el ingreso a pocos minutos de que el grupo se subiera a escena, logró enturbiar esta literal excursión a la luna. Como suele suceder en todas las celebraciones de discos, Air respetó el orden de la lista de temas. En ese sentido, no hubo sorpresas. Comenzaron con “La femme d’argent”, caminata lujuriosa por el trópico estimulada por la dialéctica entre la narcosis y el groove. En tanto eso sucedía, la pantalla vertical que se encontraba detrás del baterista, y que iba de un extremo a otro del escenario, sugería el recorrido de un carrete de fotografía analógica. Combinado con flashes de luces blanca. A continuación, en ese mismo paredón surgió la animación del gorila de peluche que da vida al video de “Sexy Boy”.
Al tiempo que corría el hit de la banda, los teclados profundizaban en las intensidades. Cambiando así el espectro de atención, lo que el público supo agradecer y devolvió con una ovación. Esto dio pie para que el tecladista Jean-Benoît Dunckel saludara por primera vez. Tanto él como Godin se daban la espalda generalmente, cada uno ubicado en una punta del escenario. En “All I Need” centraron su atención en los teclados setentosos para construir una versión aún más ambiental y lisérgica del tema, con esos cuatro acordes souleros que advertían la entrada de la voz. Reemplazando en esta oportunidad el aporte de la cantante Beth Hirsch por onomatopeyas. Lo más próximo a un remix. Y tras esos halos de luces rojos en las pantallas, brotaron unas mesas de ping pong, invocando a “Kelly, Watch the Stars”.
Este himno del binomio se comportó más modular, cósmico y groovero: rasgo último cuyo ensalzamiento atravesó a todo el show. Reforzado por el acertado trabajo del baterista Louis Delorme, quien golpeaba a esos tambores como quien le da forma a un almohadón antes de apoyarse en él. Después de las estrellas, irrumpió el sol en la puesta en escena. Y Godin se colgó el bajo para la libidinosa “Talisman”, clima tenso que contrastó con el de “Remember”, donde la ternura consiguió cobijo en las melodías y en ese vocoder (hermano mayor del autotune trapero). Aunque el peso y culmen del recital recayó en la orgásmica “You Make it Easy”, donde la voz manipulada de Godin sustituyó a la de Hirsch. Y, acto seguido, éste tocó la guitarra acústica, a lo Paco de Lucía, en la burbujeante “Ce matin là”.
Folk y psicodelia se abrazaron en “New Star in the Sky”, lo que anunció el desenlace con la surrealista “Le voyage de Pénélope”. Una vez que acabó el homenaje a Moon Safari, la terna saludó al público y salió de escena. Regresaron con una selección de temas que se ajustó estéticamente al relato propuesto. La atmosférica “Radian” inició este tramo del viaje, seguida por el R&B “Venus”. La sutil y barroca “Cherry Blossom Girl” desató pasiones, y “Run” puso la tilde experimental. “Highscool Lover” se tornó en una oda a la belleza clásica, en contraste con la fuerza krautrockera de “Don’t Be Light”. En tanto que “Alone in Kyoto” y “Electronic Performer” se encargaron del bis. En esta tercera visita, Air confirmó la creencia de Carla Sagan de que la vida es un vistazo momentáneo de las maravillas de este asombroso universo.