Convertir el agua en vino ya no es milagrosa exclusividad de Jesucristo, conforme hizo antaño en las bodas de Caná. Ahora la ciencia se adjudica la prodigiosa habilidad, al menos en apariencia, gracias a un nuevo dispositivo desarrollado por un equipo de investigadores de la Universidad Nacional de Singapur, liderado por el especialista en Ingeniería Eléctrica y de Computación Nimesha Ranasinghe. El mentado adminículo, bautizado Vocktail (sucinto modo que han encontrado para hablar de “cocktail virtual”), es un contenedor de muy alta tecnología, una propuesta multisensorial. Al parecer, recrea este vaso “mágico” un sabor a elección gracias a electrodos colocados en su borde, que estimulan el área correspondiente a lo amargo, lo salado, lo ácido, lo dulce en la lengua (la teoría de las cuatro zonas gustativas, vale aclarar, es por muchos considerada un mito). Completa la ilusión una luz LED que modifica el color del líquido, y el toque final: gases emitidos que emulan la fragancia de la bebida que uno supone estar probando. Et voilá: modificados el gusto, el aspecto y el aroma de la incolora, inodora e insípida agüita para hidratar y refrescar. Claro que ninguna experiencia hoy en día está completa sino involucra un celular; y  explica Ranasinghe que el invento –que se maneja a través de una aplicación del smartphone que permite personalizar la bebida a gusto del consumidor– podría permitir que la gente comparta vocktails con amigos a distancia, transmitiendo los correspondientes datos del “trago” vía Internet. “La gente siempre sube fotografías de sus bebidas en las redes sociales. ¿Por qué no compartir el sabor también? Ese es el objetivo final”, sueña Nimesha sobre una propuesta en tempranos estadios de desarrollo, que pretende –a su decir– “abrir una nueva etapa en el campo de los experimentos sociales, aplicados a los alimentos”. Con cero calorías y cero graduación etílica. Demasiado, demasiado virtual…