Preguntas. Varias que, arremolinadas, giran alrededor de cómo entender y pensar un cancionero que dialogue, discuta y abrace –sobre todo abrace– la cuestión del obraje musical, del hacer. ¿Cómo se entrelaza, dónde encontrar eso en la música argentina? ¿Qué pasa cuando eso mismo es una especie de llamamiento a pensar y repensar el cotidiano primero, las andanzas tempranas en algún pueblo de alguna provincia del norte argentino? Es volver a ciertos puntos de partida a partir de ciertas canciones. Para Nadia Larcher algunas de esas preguntas son necesarias.
Hija de madre tejedora criada en la alta montaña y padre mecánico, nació en el barrio de Huachaschi, Andalgalá, provincia de Catamarca. Hurgó desde joven en las fiestas de la región pero no tardó en correrse de allí. “De los diez a los catorce canté en festivales, peñas. Salíamos en la F-100 de mi viejo a ver si llegábamos o no. Es mecánico, así que siempre llegábamos. Cuando apareció la necesidad de cantar una música no tan comercial, ya eso me quedó como a cierta distancia. Empecé a tensionar un poco con esos espacios. Seguía pero cantando otras cosas, ¿no? De a poco tomé conciencia de la tensión cultural que existía entre la música que pasaban por la radio y la que no se escuchaba pero estaba y formaba parte de la identidad cultural del pueblo, de mi región”.
Hacia 2012 y casi a sus treinta años Nadia llegó a Buenos Aires guiada por la inquietud de vivir en una ciudad grande: “ya estaba por desmalezar una quintita para empezar a levantar una quinchada”. Aunque no tarda en contar que había ya otras cosas tramando la venida. “Además de venirme junto a la persona con la que hoy seguimos juntos, estuvo el impulso de Nacho Vidal de armar algo”.
A LO BESTIA
Con Nacho Vidal –dibujante, músico, productor– se conocieron en esos días agitados alrededor del regreso del Dúo Salteño en 2005. Ambos estaban siguiendo sus recitales: lo llamaron Coplas del regreso. Ella salía de ensayar con una banda de rock de sólo chicas –Lena Lobuna se llamaba– y él quiso llegar a Antofagasta pero no: recaló en la plaza de Andalgalá. Allí la charla fue ganando en nombres propios y afinidades selectivas: Spinetta, Cuchi Leguizamón, Mercedes Sosa, Manuel Castilla, Dúo Salteño claro. Así, de a poco y durante todo este tiempo fueron pensando, armando una suerte de repertorio que este año se materializó en el primer disco del dúo Serarrebol: Halo Bestia. Cuenta: “Ahí me cerró la idea de cantar con otro y discutí un montón de cosas: el vibrato, cantar a volumen. Son composiciones de Nacho laburadas a lo largo de todo un año en un sonido de a dos voces y una guitarra. Hay un efecto que da otra sonoridad, la búsqueda era lograr que ambas voces generaran una sola. Eso es lo que queríamos. Y nos fuimos conociendo en esa cosa de aunar, de estar al servicio de la canción. ¿Qué hay que hacer para que la canción sea hermosa y llegue a un lugar al que no va a llegar ninguna otra cosa? Trae un poco ese extrañamiento que genera una nueva música”.
Y agrega: “Seraarrebol me permite transparentar que a un músico popular también lo atraviesan muchas más músicas”. En Halo Bestia –que contó con una larga lista de invitados– hay un trazo más o menos oblicuo de la canción folclórica: aires de zamba y de tonadas folk, de yaraví; la resonancia spinetteana en la exquisita “Dos laberintos” (“la simplicidad de volver donde pienso el origen (…) tengo el resplandor donde un trueno es esta lluvia indiscreta, una eternidad, un instante, un reloj y la espera”), el recitado “Muerte fabulosa de los caballos” (a partir de un relato de Juan Andrés Despouy, en un registro que le calza ideal a Nadia). Todo tiene un matiz melancólico. Hasta sombrío. Y todo, bajo una fortísima impronta vocal, corrido desde la canción hacia lo experimental. Del centro hacia ciertos contornos. El arte interno es exquisito: una especie de caja china que se pliega sobre sí misma. Y hay que detenerse en la tapa: si hasta parecen dos miniaturas -dos cuerpos encogidos- en medio de la inmensidad y la nada que sugiere ese patio inmenso, esas galerías oscuras. Vale volver sobre cierta imagen que es tan elocuente y literal como metafórica: dos músicos que se encuentran en alguna noche provinciana y deciden perseguir, a su manera, el surco de dos voces esenciales del cancionero argentino.
TU MÚSICA HARÁ LA MARAVILLA
En aquella venida a la capital manoteó algunos libros. Entre ellos una compilación de la obra de Luis Víctor “Pato” Gentilini hecha por Ricardo Kaliman. Ella quedó prendida y así fue macerando la idea de hacer algo con eso. Quizás era el modo de venirse y traerse algo más. Quizás era el motivo para volver a ir, y venir y volver. Lo que se dice: eso que se lleva para siempre con uno.
Así surge Proyecto PATO –junto a Lucas Pierro (piano y dirección musical), Patricio Gómez Saavedra (guitarra) Nicolás Fernández (contrabajo) y Gustavo Chenu (baterías y percusiones)–: interrogantes, pesquisas sobre la obra de un compositor catamarqueño bastante esquivo a los oídos de muchos, el Pato Gentilini, que terminaron en un disco homónimo: catorce lecturas revisitando sus composiciones. “La experiencia con Seraarrebol”, cuenta, “me dejó la necesidad de preparar de otra manera las canciones. Y los compañeros se prendieron al laburo con mucho corazón”. Así, entre idas y venidas a Tucumán –donde vive Gentilini–, entrevistas y charlas fueron definiendo el repertorio: maneras, sonidos, imágenes que sugerían las canciones y lo que él mismo les contaba. “Tuvo mucho que ver cómo nos habló. Nos pintó un hombre también: de su tiempo, de su época. Y de alguna manera él es todos esos hombres. En esas músicas hay un entendimiento”.
Proyecto PATO tiene un timbre y un color particular. Camarístico, acústico, recostado sobre algunos géneros de la canción argentina: vidala, huayno, baguala, zamba, chacarera. “La secana”, “La telera”, “Vidala para una tarde”, “Tonada del séptimo día”, “Lamento del peón curtido” –en una versión larga y experimental–, entre otras, son algunas de las canciones. Aunque hay, también, un deslizamiento jazzero por momentos. Un quinteto fino, sutil. Y la voz de Nadia –el cuerpo pequeño, la tonada de provincia que persiste y resiste– abarcándolo casi todo sobre esa hondura musical. Néstor Soria, Manuel Aldonate, Pepe Núñez, Manuel Castilla, Luis Franco, entre otros, son los poetas que figuran. Por eso el disco tiene un trazo en la letrística: obreros, campesinos, zafreros, teleras, hacheros, caminantes. Otro epicentro: el hombre. “Ese el problema: si de nuestras músicas desaparecen todos ellos lo que nos va a suceder es no poder pensarnos en relación a ese otro. Esa es la fuerza de esta música. Y nos va a interpelar siempre”.
El propio Gentilini aporta su voz en la hermosa “Si no te vuelvo a ver” y en la incunable lectura de una carta que le enviara Manuel Castilla en diciembre del 69: “Viejo Gentilini: tengo aún tu ‘monstruo’. No pude hacer nada todavía (...) Vale: hacé una zamba o lo que vos viai. Hay frases flojas pero si me pongo a corregirlas no te mando nada. Tu música hará la maravilla.”
Proyecto PATO no es un disco de covers, de por sí, una noción cara y ajena a la música de tradición popular. Tampoco de versiones. Más sí es un disco sobre o alrededor de las composiciones de Pato Gentilini. Conversaciones, divagues, pensamientos. Un mapa posible de un territorio musical un tanto olvidado.
Esto hace pensar en cierta tradición de cantoras y músicas que pensaron y piensan a la música argentina de manera muy particular. Mercedes Sosa, Liliana Herrero, Teresa Parodi. Son maneras que se tocan entre sí.
–Es pensar. Pensar la canción. Es una herencia muy potente, yo estoy atenta a ellas. Desde hace tiempo que lo estoy. ¿Cómo cantar después de escucharlas? Es algo con lo que uno también se quiere comunicar. Ese contacto dialoga, conversa y tensiona para adelante. Y es potente porque estas mujeres piensan la canción y ahí aparece la morfología de un artista integral ligado al pensamiento, a la palabra, al hacer, a la búsqueda, a la necesidad de decir para que todos podamos leer el mundo de una manera distinta.
¿Te sentís convidada a todo eso?
–Más que convidada me siento comprometida porque allí hay una responsabilidad. El convite es a meterme en las discusiones, en el pensamiento de estas mujeres.
SOY OTRAS
Además de ser la voz en el ensamble Don Olimpio –con reciente disco, Dueño no tengo– estos días la encuentran en pleno proceso y ensayos de un show venidero en el CCK: en el marco del ciclo Estaciones Sinfónicas interpretará canciones de músicas contemporáneas: Florencia Ruiz, Juana Molina, Liliana Felipe, Silvia Aramayo, Noelia Recalde, Luciana Jury, Ana Robles, entre otras. Y con muchas de ellas está haciendo un trabajo similar a lo hecho con Gentilini: reunirse, charlar, que le muestren, que le cuenten –cuadernos, canciones, modos–. “Encontrarme con gente. Ver y entender nuevas músicas. Si nos quitan el hacer y sólo somos nombres y foto de perfil, deja de estar la mano y parece que no existe. Es un desarme ontológico. Y ahí nos quitan lo más sagrado: en el hacer nos transformamos Perder esa visión es perderme también a mí. Mi vieja es tejedora y veo cuanto tiempo le lleva elegir los colores, sacarlo, traerlo, peinarlo, disponerlo”.
¿Encontrás cierta ética en esos modos de trabajo?
–Me encanta. Es la manera. Al finalizar una obra tengo que ser alguien diferente. Ese es mi instinto. Tiene que pasar algo que me deje en otro lugar: porque viajé y me encontré con otros, me perdí, extravié, me regalaron, aprendí, conocí otros sonidos. No me imagino en casa escuchando música, eligiendo las canciones y siguiendo con la letrita al guitarrista.
En el living –amplio, luminoso– hay un piano al que, confiesa, se le va animando de a poco. Y sobre una mesa ratona y entre otros libros que se amontonan, un par de un mismo autor: el poeta Luis Franco. Está preparando algo alrededor de él. Durante todo este tiempo ha cantado y compartido discos, escenarios y fechas con Liliana Herrero, Lucho Guedes, Duratierra, Diego Schissi (“le dije ‘pero Diego, yo no canto tangos’ y él me contestó: ‘si yo no hago tangos’”), Juan Falú, Juan Quintero, Acaseca Trío, Negro Aguirre, el dúo Arias-Castro y acompaña a Teresa Parodi en su reciente y enorme disco Todo lo que tengo en la canción “La Angelita Rosales”. “Cuando le conté a mi mamá lo de Teresa me dijo: decile que la amo. ¡A mí no me dice eso! Seguramente no conoce toda la obra de ella pero una canción como ‘Pedro Canoero’ la acompañará para siempre”.
Y todo eso hace pensar en algunas cosas. Por ejemplo, en el lugar que de a poco empieza a ocupar en la canción argentina. Por ejemplo, en esto que piensa y dice: “Hay que preguntarse qué significa cantar en el pueblo, con el pueblo, para el pueblo. No para entretener ni para distraer. Buenos Aires a uno la pone en jaque con eso: cierto consumo de la música popular desde un lugar burgués: tener absoluto control de que es lo que entiendo y me pasa con eso. Eso es peligroso porque tiende a adormecer, quita el peso que pueden tener las manifestaciones populares en estos lugares. Sino, uno pierde el eje y cree que hacer música es ir a tocar en tal o cual lugar los viernes por la noche nomás”.
Entonces, hay que pensar en eso: en lo que se vuelve a decir, eso que no se puede dejar: el canto intrínseco que, como el viento del lugar, va para siempre con uno. Y con los otros.
Nadia Larcher estará el domingo 3 de diciembre en el ciclo Música de la Tierra, a las 17, en el CC Haroldo Conti junto a otros músicos de Argentina, Uruguay y Brasil. Y el jueves 21 toca junto a la Orquesta Sin Fin en el ciclo Estaciones Sinfónicas, a las 20, en el CCK.