La ceremonia no podía tener otro final. Un final paradójico: "Días soleados, ¿dónde se fueron? ¿Por qué siempre llueve sobre mí?", canta Fran Healy, pero su amplia sonrisa, su estado eufórico, desmienten el inoxidable pesimismo de "Why Does It Always Rain on Me?", la canción estrella(da) de The Man Who, segundo disco de Travis. El guitarrista y tecladista Andy Dunlop, el bajista Dougie Payne y el baterista Neil Primrose comparten el ánimo exultante del vocalista, guitarrista y principal compositor de la banda. Es lógico: lejos de aquel festival algo desangelado en Vélez con Starsailor y The Killers, el Gran Rex repleto y en llamas es una absoluta sorpresa para los músicos. A lo largo de casi dos horas de show, Healy se refirió más de una vez a la alegría de ver "tanta gente con nosotros". El impacto, incluso, se tradujo en el agregado de dos temas fuera de la lista, "My Eyes" y "Selfish Jean". No se querían ir. La gente tampoco.

El caso de Travis es curioso, aunque comprensible. Editaron discos esenciales para entender el brit pop de los noventa, cosas como el citado The Man Who y sobre todo el exquisito The Invisible Band. Pero a su alrededor había demasiado ruido generado por gigantes como Oasis, Blur, Radiohead, u otros quizás en su mismo nicho de culto pero con mejor suerte como Pulp, Supergrass, Super Furry Animals. "Perdón, somos escoceses", dijo Healy al detener y recomenzar "Re-Offender" porque no estaba saliendo como quería: quizá esa nacionalidad también tuvo que ver en que se los excluyera del círculo áulico.

Pero Travis tiene la potencia y coherencia de una banda de amigos que llevan casi 40 años juntos.  Travis tiene canciones-imán, una sintonía fina para la melodía pop mamada desde The Beatles pero con sello propio. Y Travis tiene matices: tras ganar el escenario con la banda de sonido de la vieja serie "Cheers", el grupo articuló una primera parte amable, casi fogonera, de bordes suaves. Pero cuando algunos pensaban en llevárselos para ponerlos en la mesita de luz, la climática "I Love You Anyways" dejó paso a "Good Feeling", y fue como si a Gizmo lo hubieran alimentado después de medianoche. De pronto el cuarteto fue todo garras y furia, más papel de lija para "Good Day To Die" antes de clavar un uno-dos impecable con "Writing To Reach You" y el primer hitazo de la noche, un "Side" que terminó de levantar definitivamente a toda la sala, que ya no volvería a sentarse.

Lo de "hitazo" no es exageración, y hace volver a lo necesaria que es la buena suerte para acompañar al talento. Porque en ese otro soberbio doblete de "Sing" y "Closer" -donde Healy invitó a pensar en "esa persona que te ama más que nadie"- hay más sustancia y emoción que en varios títulos de Top Five. De todos modos, Travis parece contento y conforme con brillar en el ámbito de un teatro y no en los grandes estadios. Sus canciones ganan aún más con la intimidad. Les permite honrar al desaparecido bar Black & White de New York con el melancólico midtempo gospeliano de "Raze the Bar", canción del reciente L. A. Times que también titula esta gira. Le da adecuado contexto al aire de vodevil de "Gaslight", y puro sentido a esa apertura de bises con solo una guitarra y los cuatro alrededor del micrófono para una emocionante, inolvidable versión de "Flowers in the Window", otra gema de The Invisible Band.

Entre canción y canción, el hombre de pelo rojo habló y habló, agradeció la sala llena, "que escuchen con esa atención estas canciones nuevas que son como bebés, uno no sabe bien qué serán"; admitió alguna similitud entre "Writing to Reach You" y "Wonderwall" y contó sobre el encuentro en el que terminó haciendo llorar a Liam Gallagher; llamó a disfrutar cada momento antes de dedicarle "Alive" a un amigo prematuramente fallecido, hizo agitar los brazos a toda la sala con el valseado "Driftwood", disfrutó de manera ostensible e hizo disfrutar a todos.

Tanto fue el disfrute que todo pasó como un suspiro, y por eso la banda decidió agregar canciones sobre la marcha, porque todo era demasiado bello para ser terminado. Y admitía el banjo de "Sing", el clima nocturnal de "Naked in New York City", la urgencia de "Turn" y una versión de "...Baby One More Time" tan atinada que la hizo parecer más propia de Travis que de la mismísima Britney Spears. Todo, claro, para desembocar en ese pesimista himno de 1999, que propició leyendas como la lluvia en el Glastonbury que duró exactamente lo mismo que su performance de la canción. Pero Travis no trajo agua a Buenos Aires. Lo que llovió en el Gran Rex fueron melodías que, sí, borraron toda maldad.