En el principio fue la ostra. O, mejor dicho, el concepto expandido de la ostra: “Hace un par de años atrás yo empecé a hacer unas pequeñas esculturas, surgió como algo muy natural. Y al principio pensé qué podía hacer con eso: quizás ya está todo dicho con esa forma. Empecé a pensar en el concepto expandido y en la ostra como un universo en sí mismo o como un contenedor del misterio. En el proceso de producir estas grandes piezas también hay un paralelo con las búsquedas de este planeta, con el meterse en el fondo del mar para buscar una perla. El ser humano todo el tiempo hace analogías sobre todo” dice Matías Duville e invita a hacer lo que estuvo haciendo durante estos últimos meses de producción de Romance Atómico, la muestra que se presenta en la galería Barro: meterse adentro de estas enormes y pesadas piezas escultóricas que convierten el espacio de la galería en uno de esos paisajes a la vez desolados y cargados de misterio que a esta altura ya identifican su obra: “Tampoco puedo decir que estas obras sean ostras pero sí que el trabajo parte de la idea forma de la ostra: estas obras son ostras y derivados, como una especie de proto-ostras”.
Nacido en Quilmes (al igual que César Aria, que pasó por la muestra y colaboró recientemente con Duville en el proyecto The Valise, de donde surgió la inquietante música ambient que potencia el efecto de extrañamiento que genera la sala), este artista suele evocar escenas desoladas con atmósferas atemporales que tienen mucho de paisajes mentales.
La producción coincidió con la muerte de su padre, el ingeniero químico Carlos Duville. “En esta muestra creo que también está muy presente mi familia, porque nosotros en casa teníamos estanque. Cuando mi viejo murió me prometí que todo lo que hiciera a partir de ahora tenía que ser trascendental. De hecho la muestra está dedicada a mi viejo, que además de ser ingeniero también era medio biólogo: era un chabón muy instruido, siempre hacía investigaciones en el sur en los 70. Mi casa cuando éramos chicos era una especie de híbrido, de chico siempre fue medio un laboratorio: tenía una biblioteca gigante y teníamos una tortuga que la recuperamos yendo a la laguna de Hudson: la encontramos en el medio de la ruta y la llevamos a casa y la devolvimos tres años después, ya gigante. La pescábamos con una soga y salchichas. No te digo que era la casa de George Harrison, que también le gustaba la botánica, pero más o menos”.
Duville ve esta muestra como la culminación de un proceso de años, y también la conecta con otra crisis que tuvo hace siete años atrás cuando vio en el Houston la Rothko Chapel (la minimalista capilla ecuménica de Mark Rothko). “Ahí me di cuenta que en cada proyecto tiene que funcionar un sistema para llevar a la gente a un estadio determinado”, dice Duville, que fue asistente de J.J. Cambre, a quien considera un referente al igual que Guillermo Kuitca y Daniel Joglar.
Duville (que eligió a la curadora francesa Anissa Touati por su “personalidad explosiva”) admite su intención de “dinamitar el sentido” y anular la mente y, objetivamente hablando, con su posibilidad de entrar dentro de ellas y conjugadas con la instalación sonora de Centolla Society, el video y las obras de la sala del fondo, Romance Atómico funciona como una cápsula para generar perplejidad.
“Yo hago un ejercicio siempre, que es el de intentar sentirme un extraño, que tiene que ver con ver mi propia obra como un fantasma, como si no fuera mía”, dice el artista, que en el fondo de la sala incluyó en un cuarto una serie de trabajos en el suelo de distintas épocas: “No lo hago como un revisionismo: capaz que mezclo un dibujo del 2002 y lo mezclo con otro del 2008 y con un boceto del 2017 junto con alguna escultura nueva y ahí tengo una mezcla de tiempos; yo no soy el mismo del 2002, soy el de ahora, ya no puedo volver a producir esa obra. Y esa conjugación de los tiempos me da una extrañeza. También mezclo distintos medios: alguna escultura, algunos dibujos, algunos planos y cosas más gráficas. Y de repente armo un sistema, algo que vibra en diferentes canales y siento que desaparezco, como si fuera una meditación en la que de repente soy una especie de ojo que ve esa topografía y no la ve como el que la hizo, sino más bien como una presencia fantasmal. Se me produce una especie de amnesia real: es un lavado de sangre. Lo paradójico es que eso me pase con mi propia obra”, admite Duville que pasó gran parte de su vida yendo de Mar del Plata a Buenos Aires y viceversa. “Yo en mi vida nunca digo que vivo en Mar del Plata o Buenos Aires, porque la verdad es que switcheo mucho, siempre viajé mucho y siempre me sentí un bicho raro porque soy del mar y también soy surfista. Y no lo digo para hacerme el cheronca, sino porque creo que surfear es entender un proceso natural, es entender el mar como una especie de religión. Cuando paso un tiempo en Mar del Plata no puedo estar sin ir a ver el mar. Y a la vez la ciudad es un pueblo, aunque es mucho más cosmopolita e internacional que Buenos Aires, o que cualquier ciudad, y todo por el mar. Siempre tuve la sensación de que es un lugar que no conoce mucha gente. Aún hoy muchos amigos míos que viven en BA creen que Mar del Plata es Moria Casan, Tristán y la Bristol, todos esos hijos del Cine Aries, pero realmente creo que a la ciudad la conocés en invierno, no en esos dos o tres meses de verano”.
Pero más allá del orgullo o del recuerdo de ponerse a juntar al fin del verano la basura que dejaban los turistas, lo que logra estremecer en la muestra de Barro es más bien esa sensación (a vez romántica y atómica) de nostalgia de esos paraísos perdidos que, a fin de cuentas, remite a esos paisajes del planeta aún no devastados por la presencia del hombre. Duville (un referente del dibujo de su generación) siempre supo cómo crear un universo propio, y sus intenciones (por cierto románticas) de convertirse en un demiurgo son evidentes: “Durante el proceso de trabajo de estas piezas sentí que lo que tenía enfrente era la totalidad. Si esto es un universo en sí mismo y esto es la totalidad, entonces no hay fondo, porque lo único que existe es la materia y el vacío. Y entonces al no tener idea de fondo, de base, esto es la totalidad: la idea de una ostra en el espacio”.
La muestra Romance atómico se podrá visitar hasta el 16 de diciembre de martes a viernes de 12 a 18 y sábado de 15 a 19 en Barro, Caboto 531.