Hacia los 60 el Patrón González era el fotógrafo en la zona de Ypacaraí, de Pirayú, cuarenta o cincuenta kilómetros al sudeste de Asunción del Paraguay. En esa zona rural y en tiempos en que una fotografía era de por sí parte de un acontecimiento, durante quince o veinte años González tomó y registró miles: un casamiento, un funeral, un baile, una casa nueva, la elección de una reina, un accidente mortal, una radio o una bicicleta recién compradas, una procesión. Para ganarse un mango más ofrecía para las fiestas, además de las fotos, el sistema de sonido para pasar música, acaso para que alguien hable o cante ante un micrófono. De todos modos lo más rentable, al parecer, eran las fotos carnet: todos, en la región, iban a hacérselas con él. 

Y aquí pasa el tiempo: podría apelarse al “medio siglo después”, o al fundido en negro que al aclararse evidencia cuánto cambió el mundo, sus tecnologías. Los contrastes entre las velocidades, las arrugas, lo construido, lo perdido, lo olvidado. El tiempo: sus mutaciones, sus continuidades, sus perspectivas. 

Seis años atrás, mientras Gustavo Di Mario hacía una residencia fotográfica de un mes en Asunción, lo invitaron a una fiesta folclórica en Ypacaraí. Llegó temprano y empezó a caminar por el pueblo: a ver si encontraba algún fotógrafo. “Siempre me inquietó esto de buscar material de fotógrafos desconocidos” dice Di Mario por Skype, desde Córdoba. “Primero di con un tipo en un kiosco, que me dijo: ‘Sí, yo fui fotógrafo mucho tiempo, pero al que deberías conocer es a mi profesor’”. Dirección en mano, se fue hasta la casa del hombre que le recomendaron: el viejo fotógrafo ya no vivía ahí, pero sí el hijo. Di Mario cuenta que, tímidamente, preguntó si podía ver el material. “En realidad no te puedo mostrar casi nada, porque el archivo de mi padre estaba en un galpón al que hace unos años se le cayó un árbol encima, por una tormenta”, oyó que le explicaban. “Quedó todo abandonado”. Dice Di Mario: “Me asomé a ver qué era: rollos y rollos de negativos, casi ningún material impreso. Y todo muy deteriorado. Mucha humedad, bichos: imaginate, en Paraguay, el calor, mucho tiempo sin darle bola a todo eso”.

  Todo eso era el trabajo del fotógrafo Tiburcio González Rojas, el patrón González. Cuenta Di Mario que fue a verlo a un camping junto al lago Ypacaraí, donde vive. “Charlé un rato con él y le dije que me interesaba conocer el material”, recuerda. “Le propuse ponerlo en condiciones, organizarlo. Y ellos confiaron en mí, sin dudarlo”. Con la ayuda de la Fundación Migliorisi, la misma que lo invitó a la residencia en Asunción, se trajo el archivo. “Y ahí empezó un proceso larguísimo, porque estuve por lo menos cinco años lavando el material” dice Di Mario. “Negativo por negativo, lavado y escaneado”. Un trabajo que se tomó muy personalmente: fueron unos cinco mil. Unas cincuenta fotos, un uno por ciento del total, es lo que ahora puede verse en González, la primera muestra individual de este fotógrafo veterano, un personaje histórico en su región, casi un completo desconocido en el resto de su país y del mundo. 

  Las imágenes de González son de una simpleza conmovedora: sus retratados transmiten con nitidez el dolor, la alegría, el pudor, la timidez, el deslumbramiento. Las caras devastadas ante el cuerpo de un pibito metido en un ataúd, la camaradería feliz ante una mesa cargada con botellas de cerveza; la familia reunida por una boda, un funcionario detrás de su escritorio, una mujer que se ríe ante un secador de pelo, un par de futbolistas en cuclillas, una pareja sobre una bicicleta o sobre una moto o frente a una casa o en el fondo de una casa. “Él es nacido en Pirayú, que es un pueblito que ni conozco”, dice Di Mario. “Después se casa y vive en Ypacaraí, donde monta su primer estudio. Muy básico, simple, un local chiquito con un fondo para sacar fotos carnet o lo que se necesitara. Y tenía la peculiaridad de ir a los pueblitos de zonas cercanas a fotografiar todo tipo de eventos, comuniones, casamientos, bautismos, muertes. A la vez sacaba fotos para la policía, para registrar algún accidente, o una persona que se ahorcó, por ejemplo. Un fotógrafo predispuesto para todo acontecimiento. Ahora hace muchos años que ya no saca fotos; es una persona muy sencilla y no es un fotógrafo de técnica, o artístico, no es que tuviera una visión del tipo ‘quiero hacer una serie de tal cosa’. Y tampoco es que le guste hablar de fotografía. Lo suyo era un trabajo de campo, posta”. 

  Di Mario vive con un pie en Córdoba y otro en Buenos Aires y se reivindica como autodidacta: “Aprendí de quemar rollos, de ver libros... y por intuición”, dice. Tiene 48 años y un extenso y heterodoxo recorrido como fotógrafo, que incluye campañas publicitarias, producciones para moda y trabajos de autor, por caso los libros Potrero e Interior (centrado este último en el gaucho y alrededores). El primer impulso con el trabajo de González era hacer un libro, pero hubo unos tironeos con una editorial y primó la posibilidad de exhibir un puñado de doce imágenes en el BA Photo: “Ahí tuvimos muy buenas críticas, nos fue bien” dice Di Mario. “Gente que respeto y admiro elogió muchísimo el trabajo de él. Incluso vendimos una fotografía a una galería de arte de Brasil”. Con Virginia Gianonni compartió la curaduría de la muestra individual de González, que se inauguró el jueves pasado en la Casa Central de la Cultura Popular, en Barracas: “Siempre se pensó en ese lugar para hacerla, porque ahí está el asentamiento de paraguayos más grande de Buenos Aires” dice Di Mario. “Y nos interesaba eso, que llegue a esa misma gente, que se puedan ver. Incluso debe haber hasta familiares de los fotografiados, porque él cubría una zona bastante grande”.

  El proceso de selección fue, dice Di Mario, intenso y doloroso: un recorte pequeño para tanto material. “Quisimos elegir las mejores fotos de cada cosa, que hubiera un abanico de toda su producción” explica. “Lo mejor en cuanto a encuadre, o al personaje, o a lo que nos decía cada foto. Y el abanico de temas para que representara su trabajo: retratos, gente de fútbol, elecciones de reinas, bailes, de todo un poco. Y sí nos pusimos como rigor que la fotos garparan, que fueran contundentes. Me parece que hablan por sí solas, ¿no? Te permiten soñar y pensar... Ver las casas, los interiores: realmente, te muestra la vida cómo era. Que no cambió mucho, en Paraguay. Lo que cambia es la ropa, los peinados. Y hay también como una cosa de la moda y de la época, que atrae en las imágenes. Pero no es lo único, porque está su mirada, su recorte”. En la muestra queda a la vista el peso de la fotografía en esa época: “Dependías de otro, la gente no tenía acceso a la cámara” señala Di Mario. “Se ven las caras de sorpresa hasta en los personajes secundarios, que aparecen como asomando las caras, queriendo ser parte de ese momento. Ser registrado. Y verse a sí mismos, reconocerse. Que es algo que a mí, como fotógrafo, me interesa mucho. Hay una película que se llama Brasil, Brasil, en la que un circo busca pueblos donde no haya llegado la televisión, para ser realmente el espectáculo al que todos quieren ir. Eso”. 

  Conocer y retratar gente, reconocerse en la fotografía, ser autodidacta, entreverar la foto con la música (Di Mario también es DJ): en la impronta y el recorrido de González, Di Mario se ve reflejado. “Sentí que había algo como muy paralelo con mi trabajo, algo que me identificaba, y entonces lo sentí muy cercano”, dice. Con la muestra de González, con su descubrimiento, se proyecta exhibir su trabajo el año que viene en Asunción, en el festival El ojo salvaje: “Hay una gran expectativa allá”, dice Di Mario. “Yo siento que hay un paralelismo muy fuerte con lo que ocurrió con el africano Malick Sidibé, cuando en su momento se descubrió su trabajo, porque también, era un fotógrafo de pueblo. La fundación Cartier-Bresson lo representa y puso en valor toda su obra. Sidibé es uno de mis fotógrafos preferidos”. 

  Impresiona como que con esta muestra, en tándem con lo que se vio en BA Photo, el reconocimiento del trabajo de González es algo que recién empieza. Porque de su producción, además, se proyectan muy diversos recortes, series, que pintan como marcas de época. Vendrá a la muestra en Barracas, González, que tiene 83 años, y se reencontrará con sus fotos. “Me tomé este trabajo con mucho amor, con paciencia y amor” dice Di Mario. “Le dediqué mucho tiempo y me parece importante devolverle a él su propia mirada. Para mí lo más importante va a ser verlo frente a sus fotos, en ese momento”. Dice Di Mario que siente que González, de algún modo, esperaba el rescate de sus fotos. “Sin buscarlo, como esas cosas que pasan. Nadie en su familia pudo hacerse cargo, en su momento, de hacer algo con eso. Pero todos reconocen que él dedicó su vida a la fotografía, y entonces es muy importante para ellos. Es una ilusión muy grande. Creo que es eso, que le llegó el momento, me parece, de volver a mirarse”.

González se puede visitar en la Casa Central de la Cultura Popular, Iriarte 3500, Barracas, hasta el domingo 4 de marzo de 2018, de martes a sábados de 10 a 20.