La revista cultural Barullo, que ya cumplió seis años, dirigida por Horacio Vargas, Sebastián Riestra y Perico Pérez, insiste: mañana lunes estará en kioscos y librerías de la ciudad su nuevo ejemplar en papel. ¿Qué trae este número 33 en su tapa? Un informe especial de Edgardo Pérez Castillo sobre “Servian, El Circo”, una gran crónica sobre la magia circense, las historias de los que están montando la carpa en cada pueblo itinerante. Un relato que da cuenta de afectos, viajes y valores.

El lote 7-156, mensurado, unificado y cedido oficialmente a la Municipalidad de Rosario, es un inmenso espacio vacío. Un predio prolijo, pero vacuo. Con sus miles de metros cuadrados de puro césped, tentadora planicie inmobiliaria, hace del contraste una obscenidad: al este, el lote catastral limita con el brillo constructivo de las torres millonarias que (a fuerza de soja y blanqueo) tientan las ansias aspiracionales del piso con vista al río; al norte, cruzando apenas la doble vía de avenida Francia al 100 bis, se amuchan las casas bajas, chapa y ladrillo hueco, rancherío pobre que intenta resistir a las topadoras del progreso. Ahí, en el punto neurálgico que une el tránsito entre el centro operativo de la ciudad y su coqueto corredor costero, entre un escultórico barquito de papel y el desnivel que desde hace más de un siglo representa el pasaje Celedonio Escalada, el enorme predio vacío de árboles desnuda la desigualdad. En ocasiones, sin embargo, la impoluta inmensidad del predio municipal es el punto exacto donde sucede la magia.

Como el pasaje Celedonio Escalada, “Servian, El Circo” carga consigo una historia centenaria. Una tradición familiar que se va encadenando en generaciones pero que comenzó a forjar su nombre propio a principios de los 90, cuando Jorge Yovanovich, con poco más de 40 años, decidió iniciar su propio camino, despidiéndose del Gran Circo Australiano de su padre. Más de tres décadas después, Jorge delegó en su hijo (Cristian) y sus tres hijas (Ginett, Ivana y Gabriela) la organización de una imponente empresa cultural e itinerante. Esa empresa que, en apenas cuatro días y mágicamente, puede convertir en pueblo a un lote inanimado.

 

Cuarenta semirremolques, treinta casas rodantes y una llamativa variedad de camiones conforman el perímetro. La distribución del pueblo rodante se ajusta o amplía según las dimensiones del espacio. En Rosario, el lote 7-156 permite un despliegue amplio. El montaje es preciso, cuidado, coreografiado. El esquema de trabajo se sostiene en cada ciudad o pueblo: culminadas las funciones en una localidad, el desarme implica cuatro o cinco días y, luego de un fin de semana de descanso, vuelve a ponerse en marcha la construcción. Columnas, cables, poleas, gradas y butacas de origen francés van ensamblándose con precisión. Como epicentro de la comunidad, uniéndolo todo, se eleva la bellísima carpa blanca de factoría italiana. Es el castillo del pueblo.