Escena uno: Van Gogh comparte unos vinos con colegas en un café de Arlés, un pequeño pueblo de provincia al sur de Francia. Está de malhumor por un entredicho con el gerente de la posada donde está parando y sus amigos, pintores locales, tratan de sacarle conversación. Todo va bien –hablan de Gauguin, ya entonces un pintor destacado, y de una utópica unión de artistas que haría más fácil esa “vida de perros” que llevan– hasta que Van Gogh cuenta que al día siguiente se levantará temprano para pintar un lugar llamado La Crau. “¿Esa llanura aburrida?”, se sorprende Dodge, bigotito y pelo castaño corto. “¿Aburrida? ¡¿Cómo La Crau aburrida?!”, levanta la voz Van Gogh, sin poder creer lo que está escuchando, y unos segundos después se retira. “Si querés pintar cuadros bonitos, tenés que elegir lugares bonitos”, escucha que le dice Dogde mientras se aleja y piensa: “No me extraña que sea un pintor tan flojo”.
Escena dos: Van Gogh sentado frente a su atril en la llanura La Crau. Es un día hermoso. Y un ex marinero de gorra y morral, un completo desconocido, se acerca a comentarle de la pintura. “Qué bonito”, le comenta y enseguida empiezan a charlar. A Van Gogh la inmensidad del paisaje le recuerda a el mar. “Este paisaje es como el mar donde no hay nada”, dice. “Nada más que el infinito, la eternidad”. Y se hace un silencio que ambos aprovechan para contemplar la llanura. Queda claro que se entienden. Y que el hecho de que el joven no sepa nada de pintura (a diferencia de Dodge y sus amigos pintores) no sólo no lo perjudica sino que incluso ayuda para la comprensión del arte al que pretende llegar Van Gogh.
“Ambas escenas las pensé a partir de lo que fui leyendo en las cartas a su hermano Theo”, explica Barbara Stok, autora de Vincent, la novela gráfica que retrata los álgidos días del famoso pintor en Arlés, quizás los más determinantes de su vida como artista, en una reciente visita a Buenos Aires promocionando el libro. “En las cartas Van Gogh se pregunta: ¿quién es más artista? ¿Dodge? ¿O este joven que en teoría no sabe nada pero en realidad sí?”, cuenta la autora, que sin embargo se priva de explicitar esa reflexión en la historieta. En su lugar, leemos lo que conduce a ese razonamiento; no el razonamiento en sí. Y el mismo criterio aplica en el resto del libro, que es riquísimo en este tipo de impresiones indirectas respecto al pintor. Escenificaciones de su personalidad y de su genio sin hacer uso de palabras que lo estén remarcando: apenas un gesto, un silencio, la cita dibujada de un cuadro famoso que de repente ocupa una doble página y ya.
“Quise mantenerme fiel a Vincent. Me fijé mucho en lo que él mismo tenía para decir sobre su vida. Evité poner cosas en su boca que nunca podría haber dicho. Por eso, durante el proceso de escritura y dibujo, lo sentí observándome desde el hombro. Quería lograr un libro que si él lo leyera pudiera estar de acuerdo. Que pudiera decir: ‘Sí, me reconozco’”, remarca con ilusión Barbara, holandesa como su retratado, pero poco conocedora de las vicisitudes del famoso artista hasta que se puso a trabajar en él. “Sabía lo que todo el mundo. Estaba lejos de ser una experta”, señala.
¿Qué Van Gogh nuevo descubriste respecto de aquella idea previa y general que tenías?
–Van Gogh es conocido mundialmente por ser un artista trágico y pobre. Pero leyendo todas las cartas que escribió, principalmente las dedicadas a Theo, podés encontrar que su vida no fue sólo trágica sino también, en varios momentos, feliz y divertida. Entonces quise mostrar también ese otro aspecto suyo: que podía tener una personalidad difícil a la vez que un costado muy afectuoso y cariñoso que solía expresarle a un desconocido, a un amigo, o en la naturaleza que lo rodeaba; los árboles, los perros callejeros. La verdad que aprendí a amar a Vincent mientras contaba su historia.
Vincent, el libro, cubre como se dijo un período acotado y muy especial en la vida de Van Vogh. El año 888 en Arlés, cuando se liberó de la influencia japonesa, terminó de madurar su estilo, y entregó algunas de sus obras más recordadas, las que terminarían de ponerlo entre los grandes de la historia como “Los Girasoles”, “El dormitorio”, “El viñedo rojo”, “La terraza del café” y numerosos retratos y autorretratos. Varios de ellos citados por Stok a través de su propio dibujo. “No fue un desafío hacer mi propia versión de esas famosas pinturas”, sostiene. “Yo tengo mi estilo y lo que procuré fue contar la historia desde mis posibilidades. La realidad es que Van Gogh hizo todas estas hermosas pinturas y dibujarlas para mí libro fue un placer”.
La temporada en Arlés también es relevante porque se trata del lugar y el año en que Van Gogh sufrió el famoso episodio de la oreja: la automutilación que llegó a convertirse en un ícono del sufrimiento al que es capaz de llegar un artista incomprendido por su tiempo. Stok no rehuye, todo lo contrario, a contar “desde adentro” aquel momento traumático y clave en su biografía, pese a que todavía persisten dudas de cómo ocurrió y por qué. “El capitán abandona el barco, ¡estas matando el taller!”, le reclama Van Gogh a Gauguin (en la versión del episodio según Stok) cuando Vincent entiende que su admirado amigo lo abandonará luego de haberlo visitado por unas semanas. Y que por ende no participará del anhelado “refugio de artistas” que idílicamente había imaginado como forma de paliar juntos (y sumando a otros pintores que se sumaran) la pobreza en la que vivían. Con una secuencia de viñetas que se va volviendo cada vez más angulosa y estridente (en ese pasaje no hay palabras; sólo gestos y colores cada vez más chillones) Stok logra plasmar con lirismo el crack emocional de Van Gogh. El derrumbe que termina en la achura de su propia oreja.
“Hoy en Holanda los artistas dependen tanto de los fondos públicos que en muchos casos no pueden llevar adelante su trabajo si se los suprimen o no los tienen. Y acá ese rol de sostén y financiamiento lo cumple Theo”, cuenta Stok sobre el entrañable hermano menor de Vincent, uno de los personajes claves en su vida (al punto que sus tumbas reposan juntas) y obviamente también en el libro, donde aparece comentando con su esposa las cartas que le envía Van Gogh desde Arlés y luego viajando hasta allí para rescatarlo cuando termina internado. Es dable pensar que sin Theo, sin la fe indestructible pero también lúcida que tiene sobre el valor y el poder a futuro de la obra de su hermano, no habría habido Van Gogh. Y Stok lo subraya en su justa medida. O sea: toda. “Theo sabía que la gente no estaba preparada para entender a Van Gogh. Y lo mismo sigue pasando hoy con muchísimos artistas”, sostiene.
Nacida en 1970, Barbara Stok cosechó gran popularidad en su país de la mano de tiras cómicas autobiográficas donde ponía el ojo en situaciones cotidianas, aparentemente banales, pero significativas en su pequeña belleza. Publicó diez libros y ganó varios premios. Pero con Vincent siente que comenzó una nueva etapa en su carrera como historietista: “Salí de lo biográfico y descubrí que hablando de otros igual podía contar historias que sintiera como propias. Que las cosas que encontraba interesantes para mí también las podía contar usando como excusa la vida de otros”.
En un estilo de dibujo que acá podría emparentarse con el de Max Cachimba, Lucas Varela o Liniers y que tiene su origen en el impacto que le produjo en sus primeros veintipico el descubrimiento del comic underground estadounidense (Robert Crumb, Peter Bagge, Daniel Clowes), Stok llegó a Van Gogh por pedido del museo en Amsterdam dedicado a su obra que quería un libro que pudiera acercar a quienes por sensibilidad pudiesen interesarse en su historia. Y enamorarse de lo que logró y cómo vivió para lograrlo. “Por eso elegí el periodo en Arlés. No sólo fueron los años en que los hizo sus pinturas más hermosas sino también en los que estaba más lleno de esperanzas y sueños al mismo tiempo que empezaban a manifestarse sus primeras afecciones mentales. En su mayoría, por grandes decepciones.”
En Vincent aparecen varias reflexiones sobre lo que para él significaba el arte a diferencia de para los demás. ¿Se puede decir que el sentido del arte fue el gran motor de Van Gogh?
–Yo más bien diría el sentido de la vida. Porque valoraba casi cualquier cosa que hicieras, sea arte o no, mientras pusieses el corazón en ello. Para él era más importante el ser verdadero con uno mismo que acceder al éxito. Y vivió por eso.