En 1998, cuando encarnó a Andy Kaufman, Jim Carrey era más que el último gran clown de Hollywood. Después de las consagratorias Ace Ventura: el detective de mascotas, Tonto y Retonto y La Máscara (1994), protagonizó ese emblema del fin de siglo que fue The Truman Show. Según Variety, Carrey aceptó cobrar 12 millones de dólares, casi la mitad de su cachet de entonces, por hacer de Truman Burbank, un hombre que vive sin saber que es una estrella de reality show. La profética interpretación le dio su primer Globo de Oro, pero no fue la típica prueba del papel “serio”, de que el actor puede actuar. Truman fue un personaje tan gestual e imposible como El chico del cable o Mentiroso Mentiroso, otras comedias de la época, pero al servicio de un guión siniestro, que sacó a Carrey del lugar de base de animador. La psiquis de Truman se rompe en escena a medida que descubre que su casa y trabajo son un decorado, que sus vínculos son actores y hasta su día y noche están programados, pero nunca pierde el control del cuerpo: Carrey expresa toda esa locura como un hombre que finalmente se quiere salvar y vivir bien. Después de pasar por esa piel terrible, filmó Hombre en la luna, la biopic de Milos Forman sobre el actor que cambió el humor en televisión y murió de un cáncer de pulmón en 1984, a los 35 años. Cuando empezó el rodaje, pidió que a las imágenes del backstage –lo que normalmente se usa como material de promoción– las tomaran Lynne Margulies y Bob Zmuda, novia y co-equiper de Kaufman, que integraban el grupo de asesores, entre otros de su círculo íntimo. Como todo el tiempo Carrey se mantuvo en personaje, el material es alucinante y hoy se transformó en Jim y Andy, el documental que acaba de subir Netflix.
El film dirigido por Chris Smith tiene una estructura sencilla y rendidora porque funciona como retrato doble. Siendo ellos los protagonistas, dos reyes de la imitación y creación de humanidades, eso equivale a decir que la película habla de muchas cosas a la vez. En un impecable trabajo de edición, el grueso del backstage se ensambla con imágenes de archivo de las carreras de Kaufman y Carrey, que sirven de referencia y comparación. El hilo conductor son los testimonios in situ de Carrey en la actualidad, sobre el trabajo en la biopic y su propia biografía. Se ve un Jim Carrey de 55 años y barba, y ese nuevo semblante que le dejó el trauma de 2015 –algo que parece paz–, el suicidio de su novia Cathriona White por una sobredosis de pastillas. La imagen del hombre más gracioso del mundo cargando el cajón dio vuelta el mundo, y desde entonces pesa sobre él el estigma de haber participado indirectamente en la muerte de Cathriona. Las dos películas de 2016 donde actuó –The Bad Batch y True Crimes– no trascendieron. Este último tiempo tuvo más presencia Jim Carrey como Jim Carrey, un hombre que hace mucho entendió la metáfora de la máscara, eso de que todos somos personajes y el yo es una construcción, y desde la cima de la industria del ego convirtió al suyo en una especie de mensajero espiritual. Hubo una aparición inquietante en la última alfombra roja del Fashion Week de Nueva York, donde sin sarcasmo, con toda seriedad, dijo que no podía haber un sinsentido más grande que el de ese evento: “celebrar íconos”. En agosto se conoció el corto I Needed Colour (necesitaba color), que descubre su impresionante trabajo como artista plástico. Ése Jim Carrey es el que recuerda su interpretación de Andy Kaufman en Jim y Andy.
Cuenta allí que Milos Forman no estaba especialmente interesado en él para el papel, que después de mucho tiempo tuvo que audicionar. Carrey, al revés, estaba seguro de que no había nadie mejor para hacer de su maestro, el actor que le mostró que el humor era más que un número cómico, que también podía ser provocador y desconcertante, que la risa es compleja y esconde un mundo de personalidades. No es la primera vez que le rinde homenaje. En 1995 participó de un especial de la cadena NBC donde reveló que al personaje de Tony Clifton, un veterano cantante de salón, que grita, insulta y mandonea a todos a su alrededor, lo hacía también Bob Zmuda. El aliado de Kaufman volvió a tener su momento durante el rodaje de Hombre en la luna, y ahora quedó registrado en Jim y Andy: fue a una fiesta en la mansión Playboy haciéndose pasar por Jim Carrey vestido de Tony Clifton. Todo Los Ángeles sabía que por esos días Carrey vivía en personaje; incluso cuando se apagaban las cámaras del detrás de escena, según cuenta el chofer.
El disfraz de Clifton, dice Carrey, se sentía “liberador”. Ver al solemne Milos Forman intentar dirigir a este personaje es una belleza. Más incómodo es el intercambio entre Andy Kaufman y el campeón de lucha libre Jerry Lawler, que en la película hace de sí mismo. Kaufman estaba obsesionado con el deporte, y como uno de sus números retaba mujeres a combatir: prometía mil dólares y casamiento por el nocaut. Así comenzó la rivalidad –sobre todo actuada– con Lawler, entonces el luchador más popular, que vino a cumplir el rol de justiciero frente un ridículo que peleaba con mujeres de civil, se burlaba de su acento de Memphis y le imitaba la gallina desde abajo del ring. El mismo hostigamiento volvió a soportar en el backstage de Hombre en la luna, y hasta hubo una remake de aquella famosa lesión en el cuello; como Kaufman en 1982, Carrey exageró el golpe y la hospitalización salió en los noticieros.
Según Lawler, Andy Kaufman no era tan insoportable: detrás de escena era tranquilo. Carrey dice que actuó por instinto. Al principio del documental –que existe gracias a Spike Jonze– cuenta que al saber que le habían dado el papel pudo sentir la presencia de Kaufman y cederle el control de la película. Hombre en la luna le dio a Carrey otro Globo de Oro, pero a la distancia le queda chica a todo este material que Universal guardó para proteger su imagen, supuestamente. Entre las imágenes rescatadas, los hermanos de Andy Kaufman dicen que Carrey lo trajo de vuelta, que sentían que estaban hablando con él. Lo mismo Danny Devito, compañero en la famosa sitcom Taxi (78-82), en el papel del manager George Shapiro en 1998. Pero lo más estremecedor que sucedió mientras Jim fue Andy fue el encuentro con la hija que el cómico tuvo de adolescente y fue dada en adopción. No hay escena de esto: el documental es muy respetuoso. Haciendo memoria de su primera interpretación verídica, Jim Carrey sale tan retratado como su objeto. Dice que a los personajes de su carrera los atrajo, que cada uno fue la manifestación de su consciencia del momento, y que no fue fácil salirse de Andy (lo siguiente fue Irene, yo y mi otro yo). Su trabajo de convertirse en otros lo enfrentó una y otra vez a la pregunta de quién es entonces Jim Carrey si es tan fácil deshacerse de él. La respuesta es que es un personaje también, y por lo tanto, no existe. Hoy se define como un hombre “sin ambiciones”, con una mirada que tiene dulzura, cierta tristeza y, también, algo vacío.