La derecha se aprovecha de nuestra realidad
y la izquierda de nuestras fantasías.
Ignatius Farray, Meditaciones.

Son tiempos difíciles los que nos corren, querido lector, y además de corrernos, nos alcanzan rápido. Cuando creemos que sólo alcanzarán a nuestros vecinos, o al "otro que no sabemos quién es, y quizás no nos importa", de repente nos damos cuenta de que no; que es a nosotros a quienes el tiempo atrapó, y no nos larga hasta que no paguemos la alícuota del "Impuesto al Boludo Agregado", más la "Tasa de Aplicación Subjetiva a la Fantasía Populista". Y si lo agarramos en un mal día, nos incluirá el "Sobrecargo Correspondiente a la Vergüenza de Haber Sido y el Dolor de Ya No Ser", y solo si tenemos mucha suerte, nos dejará ir, no sin aplicarnos además la correspondiente "Contribución Pro Cafetera Nueva" de algún ministro (sale más de dos palos, y eso porque las agarró un Black Friday).

"La organización vence al tiempo", supo decir el general Perón. Sin embargo, o el tiempo tomó algún elixir como el de la tribu de Asterix, o la organización se atiborró de posverdades poco digeribles y tiene un doloroso y duradero estreñimiento político, porque la única verdad, o sea la realidad, es que aquí, allá y más abajo nos están dando una paliza como esa que le dio Monzón a Boutier allá por los '70.

Tenemos un presidente que insulta a los gobernadores como manera de invitarlos a almorzar (no quiero saber cuál fue el menú, pero sospecho que nadie salió sin tragarse algún sapo), una canciller que nunca fue pero ahora dejó de serlo, otra ministra que se gasta dos palos en una cafetera, opositores que no lo son, luchas intestinas delgadas y gruesas; sabihondos que pontifican sobre diversos temas de los cuales ignoran todo, menos "lo que queda políticamente correcto", y que parecen creados por Inteligencia Artificial; y otros que repiten sus prejuiciosos versos con fe, entusiasmo y alevosía.

¡No nos falta nada! Y el mundo no nos ayuda. Estados Unidos, no conforme con el error cometido en 2016, decidió volver a cometerlo. La ultraderecha está de moda, y ¡otra vez! diversos colectivos intelectuales están exprimiendo sus cerebros para explicar (no para combatir o evitar) semejante flagelo.

Ante esta situación, quien escribe esta columna (o sea yo), decidió que el mejor sitio donde vivir en estos días es el absurdo. Pero está muy difícil llegar, porque cuando creés que llegaste, te dicen: "No, acá no es; esto que a usted le parece una locura se ha vuelto normal, natural, y si espera un ratito, va a ver cómo se vuelve hegemónico".

Entonces, lo mejor es refugiarse en los libros. (Queridos milenials: un libro es un objeto; es como eran antes las computadoras, o sea un lugar donde se pueden guardar conocimientos que quedan grabados; y se pueden abrir y cerrar, y lo mejor de todo es que no necesitan enchufarse, aunque es cierto que sin luz, no se pueden leer. No hay de qué).

El asunto es que estoy leyendo dos libros al mismo tiempo; esto me permite sentirme un poco más cerca de mi absurdo buscado, pero no tanto. Por otra parte, ambos libros son diferentes –el uno del otro–, muy buenos; me costaría mucho abandonar uno para quedarme sólo con el otro, y ambos tienen estructuras que permiten leerlos por partes, capítulos, frases, interrumpir, y volver a retomar.

El primero es de la escritora española Irene Vallejo –quien suele colaborar en este diario– y se llama El infinito en un junco. Me fue recomendado por dos personas en cuyas apreciaciones literarias confío plenamente, y consiste nada más y nada menos que en un relato pormenorizado, amenísimo y delicioso de cómo aparecieron los libros en la historia, cómo fueron las primeras bibliotecas, lectores, librerías, etc. Si me permiten una metáfora culinaria, este libro es un tiramisú, un flan casero con dulce de leche.

El segundo me lo trajo desde España un querido amigo, y no la va de postre, sino de aperitivo, picada, roquefort, jamón serrano, exquisitez ahumada. Se trata de Meditaciones, una colección (dividida en cuatro sublibros) de Ignatius Farray, seudónimo de Juan Ignacio Delgado Alemany, escritor, comediante, actor, guionista y cantante español. Sus meditaciones sobre la política y sobre la comedia me interpelan en cada línea. Por ejemplo:

· "Cuando uno se toma muy en serio a sí mismo, la comedia se abre paso colateralmente. Sólo hace falta que alguien se piense muy trascendental para que el absurdo le pase por encima como un camión".

· "Básicamente se diría que el verdadero cómico elige ser un idiota para humillar a los sabios".

· "¿Qué necesitamos para saltarnos los límites del humor? Tener límites".

· "La derecha invierte en tus desilusiones para aprovecharse de ti, y la izquierda invierte en tus ilusiones… también para aprovecharse de ti".

· "Me parece una falta de ambición vergonzosa por parte de la derecha haber elegido identificarse con 'la libertad', habiendo podido plantear el dilema en términos de 'socialismo o vida eterna'. La única libertad que conozco es la de dos personas que no se conocen riéndose de algo que les da miedo".

· "La democracia es el proceso que garantiza que no seamos gobernados mejor de lo que nos merecemos".

· "Tu libertad termina donde empieza tu gilipollez".

Bueno, querido lector, ¡a leer, se ha dicho! Quiero decir "¡se ha escrito!".

Sugiero al lector acomnpañar esta columna con el video de Rudy-Sanz, “Romance del asador y el carnicero”: