En tiempos primitivos, cuando un miembro de la tribu enfermaba se creía que su alma había sido capturada en el país de las sombras, en las regiones infernales donde moran los muertos. Miles de años antes de Cristo, las primeras comunidades humanas, de forma casi simultánea y en todos los continentes, elaboraron un mecanismo de defensa tan complejo como supersticioso para conjurar la adversidad, la enfermedad y la muerte. La figura central de estos esquemas místicos era el chamán, el único que podía interceder frente a los dioses y espíritus para apaciguar las penurias de la vida.
Publicado en francés en 1951, El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis del historiador de las religiones Mircea Eliade constituye, junto a su extensa obra, un aporte fundamental para abordar la condición de lo humano por fuera de lo estrictamente occidental y moderno. El libro, traducido por primera vez al castellano en 1960, recopila cientos de testimonios y observaciones de antropólogos que durante los siglos XIX y XX dieron la vuelta al mundo buscando rastros de las religiones arcaicas. El autor reconstruye así en detalle los rasgos centrales del chamanismo, una práctica sagrada que se repite durante miles de años en todos los continentes y tiene una poderosa influencia sobre el desarrollo posterior de la religión. El ascenso al cielo y el descenso a los infiernos, por citar dos ejemplos canónicos del misticismo universal que llegan hasta nuestros días, tienen su antecedente más lejano en el chamanismo siberiano y norasiático, el espacio geográfico donde el fenómeno conquistó su forma más completa y acabada.
En muchos lugares y tiempos siempre existieron magos y hechiceros, brujas y curanderos. Lo que distingue al chamán del resto de las figuras místicas es su increíble capacidad extática. El chamán domina las técnicas del éxtasis y puede, literalmente, “salir de sí mismo”. A través de la danza, la música, el canto, los narcóticos y el alcohol logra un trance que provoca una ruptura en la estructura topográfica del universo: logra remontar vuelo hacia el cielo o descender al infierno. Las tareas habituales del chamán eran ascender al cielo para rogar al dios supremo por lluvias, alimento y bonanza; o descender a las profundidades del infierno para rescatar el alma de un enfermo o guiar el espíritu de un difunto que se negaba a abandonar el territorio de los vivos.
Lo que hoy percibimos como un horroroso miedo al vacío interpretativo, un estado de duda permanente en dónde no podemos localizar las causas de los males que nos aquejan, en aquellos tiempos era compensado por el relato de los espíritus en boca del chamán. En la base del pensamiento chamánico descansa una matriz paranoica: nada malo ocurre por sí solo. La curación siempre encierra algún tipo de enigma cuya respuesta posee quien dialoga con los dioses en nombre de los hombres. Lo que un contemporáneo vive como azar, para el hombre primitivo, de un modo siempre persecutorio, es el resultado de un desajuste incomprensible y la expresión de un lenguaje inaccesible. El chamán era entonces ante todo un hermeneuta de la legislación cósmica que subyugaba la vida del hombre primitivo, la guía que buscaba disipar una existencia neblinosa que dialogaba todo el tiempo con la supervivencia.
Un secreto profundo se desarrolla, entonces, al mismo tiempo, en el interior del cuerpo, en los cielos y los infiernos. Mediante el éxtasis el chamán establece un puente entre las diferentes topografías, y recupera así, por un momento, el tiempo mítico originario en donde los vivos y los espíritus convivían en un mismo plano, un origen primigenio en donde la comunicación con lo divino era fluida y accesible a todos. Para acceder a esos secretos y poder convertirse en espíritu, el chamán somete su cuerpo a operaciones extrañas, complejas y muchas veces dolorosas. Durante su iniciación, retirado en la montaña, la caverna o la selva, debe tener el valor suficiente para quedarse absolutamente solo para dialogar con los espíritus. Los temas centrales que rodean a la iniciación chamánica, que puede ser tanto hereditaria como vocacional, están vinculados con algún tipo de accidente o crisis que es interpretada como una señal sobre el candidato elegido. Una enfermedad nerviosa, una revelación onírica, el ataque de un lobo o el impacto de un rayo pueden ser leídos como señales que asignan al futuro chamán el camino a seguir. El rito gira siempre en torno a la muerte y la resurrección, al descuartizamiento del cuerpo, la renovación de los órganos internos, la ascensión al cielo y el descenso a los infiernos. Son los tópicos principales que atraviesa el iniciado para luego dar paso a una instrucción práctica a cargo de los chamanes más viejos. Cuenta Eliade que los esquimales, por ejemplo, experimentaban una visión extática en la cual eran devorados por una morsa o un oso. Después de ser despedazados, su carne volvía a regenerarse alrededor de sus huesos. Ese animal se transformaba a partir de entonces en uno de los espíritus auxiliares que lo acompañarían en sus viajes.
La historia de las religiones implica contaminación incesante e influencias duraderas, elementos que sobreviven y se van adaptado bajo nuevas formas que incluso pueden contradecir su origen. No hay fenómenos religiosos puros. En América, los mismos trazos chamánicos reaparecen desde Alaska hasta Tierra del Fuego. La aparición de elementos similares entre regiones tan alejadas del mundo coronan al éxtasis como una propiedad constitutiva de lo humano, una característica originaria y fundante.
Mircea Eliade apunta que la utilización de narcóticos para alcanzar el trance extático es una expresión de la decadencia del chamanismo. En los tiempos originarios, el diálogo con el más allá era algo plausible de ser alcanzado por cualquier individuo. Los chamanes relatan que sus ancestros podían literalmente volar hacia el cielo para hablar con su dios y resucitar gente a voluntad. El viaje extático es una aventura llena de pruebas que durante o después de la ceremonia son narradas al resto de la comunidad. La narración de esa aventura tal vez sea la formación más embrionaria y primitiva que conozcamos de la literatura. Eliade apunta que el viaje extático del chamán contiene los elementos que caracterizaran lo que mucho más tarde se conocería como la narración épica: el viaje, la iniciación, la muerte, la resurrección; hasta el perro que custodia la entrada al infierno y el enfrentamiento con los demonios. Todo ya estaba allí.