En 1991 habían caído los socialismos reales y una oleada de neoliberlismo sacudía el globo. En la Argentina un riojano con patillas y poncho se calzó un traje, se subió a una Ferrari, y desencadenó el desguase del Estado en nombre del peronismo poniendo en entredicho medio siglo de soberanía popular al abrir un ciclo de destrucción de todo aquello que la había fundamentado. Ese año moría en La Lucila un prolífico ensayista adscripto al peronismo que desde hacía décadas venía abogando por el enlace entre los saberes de la nación, a la que consideraba el sujeto histórico de la emancipación, y la tradición marxista. Era Eduardo Astesano.

Nacido en Villa María en 1913, abogado por la Universidad del Litoral, en Rosario formó parte del Partido Comunista desde los años ‘30. Colaboraba en Claridad, Argumentos y Orientación al mismo tiempo que iniciaba su análisis de las formaciones sociales virreinales que detalló en su libro Contenido social de la Revolución de Mayo, del ‘41. Discípulo de Juan Álvarez, aún adscripto al liberalismo, hacía de Carlos Pellegrini, cuyo retrato ilustra la tapa, el adalid del desarrollo capitalista.

Desde 1946 dirigió la revista de la Federación Gremial de Comercio e Industria de Rosario y en 1950 integró el Instituto de Estudios Económicos y Sociales, de filiación marxista, financiado por Perón, con quien empezó a reunirse con cierta periodicidad. Junto a su amigo Rodolfo Puiggrós había cuestionado la posición del PCA ante al surgimiento del peronismo planteando una lectura del nuevo movimiento como un Estado soberano, antiimperialista, que integraba a la clase obrera y desarrollaba la industria nacional. El PC había sido “una especie de pasarela donde entraban llenos de fervor y admiración y salían, tarde o temprano, desilusionados y vencidos”; acusados de “intelectualismo y pedantería”, fueron acorralados y luego expulsados en 1947 en el momento en que “la revolución nacional emancipadora pulverizó al codovillismo”-sostiene Rodolfo Puiggrós en el prólogo a la versión de El Capital realizada por Astesano en el ‘54. Tramada con ejemplos históricos argentinos, en particular sobre el proceso de acumulación originaria en el que describe el surgimiento del capitalismo citando sus trabajos sobre la economía colonial y el ejército sanmartiniano, germen de la industria nacional, es una pieza singular en el concierto de la integración del marxismo con la realidad concreta del país.

En el ‘49 habían creado con Puiggrós el Movimiento Obrero Comunista (MOC), que se mantuvo hasta 1956; el periódico Clase Obrera, de defensa de las políticas del gobierno sin abjurar de su identidad comunista, testimonia esa deriva. Convertido en enlace con los disidentes del comunismo, Astesano fue encomendado por Perón para desarrollar una teoría que sustanciara la Doctrina tripartita de Independencia Económica, Soberanía Política y Justicia Social. Los diálogos con el presidente y con “la señora Eva Perón”, “nos permitieron despejar a fondo los restos de prejuicios en que todavía nos debatíamos. Grabadas en nuestro recuerdo están sus manifestaciones de fervorosa posición antioligárquica. Salimos de allí fuertemente tonificados y con la sensación de haber conocido la representación más auténtica que pueda darse de una sensibilidad popular llevada al extremo del sacrificio”. En Historia de la independencia económica y luego en Ensayo sobre el justicialismo a la luz del materialismo histórico publicado en Rosario en 1953, analiza al peronismo con categorías de Mao Tsé-tung -será el primero en integrarlas al análisis de la realidad argentina- caracterizándolo como una Revolución de Nueva Democracia, “tercera forma de los países coloniales en revolución”. Fustigado por peronistas y marxistas, el libro sostenía que el peronismo era la forma nacional del socialismo.

Tras el golpe del ‘55 padeció prisión militar por unirse al alzamiento fallido del general Valle. “Noventa días incomunicado en un sótano, con un centinela apuntando día y noche con su ametralladora, nos cambiaron profundamente. Perdimos miedo a la represión e incluso a la muerte. Nuestras teorías revolucionarias recibieron el fuego quemante de la práctica”. Ya en Buenos Aires, participó de la resistencia peronista escribiendo en El hombre, El Soberano, Recuperación, Descartes, y en Relevo, que dirigió. Al ingresar al Instituto de Revisionismo Histórico donde brindó una conferencia sobre la tradición liberal de izquierda, “me definí abiertamente como nacionalista” – sostiene-, posición que lo conducirá a afirmar que “la nación es lo principal y la clase obrera lo secundario”. En el ‘57, como parte de la campaña por el voto en blanco, publicó cuatro números de Nacionalismo Marxista, que, con artículos de Fermín Chávez, Castiñeira de Dios, Arturo Sampay, Elías Castelnuovo y John William Cooke, entre otros, planteaba desde su título una aporía -indigerible para muchos- de cuya conjugación surgiría la Liberación Nacional.

Mientras tanto, Astesano no cejaba en su militancia historiográfica. A Rosas: bases del nacionalismo popular (1960) le siguieron San Martín y el origen del capitalismo argentino, publicado por Jorge Abelardo Ramos en el ‘61, La lucha de clases en la historia argentina (1964) y Martín Fierro y la justicia social, libro al que considera “Primer Manifiesto Revolucionario del Movimiento Obrero Argentino”. En Nacionalismo Histórico o Materialismo Histórico, del ‘72, avanza no solo en la perspectiva anunciada en el título, donde critica el dogmatismo eurocéntrico del marxismo, sino en la incorporación de la mirada indigenista en su valoración de las formaciones sociales soberanas de América -el incario, fundamentalmente, al que considera la primera experiencia socialista, y las comunas jesuíticas- cifrando las fuentes de la revolución en el pueblo mestizo y el catolicismo popular.

Con el retorno de Perón en el 1973 produjo su Manual de militancia política, en el que nuevamente acude a las categorías maoístas de las Cuatro Tesis Filosóficas para explicar las contradicciones del movimiento popular revolucionario. El mismo año dio a luz Bases históricas de la doctrina nacional e Historia socialista de América, en la cual emerge su mirada de proyección sudamericana que integra indianidad, negritud y latinidad, consideraciones que recogerá en la postdictadura en La nación indoamericana: 500 años a. de Cristo-1500 años después de Cristo. Y con el título de Doctrina universal: continentalismo, ecología, universalismo y Manual de doctrina nacional compiló y prologó textos del último Perón.

Durante la dictadura se refugió en la investigación histórica, haciendo hincapié en la articulación de la doctrina justicialista, a la que da sustento teórico en el marxismo, y las dimensiones, en particular indígenas, del sustrato nativo del pueblo. Fruto de ese trabajo es su Juan Bautista de América – El rey inca de Manuel Belgrano, recientemente reeditado por la Biblioteca Nacional, donde a partir de la autobiografía del hermano de Tupac Amaru, que sufriera tormentos y 40 años de un atroz cautiverio en Ceuta, y sería postulado por Belgrano para coronar una monarquía constitucional, desarrolla un panorama del indigenismo en la tradición revolucionaria argentina. Astesano, conmovido por su historia, recorrió cada uno de los sitios donde vivió aquel que “fue sin saberlo el hombre del destino”. Fueron etapas de su peregrinación Tungasuca, Lima, Tucumán, Humahuaca, Montevideo, Río de Janeiro, la isla Goré en Dakar, Cádiz, Sevilla, Algeciras y finalmente Ceuta, donde visitó el antiguo presidio en que penara el inca y anduvo por la Cashba, que lucía similar a la época del cautiverio del mártir americano.

En ese viaje discutió en Francia con Maxime Rodinson, Samir Amin, Umberto Melotti (este último, autor de Marx y el Tercer Mundo, lo visitó poco después en su casa), que habían desarrollado las tesis sobre el despotismo asiático que los condujo a una revaloración de las formaciones sociales precapitalistas, pero no aceptaban la centralidad de la nación que él le confería. Incluso tuvo intercambios con Abdel Malek, el secretario de Nasser, que derivó en su monumental Historia ecológica y social de la humanidad. Fruto del nuevo canon de interpretación postulado por Perón a su regreso, “Continentalismo, Tercer Mundo, Universalismo y Ecología Organizada”, despliega una secuencia que lee la historia universal en forma crítica desde los postulados doctrinarios justicialistas.

En esta, su última etapa de reflexión, sustituye el término “socialismo”, al que critica su matriz eurocéntrica (en un encuentro de la UNESCO un intelectual africano le observó que para él que el socialismo era la máscara del imperialismo), por “solidarismo”. Superpuestas e integradas, las culturas surgidas en el Tercer Mundo anuncian una nueva etapa universal, basadas en las naciones concebidas como el fruto de la integración, la independencia y la autoconsciencia de los pueblos. “En la historia de la especie, la nación aparece como categoría social unificadora superior de los pueblos (etnias), combinando factores ecológicos (territorio), históricos (origen común), económicos (manejo social o individualista de una masa de excedentes), políticos (formación de los Estados nacionales) e ideológicos (idioma, patrimonio cultural), que obran en conjunto como fuerzas de unidad”. Aunque esperanzado, el libro se cierra con esta advertencia: “Hemos roto la escala de valores ecológicos que constituyen la esencia de la igualdad entre los valores humanos. Hoy puede distinguirse una escala de valores destructivos, utilizados como medios desintegradores de la energía cósmica”. Sin embargo, asevera, “En los futuros siglos la tendencia a la universalización del trabajo y el consumo que ha elevado al plano universal la fuerza de trabajo, manual e intelectual, de la especie, presiona para imponer los valores ecosociales igualitarios”.