Desde El Cairo
El Gran Museo Egipcio en El Cairo es arte en sí mismo, una obra de autor: no un receptáculo funcional con vitrinas, sino un faraónico y virtuoso diseño posmoderno a las afueras de la monstruosa urbe, sobre la arena del desierto. Tiene las pirámides al fondo, de cuya forma primigenia el estudio de arquitectura Heneghan Peng hizo deconstrucciones con geometría fractal para exhibir la obra artística de la civilización más fastuosa y creadora de tesoros del Mundo Antiguo.
Tardaron 21 años en construirlo --tanto como una pirámide-- por los vaivenes políticos. Costó mil millones de dólares, un monto a la altura del valor cultural y la cantidad de piezas de arte que le están trasladando desde museos centenarios como el de la Plaza Tahrir que envejece dignamente, pero ya no le cabe una pieza más.
Al caminar bajo el sol hacia el museo y su minimalista fachada de un kilómetro de ancho --plana como la de los templos egipcios-- su resplandor plateado empequeñece al que mira sus enigmáticos triángulos superpuestos: en perspectiva parecen pirámides incrustadas en el frente. Esos poliedros de cuatro caras triangulares que se juntan en un vértice común --ideados hace 4.700 años junto al Nilo-- son la forma que inventaron los arquitectos de los faraones para simbolizar el poder real y la inmortalidad. Sus líneas coinciden con las de un rayo de sol petrificado que en la cosmogonía egipcia, conecta al hombre con el dios sol Ra.
Mega-tumbas para una sola persona
Las pirámides son mega-tumbas a donde un solo rey se iba a vivir por siempre: moradas de solidez eterna con objetos fastuosos para la otra vida, a la cual se viajaba en barca guiada por Ra, quien navegaba los cielos durante el día y descendía al inframundo cada atardecer.
Por su contenido mortuorio, el museo es más bien un mausoleo, arquitectura funeraria pública. Y es también un palacio donde continúa la vida de los faraones, un recinto mágico a donde no entra la muerte. En las vitrinas están los tesoros de la reina Hetepheres, madre Keops, el constructor de la Gran Pirámide: el sillón de la reina, el sarcófago de alabastro, la cama, su caja de brazaletes y el espejo que alguna vez reflejó su rostro.
Si la Gran Pirámide de Keops tiene 2 millones de bloques gigantes colocados a mano, los números de este museo debían ser también faraónicos: abarca 700.000 años de historia; ocupa 100.000 m² --ahora el más grande del mundo-- y caben 4000 personas. En tanto museo del siglo XXI tiene su gran sala audiovisual para una experiencia inmersiva en la tumba de Tutankamón: paredes y techo son pantalla en 360° y el viaje en el tiempo deja de ser quimera gracias a la virtualidad y adquiere color.
Un cambio de dimensión
Al atravesar la fachada del museo el cambio de dimensión es radical: se abre de repente el interior de un atrio monumental hiperluminoso donde se levanta un colosal Ramsés II de 11 metros de alto, 83 toneladas de piedra y 3.200 años que parece tallado ayer sobre un estanque. Tiene los brazos rígidos del arte egipcio, pero da un paso al frente como si viniese hacia uno. La luz natural atraviesa los vitrales del techo y la fachada de piedra tralúcida de alabastro egipcio. La escala del ambiente fue calibrada para provocar una respuesta emocional similar a la de estar frente a las pirámides: lo logra.
Las líneas en perspectiva hacia el fondo del atrio llaman a caminar hacia una marmórea escalinata triunfal con lo más refinado de la estatuística egipcia: sube 50 metros de desnivel y a cada lado se alinean faraones de pie y sentados en una base con jeroglíficos, leoninas esfinges protectoras de cabeza humana y también hay humanos con cabeza de león, sarcófagos, columnas y dioses con cuerpo hombre y rostro de halcón. La sensación es la de avanzar en una procesión faraónica a través del desconcertante inframundo, pero en clave posmoderna.
Al llegar a la cima se abre un gran ventanal enmarcando el desierto y las tres pirámides de Giza, las originales: son el arquetipo de una forma perfecta y perenne, la obra monumental más antigua de la humanidad. Su estructura es una base sólida cuyas líneas confluyen todas en la cima, sin espacios vacíos interiores salvo la cámara funeraria. No hubo terremoto que las derrumbase y su firmeza no se ha podido superar. Los 146 metros de altura de la pirámide de Krefén fueron la obra humana más alta de la tierra hasta el año 1880 al terminarse la catedral de Colonia. Esos simétricos zigzags imantan la vista aún más que el fluir continuo del círculo, cuya área los egipcios aprendieron a medir con su clarividente geometría.
Las primeras salas abiertas
En el museo se abrieron 12 salas y el año que viene se visitará la totalidad de la obra. Expondrán completo por primera vez, el paradigma de los tesoros en el imaginario occidental y medioriental: el contenido de la tumba de Tutankamón salvado de los saqueos. A este rey menor lo mudarán pronto por segunda vez –-la primera fue desde el Valle de los Reyes al museo donde aún está-- y entonces se juntará aquí con la totalidad de su ajuar, que nunca ha sido exhibido completo por su exorbitancia numérica: serán cinco mil objetos reubicados como prendas de vestir, carros que usó en vida, joyas y su legendaria máscara mortuoria reluciente como hace 3349 años.
Egipto está reacomodando sus tesoros: 22 momias de reinas y faraones fueron trasladadas en 2021 desde El Cairo al Museo Nacional de la Civilización Egipcia en la ciudad de Fustat. Fue una procesión militar con los sarcófagos desfilando por las calles en carros al estilo antiguo, acompañados por centenares de sacerdotes y sacerdotisas a la moda faraónica con ofrendas, entre música sinfónica y salvas de cañón en un desfile televisado.
Los egipcios ya no tienen qué envidiarle a los museos Louvre de París, Británico de Londres, Neues de Berlín, Egipcio de Turín ni Metropolitano de Arte de Nueva York. O sí: sus colecciones egipcias, aunque no estén a su altura. En el discurso de apertura del Gran Museo Egipcio, Ali Abu Dshish, miembro de la Unión de Arqueólogos, dijo que en estas salas caben tantas antigüedades, que podrían incluir las "repartidas en varios países del mundo". La colección egipcia del Británico tiene 75.000 piezas y la del Louvre 50.000. El mensaje fue apenas sutil a las autoridades occidentales, como diciendo: “sería hora de comenzar a devolver los botines coloniales; estamos preparados para cuidar nuestro legado civilizatorio”.
En la Isla de los Museos de Berlín está la imagen de yeso y piedra caliza de Nefertiti, un busto que sería fruto de la máscara mortuoria de aquella reina egipcia muerta hace 3349 años. Los historiadores del arte la consideran una enigmática “Mona Lisa” del Mundo Antiguo, descubierta en 1912 a orillas del Nilo en perfecto estado por un arqueólogo alemán que engañó a las autoridades egipcias: les hizo creer que carecía de valor. Nefertiti brotó del inframundo al excavar el taller del escultor real Tutmose --un Miguel Ángel de su tiempo-- en los restos de la ciudad de Aketatón. Es una pieza policromada aún muy bien pintada de 50 cm y 20 kilos con un realismo pasmoso y la mirada penetrante de unos ojos hermosísimos delineados con negro, que todos quisiéramos mirar de frente en este nuevo palacio no lejos del Nilo que le acaban de construir, a salvo de saqueadores.