Preguntar cuál es la situación del escritor argentino en el contexto de la globalización actual implica no sólo pensar en el rol de escritor sino también en qué es la literatura hoy en un proceso donde la cultura y la industria editorial aparecen fuertemente determinadas por una ideología económica de preeminencia y gravitación internacional.
Se dice de un modo infundado en los espacios del periodismo cultural que existe una crisis de la narrativa actual en la literatura argentina. La principal explicación que se da es que se venden poco las novelas y menos aún si se trata de un libro de cuentos. ¿Desde cuándo la calidad literaria de un buen libro se mide en términos de ventas? Y esta no es una discusión perimida, sino, como lo ocultado, retorna en un momento donde la imposición de una hegemonía conceptual de lo real aparece de una manera relevante. ¿Qué podríamos decir entonces de la obra de Antonio Di Benedetto que recién después de veinte años de su muerte comenzó a salir del olvido y la incomprensión? ¿Qué podríamos decir también, para dar otro ejemplo, de las novelas de un gran escritor como Juan José Saer, que jamás ha sido un autor de grandes ventas y ningún libro suyo ha figurado en los rankings de los libros más vendidos? Desprestigiar a la creación literaria diciendo que existe una crisis de la narrativa es el falaz argumento que las grandes editoriales internacionales vienen difundiendo en nuestro país para justificar su noción de un modelo de novela que les asegure el éxito de ventas.
En el medio intelectual suelen presentarse en algunos momentos de la historia problemáticas que provocan debates entre sus actores e instituciones. Así como para las primeras décadas del siglo XX una problemática era, dentro del accionar de las vanguardias, la polémica entre los viejo y lo nuevo de las formas literarias y artísticas, en la actualidad es determinante la tensión que provoca en el espacio de funcionamiento de la literatura y el arte el poder de las reglas del mercado de una economía neoliberal y globalizante. Fenómeno que corroe el ejercicio mismo de la literatura. Por esta razón creo que es necesario que los escritores e intelectuales analicemos críticamente este aspecto.
En la Argentina, bien sabemos que el imperio del mercado en la producción cultural se ha fortalecido desde la década de los noventa. Período dominado por el neoliberalismo político y económico.
Pareciera que en países periféricos e inestables como el nuestro, el ámbito artístico e intelectual tiene poco de esa relativa autonomía que ha señalado Pierre Bourdieu.
Cabe a su vez señalar que esta problemática sobre la supuesta “crisis de la narrativa argentina” es un tema de discusión principal que se viene planteando ya desde mediados de la década de 1980 y que se acentúa en los 90. En su estudio “Lecturas de la historia y lecturas de la literatura en la narrativa argentina de la década del 80”, Andrés Avellaneda señala que en esos años se hablaba del “exilio” del lector de la narrativa argentina, producida por la “recesión económica y el empobrecimiento de la clase media, consumidora histórica del libro de autor nacional”. Añadía que algunos críticos, escritores y editores sostenían la hipótesis de que esta crisis se debía a que existía un “exceso de introspección y complejidad en los escritores argentinos lo que no despertaba el interés de los lectores”. Frente a esta opinión algunos escritores como Alberto Laiseca, proponían que había que “contar para entretener”. Por cierto hubo muchos otros que rechazaban esta posición de una literatura que se limitara a entretener o a divertir solamente al lector.
Durante los primeros años del siglo XXI esta tendencia se acentúa y la libertad creativa, la invención y la originalidad literaria ya no son valores significativos. A las grandes editoriales sólo le importa el record de venta y ocupar un espacio considerable en los medios periodísticos. A pesar de ello, no siempre estos productos en formato de libro que lanzan por cadenas de librerías consiguen ser un éxito de ventas en un mercado de lectores como el de Argentina cada vez más paupérrimo y reducido después de la crisis de 2001. Es por eso que estos libros, (en una política editorial de consumo inmediato o de un “ciclo de producción corto”, como lo llama Pierre Bourdieu), están al poco tiempo ocupando un lugar ostensible y preferencial en las abarrotadas mesas de saldos de las librerías y ferias que se dedican a su venta. A esto habría que sumarle la búsqueda infructuosa de estas empresas por conseguir un best seller local, digamos, encontrar un filón de ganancias como El código Da Vinci o alguna variante criolla de Harry Potter. Estos fracasos económicos, que no son pocos, obviamente los llevan a justificarse y a insistir en una “crisis de la narrativa”. Lo que no quieren entender es que un buen libro se vende siempre; los malos y fabricados para el éxito rápido y fácil, se venden un corto tiempo y nunca más, como dice Francisco Porrúa, un editor de los de antes.
Como modelo de una narrativa que aparentemente tendría una buena acogida de venta, las grandes empresas editoriales han privilegiado lo que llaman la novela histórica. Sin duda este es un género de probada legitimidad estética en la historia de la literatura. ¿Pero qué entiende por novela histórica la industria editorial? ¿Hay un modelo “global” de este tipo de novela? Estos interrogantes creo que son básicos en el debate sobre el tema. Como aporte a ese posible debate diría que en nuestra literatura hay algunas muy buenas novelas que narran algún momento del pasado de nuestra historia. Por ejemplo, Zama de Antonio Di Benedetto, El entenado y La ocasión de Juan José Saer. Y creo que son muy diferentes a las que por lo general se encuentran en las colecciones de gran éxito que vienen publicando conocidas editoriales en los últimos años. Tanto Di Benedetto como Saer entiende que una novela que narra un momento del pasado es una invención, una creación imaginaria de ese pasado y eligen el lenguaje contemporáneo y no la usual búsqueda de un supuesto lenguaje de época. En sus ensayos, justamente, sobre Zama, Saer sostiene una concepción de una novela que elige un momento del pasado como tiempo de su relato pero que no trata de realizar una visión costumbrista de esa época.
Por el contrario, muchas de las novelas históricas de gran venta se caracterizan por el intento de lograr una reconstrucción de tipo arqueológico de un momento histórico. Y no sólo eso, en general se advierte una práctica del realismo tradicional, cierto interés por llenar huecos intimistas sobre la vida sentimental de tal o cual figura histórica, con algunos casos de exaltaciones patrióticas de cuño ejemplificador.