El prestigioso médico psiquiatra y psicoanalista Luis Hornstein no se casa con nadie. Tan respetuoso como cuestionador, el autor de Las depresiones explora en su nuevo libro Clínica psicoanalítica. Del dogma al pensamiento crítico (Editorial Letra Viva) tanto la práctica como la teoría del psicoanálisis. Hornstein desgrana una multiplicidad de conceptos a lo largo de doscientas páginas y, a partir de la teoría de la complejidad, no ahorra críticas para quienes no tienen en cuenta la subjetividad del analista. Y cuestiona el psicoanálisis ortodoxo ya sea del freudismo, lacaniano o kleiniano para pensar de una manera abierta el sentir del analista y el valor de su subjetividad en la eficacia terapéutica. Hornstein afirma, entonces, que el psicoanálisis siendo una psicoterapia "es más que una psicoterapia".
"Digo que es más que una psicoterapia porque la experiencia analítica debiera brindar herramientas conceptuales para entender otros fenómenos, no solo los propios de la psicoterapia, sino también problemas sociales, sociológicos, políticos; por qué la ira ocupa un lugar tan central en los procesos de elección de autoridades; qué campos irradia la propia experiencia psicoanalítica para dar cuenta de temáticas tan diversas como la religión, la ilusión, el malestar en la cultura", sostiene el autor. "Estoy dando todos los títulos del Freud más social, pero que permanentemente el psicoanálisis tiene la potencialidad de aquello que, si bien se originó en el campo de la psicoterapia, produce una cantidad de instrumentos para entender fenómenos que exceden el campo terapéutico y que permiten acceder a fenómenos sociales, políticos, de conflictos entre grupos: el narcisismo de las pequeñas diferencias", agrega.
-También usted señala la diferencia entre psicoanálisis de frontera y psicoanálisis retraído. ¿Cuál cree que prevalece en la actualidad y a qué lo atribuye?
-Durante largos períodos el psicoanálisis funcionó muy endogámicamente dentro de grupos de psicoanalistas y de gente que adhería a la teoría psicoanalítica, casi diría usando una diferencia: los creyentes exigen un ritual, mientras que los pacientes son una exigencia de trabajo. Cada vez más nosotros atendemos pacientes que están en los límites de lo analizable, donde hay que apelar a recursos que no tienen que ver con los encuadres tradicionales, sino con el compromiso subjetivo, con poder estar en las fronteras clínicas con respecto a lo que está más allá de las neurosis; con respecto a las fronteras conceptuales, aquello que tiene que ver con el trabajo y con la lectura y la incorporación de otras disciplinas versus un psicoanálisis retraído que solo apuesta a que la lectura que los psicoanalistas deben realizar son lecturas propias de la disciplina psicoanalítica y en el peor de los casos de un autor, lo cual convierte el psicoanálisis en un dogmatismo, en lugar de un pluralismo crítico. Entonces, interdisciplina por el pluralismo crítico, animarse a trabajar con aquellas personas que están en el límite de lo analizable correspondería a lo propio de los psicoanálisis de fronteras. Al mismo tiempo, trabajar no solamente en el consultorio, sino en otras situaciones institucionales, pudiendo abordar problemáticas que no son las propias de la tradición psicoanalítica, sino que el psicoanálisis de frontera articula tradición con innovación y donde cada psicoanalista debe animarse, de alguna manera, a afrontar situaciones que no están en los libros que haya leído, sino que cada situación clínica es un desafío; que cada relación con conceptos de otras disciplinas es un desafío. No puede pensarse el psicoanálisis sino también en las fronteras con la epistemología y la cultura de la época .
-¿Y el psicoanálisis retraído?
-Se basa en leer lo ya pensado, lo ya escrito, y dentro de un corpus considerado casi un texto sagrado.
-¿Por qué cuestiona que los analistas lacanianos que, en sus comienzos hablaban de un retorno a Freud, dice usted que se han alejado cada vez más de la técnica freudiana?
-La técnica freudiana se basaba en la asociación libre y la atención flotante. Implicaba un cierto tiempo de elaboración. Por ejemplo, cuando Freud escribe Recordar, repetir, reelaborar supone que lo propio de una práctica psicoanalítica es un cierto tiempo que permita que el analista y el paciente no solamente sustituyan la repetición por el recuerdo, sino que se dé un proceso de elaboración. Ese proceso de elaboración requiere un cierto tiempo de trabajo en común. Y muchos de los analistas lacanianos -no todos- han tomado como paradigma de la sesión psicoanalítica el cortar la sesión en cuanto surge lo que llaman "palabra plena", pero donde no hay espacio para un proceso de elaboración combatido.
-En esa línea, ¿por qué ve con preocupación que mucha gente joven tenga como punto de partida de su formación a Lacan y no a Freud?
-Yo creo que hay un debate que nunca se dio en Argentina que es el debate entre el sistema conceptual freudiano y el sistema conceptual lacaniano. El fundador del psicoanálisis fue Freud. Lacan tiene tres aspectos. Por un lado, tiene un aspecto muy positivo que es haber planteado el retorno a Freud, de volver al texto freudiano. Por otro lado, elaboró una teoría propia, y por otro lado, creó un sistema institucional propio. En Argentina, en la época en que yo empecé a formarme, había una hegemonía kleiniana, y de ahí se saltó a una hegemonía lacaniana, pero lo que nunca hubo fue un predominio de la enseñanza de Freud no desde profundas lecturas sintomales, sino de ciertas lecturas literales que implican sumergirse en la complejidad de la trama conceptual freudiana. Creo que para que para que pueda haber un diálogo entre distintas corrientes psicoanalíticas tiene que haber mínimamente un lenguaje en común. Ese lenguaje en común lo da el conocimiento del padre del psicoanálisis, de la teoría freudiana. Y cuando una corriente posfreudiana se asume como la verdadera heredera del pensamiento freudiano se automargina de todas las demás corrientes psicoanalíticas. Impide lo que podría ser un pluralismo crítico que supone la posibilidad de tener como base la lectura freudiana, pero que cada quien con su propias inquietudes tenga experiencias de lectura de autores posfreudianos y de confrontar la clínica con distintos supervisores que le permitirían ir haciendo una trayectoria singular y no simplemente repetir a un solo autor. Creo que ningún autor sintetiza la complejidad que pudiera dar cuenta de la práctica analítica. En ese sentido, expongo tres alternativas: dogmatismo, que sería convertir a un autor (sea Freud, Klein, Lacan) en un texto sagrado; eclecticismo, que sería tomar distintos aspectos de distintos autores, pero sin articularlos, y lo que para mí sería lo ideal: un pluralismo crítico. Una persona que teniendo una base freudiana pueda haber leído con profundidad a Lacan, Piera Aulagnier, a Green, a Klein, a distintos autores. Y que, en función de sus lecturas, eso lo lleve a un concepto que se llama teorización flotante, de Piera Aulagnier, que es compatible con la atención flotante: es la posibilidad de que, a través de distintas lecturas, haya adquirido distintas herramientas que le permitan trabajar con distintas problemáticas clínicas.
-¿Por qué cree que el denominado psicoanálisis ortodoxo es un intento por monopolizar los tratamientos?
-Primero hay que definir a qué llamamos "clásico" en psicoanálisis: son los autores que perduran a través del tiempo. En Argentina, el psicoanálisis clásico era kleiniano. El psicoanálisis de las décadas del '60, '70 llamaba "clásico" al kleiniano. Y uno seguía esa ortodoxia o estaba fuera y era una hereje, aún siendo freudiano o predominantemente freudiano. Entonces, lo que quiero decir es que la idea de un psicoanálisis ortodoxo la descompongo semánticamente: orto (recto) doxa (norma). Entonces, ¿en relación a qué teoría o a qué sistema de normas se puede definir un analista como ortodoxo? Yo me defino personalmente como alguien que, teniendo una base freudiana, me he nutrido tanto de Lacan, pero también de los autores poslacanianos.
-¿Cree que es necesario asumir la distancia entre el ideal y la práctica posible?
-Claro, creo que, muchas veces cuando uno establece una práctica ideal, se enfrenta ante la heterogeneidad de las situaciones clínicas, que hoy día enfrentamos sobre todo en nuestro país, donde hay pacientes que están atravesando situaciones muy graves que requieren de parte del analista, no ya un programa, sino una estrategia. La estrategia tiene que ver con los sistemas complejos y con la posibilidad de dialogar con la incertidumbre y no aplicar a todos los pacientes un programa único porque, al contrario, los pacientes merecen ser atendidos en su singularidad.
-¿Por qué las referencias teóricas pueden ser un obstáculo en el inicio del tratamiento?
-Cuando yo tengo que escuchar a un paciente, si pretendo escuchar la singularidad de ese paciente, todo lo que pude haber incorporado a nivel teórico puede llegar a ser un obstáculo si me impide escuchar al paciente en su singularidad. Yo pude haber estudiado teoría de los sueños, pero el sueño que me trae un paciente es el propio paciente con sus asociaciones el que tiene las claves del significado de ese sueño y no lo que yo pude haber incorporado. Por eso les digo la mejor teoría es la que más interrogantes propone y no la que más respuestas propone.
-Y en ese sentido, ¿en qué consiste la concordancia que debe producirse entre analista y paciente para iniciar un análisis?
-Por empezar deberíamos hablar del horizonte epistemológico en el que debiera estar inmerso el psicoanálisis hoy en día. Ese horizonte epistemológico implica la teoría de la complejidad. La teoría de la complejidad tiene varios componentes: cómo articulamos determinismo a ser; cómo pensamos la historia: si es una historia lineal o una historia recursiva. Había una época en que se suponía que el analista era un observador de un fenómeno ajeno. Cada vez más en el horizonte epistemológico contemporáneo, el observador es parte de la experiencia, en este caso el psicoanalista con su historia personal, con su trayectoria tiene que haber una concordancia que permita que la historia personal del analista no sea un obstáculo para escuchar la singularidad del paciente. Y, en ese sentido, lo importante es rescatar que hoy un psicoanalista no es un técnico que opera de la misma manera con todos los pacientes, sino que hay un nivel artesanal que tiene que ver con la posibilidad de transformar una tecnología en una posibilidad de modificarse, de acuerdo a cada pareja analítica. Hay analistas que les cuesta mucho salirse de un esquema de tratamiento y darse cuenta de que cada paciente exige modalidades de tratamiento diferenciales.
-O sea que usted cree que es válido que los afectos del psicoanalista pueden ser utilizables para acceder al inconsciente del paciente.
-Por supuesto. Yo diría no solo los afectos, sino la subjetividad del analista es parte del proceso analítico. Y eso implica los afectos, los conflictos personales, la historia personal, la historia analítica, la pertenencia a grupos. Entonces, extendería tu pregunta y diría no solo los afectos, sino la propia historia del psicoanalista puede intervenir como una caja de resonancia que permite una escucha más amplia o no, o más restringida, los duelos que ha vivido, etcétera. Entonces, en ese sentido creo que dentro del paradigma de la complejidad, el psicoanalista no es un observador de un proceso, sino es participante de un proceso. Y eso lo puede afirmar cualquier persona que haya tenido experiencias analíticas con distintos analistas, que cada proceso no solamente depende de la singularidad del paciente, sino también de la singularidad de la escucha analítica, que está condicionada por una cantidad de factores que hacen a su subjetividad; entre ellos, por supuesto, los afectos.
-Por lo que viene diciendo usted está a favor de la noción de cura en un tratamiento psicoanalítico, a diferencia de quienes sostienen que es deseable mantenerse indiferente a los resultados terapéuticos.
-Sí, por supuesto. Estoy convencido que la experiencia analítica no es un proyecto de conocimiento, sino de transformación. El paciente sufre y busca ayuda en alguien que pudiendo entender los conflictos que lo afectan, pueda encontrar nuevas soluciones. Y, por lo tanto, que aquello que fue fuente de sufrimiento, se amortigüe como fuente de sufrimiento. Freud decía que la meta del análisis es lograr amar y trabajar o disminuir inhibiciones, síntomas y angustias, o convertir la miseria neurótica en infortunio ordinario. En todo esto, Freud decía que hay dos ejes que tiene un análisis: un eje es el monto de sufrimiento del paciente. El otro es la curiosidad. Si no hay sufrimiento, es muy difícil que se realice un análisis. El paciente viene porque sufre. Si no hay curiosidad, aunque haya mucho sufrimiento, el paciente lo que quiere son respuestas, recetas o psicofármacos. Entonces, es la combinación de sufrimiento y curiosidad lo que sería el punto de partida ideal de un proceso terapéutico.
-¿Usted entiende que una práctica innovadora se redujo a una técnica estereotipada?
-Yo creo que, actualmente, cada vez más los analistas están asumiendo que para que haya una técnica estereotipada tendría que haber una pretransferencia de muchos pacientes, que un analista sea lo más impersonal. Creo que hoy, cada vez más los analistas practicantes ejercemos el psicoanálisis en función de la particularidad de cada persona que nos consulta. Hubo épocas de una ortodoxia impuesta que obligaba al psicoanalista a cumplir con ciertos estándares. Fíjese que "estándar" se opone a lo que es el psicoanálisis porque estándar significa "hecho en serie". Si el psicoanálisis tiene algo que aportar como terapia es que no es un trabajo en serie, es un trabajo hecho a medida de la singularidad del paciente y analista.
-¿Cómo observa la clínica del adolescente teniendo en cuenta que en el libro sostiene que ésta oscilando entre dos maniqueísmos?
-Los dos maniqueísmos son una idealización de la adolescencia o una patologización de la adolescencia: un adolescente es algo maravilloso y, a la inversa, aquellos que ven en todo adolescente un conglomerado de patologías; cuando un adolescente justamente tiene trayectorias turbulentas que son propias del ensayo y error que hacen a la adolescencia. Y que tienen que ver también con lo creativo, con la rebeldía, con la novedad. Estamos en una cultura que tiene una idealización de la adolescencia perpetua.
-¿Cree que aún hoy es común no eludir el riesgo dogmático en la lectura de Freud?
-Si está internalizado que nuestro desafío es entender la clínica, y no pasarnos años leyendo los textos solamente, sino que los textos nos tienen que brindar herramientas para las exigencias de una clínica cada vez más desbordada, más compleja, más heterogénea, creo que si alguien presta atención en las lecturas de aquellos autores que brindan herramientas útiles para el trabajo analítico, ya dio un primer paso para evitar el dogmatismo.