“El Diego me hace falta. Santiago me duele” y entonces sonríe una pena suave sobre los escombros inevitables de la memoria viva. Y juega en la mesa con la arandela de las llaves del auto, que cuelgan de un viejísimo llavero de Motorcraft.

En el siglo pasado quedó la nena de faldita escocesa y camisa blanca con el escudo del Chaltel College y el mandato preexistente de marido rugbier, casa, perro labrador y cinco hijos al que llevar y buscar al mismo colegio que fue ella. Proyecto además, moldeado por “un papá bastante gorila, de esos que dicen que en Argentina hubo dos bandos, que en este país no trabaja el que no quiere. Un papá con cosas increíbles y maravillosas y al que por momentos quiero matar. Sumale a eso una mamá que no hablaba y que entonces ´pensaba´ lo mismo que su marido”.

Desde las paredes de su taller, Mollo pone un acorde rabioso, el Diego sonríe, y Santiago Maldonado pregunta cómo, por qué, donde, quién. “Cuando pinté a Santiago todavía no lo habían encontrado. Y fue muy fuerte para mí lo que pasó. Lo viví como algo muy personal. Sentí en el cuerpo que podría haber sido mi hermana.” Y entonces, desde la frente de Maldonado, Nora Basilio, pintora, muralista, militante sin partido, pide perdón y justicia. “Todo el tiempo milito y no pertenezco a ninguna agrupación. Las causas son mías. La de las Madres, la de Abuelas, la del orgullo, las asambleas de vecinos de Don Torcuato”.

No es raro cruzársela por ahí, frente a alguna pared colgada de un andamio. “Prefiero el mural. Hacer un mural es físico, caños, pinzas, el arnés, las escaleras. Es fuerte, y además tiene la gente que pasa, habla, pregunta, se para a contarte historias, a veces mientras estás pintando y otras mientras armás la estructura, que es un trabajo rudo. Fui criada en un mundo masculino”. Finalmente Nora es el árbol de esa semilla que creció trabajando con Don Basilio, su papá, en el taller FordStock, el que queda en Boulogne, ahí sobre la avenida Rolón, que además es casa de repuestos, donde ella atendía repartiendo cigüeñales, barras de transmisión, amortiguadores y aconsejando la mejor pieza para su Ford o Wolksvagen mientras hablaba de todo con los clientes: “hay una gran similitud entre eso y llevar caños, armar las estructuras mientras charlás con la gente y hacés un mural.”

“No sé cuántos murales pinté, más de cien, seguro. No llevo la cuenta” y se ríe con el gesto que deja en claro que esa cuenta no es su tema. Y entonces hay que buscar para saber que el mural de Horacio González de la Biblioteca Nacional es obra suya, el de Diego y Messi en la ruta 202 también, y el Maradona en la cancha de Argentinos, y el Favaloro de la escuela 21, más las exposiciones en el Centro Cultural Borges, y otros varios en otras ciudades del mundo como Atenas o Barcelona. Y claro, la Evita pintada en su casa natal, en Los Toldos. Entonces apunta que en las paredes de Zabaleta, en 21 y 24 viven murales suyos “con las caras de los pibes que mata la policía”. Y en ese momento algo cambia. Mira el techo, aprieta la boca, mueve la bombilla del mate y respira un silencio cruzado de miradas. Pasa que para ser insondable, Nora se llena de palabras, y cuando los sentimientos están por alcanzarla se va por anécdotas sin importancia y hasta parece que no pone corazón. Entonces se queda mirando el cuadro de Maldonado al que se le colaron los pibes de Zavaleta, y se nota que su corazón necesita distancia.

“En el taller no pasa nada, el bastidor es una jaula en la que hace tiempo que no quiero estar, entonces no estoy, por eso también cree Huella Urbana” que es un programa de murales “que me fascina, donde el mural es la conclusión de un trabajo de territorio, conocer tu territorio, las escuelas, la gente, proponer salidas posibles y creativas. Estar con los tuyos.” Y se entusiasma explicando cómo funciona entre alumnos de escuelas, profesores de lengua, historia, biología, la participación de todos y todas en las ideas que concluirán en un mural, porque ahí entran todos, los alumnos, los profes, el colegio, el municipio, otras instituciones, porque “no se trata sólo de un mural. El mural, finalmente, es la conclusión de algo mucho mas importante, que es crear pensamiento. Por eso trabajo con la secretaría de derechos humanos del municipio. Tigre tiene mucha historia de personas desaparecidas, desde los astilleros hasta el padre Pancho Soares, del que también hicimos murales con la comunidad.”

El taller está iluminado de señales. La primera edición del Nunca Más, fotos de Diego Maradona, Evita, Santiago Maldonado, Perón, frases de Paulo Freire. Y un panel con dos imágenes de Gaudí y Salvador Dalí. Ocho paletas con colores secos se enfrentan a tachos con cientos de pinceles que recuerdan con el óleo resquebrajado, el día que fueron usados. Y aún esperan.

“Asumí que toda mi familia era gorila. Mi papá porque era, y mi mamá por mamá nomas” y se ríe fuerte y toma aire para lo que viene: “resulta que de tanto hablar yo de peronismo, un día mi vieja se suelta y dice que su madre y su padre habían sido siempre peronistas. O sea mis abuelos maternos ¿entendés? Mi abuelo estuvo en cana por peronista y resulta que mi abuela ¡era delegada sindical de las tabacaleras de Tucumán! Y andaba con otras mujeres recorriendo provincias levantando a otras mujeres” y el entusiasmo le gana y concluye que claro que “lo que se hereda no se roba ¡Mi abuela era re picante!”

A los cuarenta y dos años de su edad, Nora Basilio, muralista, nieta orgullosa de los abuelos peronistas tucumanos, Elvira y José, pinta “para bajar a tierra. Hay gente que pinta para salirse. Yo pinto para entrar, estar, habitar. Y es lo único que hago segura. Porque es mi manera de decir, cuestionar, provocar. Es lo que mejor me sale. Me gusta provocar. Me gusta discutir, confrontar.” Y decidir. Decidió no tener hijos, y vivir de la pintura y “son tres cosas que me hacen feliz: esas dos y vivir en la provincia gobernada por Kicillof “y entonces sí, suelta la carcajada. Pero retoma con un aire bravo: “con tanto para ser feliz ¿por qué hay que seguir explicando lo básico? ¿cómo nos alejamos tanto de algo tan elemental como Perón? ¿Por qué estamos otra vez tan atrás? Pinto a Perón y a Eva porque no entiendo por qué hay que seguir explicando ¿Como puede ser?” Entonces de golpe le gana el vértigo. Se le fue la sonrisa, se le crispan las manos y mira fijo el mate y otra vez ahí su corazón, pero en la boca: “de verdad que esto que pasa yo no lo puedo creer”.