TEXTO: Luis Paz

FOTOS: Alejandra Morasano

Desde anoche, Franz Ferdinand tiene más shows propios en Argentina (seis) que discos publicados (cinco). Una explicación posible tal vez sea que en Argentina amamos las bandas unicornio, y Franz Ferdinand es una. El mote no le sienta por ningún bestiario ni temario de fantasía en sus canciones, y tampoco por el turquesa y el rosa que tiñeron de a ratos su puesta en escena del lunes en el estadio de Obras. Franz Ferdinand es un unicornio porque es un grupo con una personalidad y una percha tan únicas, un look & feel tan peculiar, que sobresale de su ambiente, se lo mire por donde se lo mire.

En todos los casos con mérito suficiente, fueron ellos, los Strokes, The White Stripes, Arctic Monkeys e incluso The Killers quienes terminaron siendo los grupos mimados masivamente de aquella caballada de lo que hace 20 años se catalogó como retro rock o garage revival, y luego indie rock. De esa erupción que desde Nueva York colonizó una nueva generación de oyentes de rock, fundamentalmente por intermedio de los Strokes (con ayuda de otros yankees como Interpol, The Rapture y Yeah Yeah Yeahs), y que ya luego de 2001-2002 fue consolidando en una gran escena mundial.

A los escoceses Franz Ferdinand les tocó su parte en cierta división internacional del indie, al igual que a los suecos The Hives, los australianos The Vines, los franceses Phoenix, los daneses The Raveonettes o los argentinos El mató a un policía motorizado, que sacaron su EP debut un año después que Franz Ferdinand. A los platenses les llevó algunos años más -por el karma de vivir al sur- pero se terminaron posicionando como un grupo referente entre la nómina del indie global del siglo XXI. De hecho, El Mató tiene hoy más oyentes mundiales en Spotify que Black Rebel Motorcycle Club, Editors, Broken Social Scene o The Rapture. En el contexto del rock, son números gigantes.

Foto: Alejandra Morasano
Foto: Alejandra Morasano

Como sea, Franz Ferdinand también terminó durando 25 años. Eso pasa cuando está ese extra que hace que cuando la moda de una escena se enfría, la obra siga siendo relevante. Con más empuje que alharaca, y con dos discos fantásticos publicados con 20 meses de diferencia (Franz Ferdinand y You Could Have It So Much Better), el ex cuarteto y actual quinteto se fue posicionando dentro de cierta estirpe de clásicos contemporáneos. Y el público de acá está dispuesto a adoptar, acoger y ascender a cualquier banda con un marcado índice de personalidad propia. Lo hace incluso con grupos totalmente carentes de fuego, como Coldplay, que tal vez sean tan genéricos que terminan haciendo de eso su encanto. ¿Cómo no lo iba a hacer, entonces, con ese tipo que salta y salta, que agarra una bandera, que mete el riff de La danza de los mirlos entremedio de una canción estreno?

El charme de Franz Ferdinand va por otro lado. Las camisas abotonadas hasta arriba siempre fueron por estilo, no por el pechito frío. Y aunque ahora sean camisas más holgadas y con más botones desprendidos, la canción bailable es la misma. Con más altibajos de convocatoria y cambios de integrantes que inconvenientes de performance, el delivery del grupo acá mantiene un promedio muy alto en toda la saga que arranca en 2006 (solos en el Luna Park + dos fechas abriéndole a U2 en River), sigue en 2010 (Luna Park), 2013 (Movistar Free Music), 2014 (Malvinas Argentinas) y 2018 (Museum), y termina anoche en Obras, con producción de Indie Folks.

Los últimos dos, además, con formaciones distintas, porque en 2016 se bajó del grupo el violero fundador Nick McCarthy, y en 2021 lo siguió el batero founder Paul Thomson. Ambos fueron cruciales en la conformación de un sonido muy característico: las guitarras y la batería de Franz Ferdinand siempre estuvieron entre lo más destacado de aquella escena. Ahora, de esa estructura, solo el cantante Alex Kapranos y el bajista Bob Hardy se mantienen rodando.

Foto: Alejandra Morasano

De Hardy, honestamente, hay poco para decir. Toca muy bien pero en el escenario es, digamos, un poquito quedado. De Kapranos, honestamente, hay mucho por envidiar. Más allá de los 52 años que porta, son más de tres décadas tocando (contando proyectos anteriores a Franz Ferdinand) y ni su voz ni su cuerpo ni su simpatía parecen haberse cansado o aburrido de eso. Kapranos de hecho es varios años mayor que contemporáneos como Pete Doherty (de los ingleses The Libertines) o del stroke Julian Casablancas, y la diferencia en despliegue, porte y canto es absurda en retrospectiva. El único que le hace la segunda en vivo hoy es el tecladista Julian Corrie, que también mete coros y guitarrazos, y resulta un coequiper activo y con buen gusto para Kapranos & Hardy.

En shows como los del lunes en Obras queda a la intemperie lo que tienen que hacer los cantantes, que es cantar bien, animar a la gente y, sí, mantener cautiva la atención, hoy más que nunca. Y Franz Ferdinand no va a la caza de esa atención con una propuesta algorítmica sino con una propuesta algo rítmica, con sus hits incluso sonando algunos bpm por encima de los originales (The Fallen, Take Me Out, Do You Want To). O habrá sido el éxtasis de la música en vivo, la urgencia de los cuerpos y los cimbronazos en el sobrepiso de planchas de terciado del campo de Obras.

Tampoco es que sea la banda más versátil del universo. Maneja realmente muy bien unos pocos modos, tiene un máster en dos o tres propuestas y con eso le sobra: el rock frenético con bombo en negra y espíritu disco, los temas más punkies que hasta resultarían ramoneros si estuvieran cantados de otro modo, las baladas en tono íntimo con perfo teatrera de Kapranos. En líneas generales, el show busca el bienestar, el salto y la jodita, y de ahí también viene el impulso: hay un líder carismático que sin manejar exagerados recursos se carga todo el show, y hay todo un convoy de música que te viene a buscar al asiento para que te pares. Música creada y ejecutada por encima del tempo habitual del rock con sus 90/120 bpm, y no tanto por debajo del de la electrónica manija y sus 160 bpm.

Foto: Alejandra Morasano

Foto: Alejandra Morasano

La escenografía es muy despojada. De fondo una tela donde se cuelan juegos de luces. Arriba una estructura deforme, como un arco de fútbol homenaje a Artaud. Debajo, una tarima para la baterista Audrey Tate, que resulta diligente y sólida como una caja de ritmos enchapada en titanio. Y otra para que Kapranos exhiba dotes de entretenedor fitness. Muchas veces se le festeja al pop que sus cantantes al mismo tiempo bailen, lo que es parte de su propia naturaleza de despliegue físico y multitasking en artistas en plena juventud. Pero el rock tiene tipos como Kapranos que con 52 es un desmadre de energía sin dejar de cantar bien ni de llevar el pulso de la canción con su guitarra.

Y hay algo de esa frescura que anida en el hecho de seguir haciendo, en un delivery que continúa aunque ya no quede nadie mirando. Un gesto de esto son los shows cortos que suele dar la banda: el lunes tocaron 90 minutos. Les alcanzó para 21 temas, casi lo mismo que casi siempre que vinieron. Si querés más, volvé a venir. Pero el setlist varió otra vez, bastante, sobre todo con la inclusión de cinco estrenos que van a ser parte de su próximo disco, The Human Fear, que preparan para el año que viene y sigue en la línea de la obra previa de Franz Ferdinand. Un nuevo disco que, tarde o temprano, hará que vuelva a surcar el cielo argentino una de las bandas unicornio de su generación.

Foto: Alejandra Morasano


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