Dancing Mood es un pilar de la música popular jamaiquina en la Argentina. Y Hugo Lobo, su líder, es sin duda uno de los músicos más prolíficos, arriesgados y colaborativos de la escena local. Este año se cumple el 25º aniversario de la creación de la banda y coincide con la salida de su nuevo álbum, Forever. Así que su vuelta al estadio Obras Sanitarias, este viernes 15 de noviembre a las 21, tiene doble aliciente. Sin embargo, pese a que la vía pública dio cuenta del festejo desde hace varias semanas, el grupo no dejó de actuar en el año. “Nunca paramos de tocar”, confirma el trompetista, maestro de ceremonias y frontman. “Hacemos siete shows por mes. Lo que pasa es que no pagamos prensa, y por eso la gente no se entera. En cuanto a los discos, es más o menos lo mismo”.
-¿En qué sentido?
-Las bandas sacan discos cada año y medio, pero por un contrato que tienen con las compañías de discos. Esa sobreexposición hace también que los artistas desaparezcan. ¿De qué depende que Dacing Mood saque un disco? De mis ganas y de la necesidad que tengamos. Sacar discos cada año y medio es un desperdicio de energía. Son composiciones que nadie va a escuchar. El público sólo conocerá dos temas, porque son los singles, y los demás te los metés por el orto. Con los años aprendí que tiene que haber cierto desglose. Y eso representa tu cabeza, tu estado de ánimo y tu tiempo. Todo lo que hago lo amoldo a Dancing Mood. Sigue siendo mi proyecto central.
Pero más allá del cuarto de siglo y de Forever, el recital significa un guiño para un sonido venido a menos, vilipendiado y con la autoestima baja, en contraste con su apogeo en el primer lustro de los 2000. Lo que no quiere decir que se encuentre inactivo. Para nada. Sólo volvió al gueto. “El lugar que tenía el género en Argentina ahora le pertenece al trap o al RKT”, reflexiona Lobo. “Si bien la cumbia siempre fue música popular, nunca lo fue en Palermo. Al villero le gustó toda la vida, pero a los chetos les gusta ahora. Antes era una grasada. Pero es cíclico. Esto también le pasó al punk, al hardcore y al techno. De hecho, ya no hay tantos rolingas como antes. Tiene que ver con la madurez. Hay música que no es para gente de 50 años. Eso llega por decantación. Ni en Jamaica el reggae sigue estando de moda”.
-Ese lugar lo ocupa una de sus variantes, el dancehall, devenido el reggaetón de los jamaiquinos.
-Tiene que ver con una movida más social... Si hoy tocás ska o reggae roots en Jamaica te pegan un tiro en la rodilla.
-Si la cosa está tan mal, ¿por qué a Dancing Mood lo sigue tanta gente?
-Es una banda que no le gusta a los que consumen el género. Nunca nos fueron a ver muchos rude boys o skinheads. Nos viene a ver gente que escucha a Pink Floyd o Queen. Es público al que le gusta la música, y que le llama la atención este sonido. Aunque no van a un show de The Skatalites. No sé cuántas bandas de ska jamaiquino recrean un tema de Earth Wind & Fire, de Barry White o de Dizzy Gillespie. Son más de otro gueto que no se termina de popularizar porque no hay una apertura de visión de música. Y si te corrés un poco de ahí, sos un careta. No es que el estilo se volvió atemporal, sino que Dancing Mood creó algo atemporal y que le gusta a diversa gente.
-¿Cuándo te cayó la ficha de eso?
-Cuando empezaron a venir más de 100 personas a los shows. Yo voy a ver bandas under, y es otro público. Pero también me di cuenta de esto con la no apertura musical. Era de ese palo fundamentalista, al punto de que toda mi vida me vestí con tiradores y Dr. Martens. Ni mis amigos vienen a vernos. Hoy en día te siguen mirando de reojo si escuchás a The Carpenters. Conocí y grabé con artistas que fundaron el ska, y antes que el género surgiera escuchaban a Charlie Parker y Pérez Prado.
-¿Por eso mismo que decís los Cadillacs se alejaron del ska?
-Ellos cambiaron permanentemente de estilos, siempre. Cuando los Beastie Boys estaban a pleno afuera, se lookeaban con Nike y gorras. Cuando estaba de moda el ska, se pusieron tiradores y Fred Perry. Cuando estaba de moda Mano Negra, hicieron rock latino. Siempre estuvieron un paso adelante, pero no es ni fue una banda del palo. Eso no está mal, y no soy quién para juzgar. Pero no es lo mismo. Eso sí: nos mostraron a muchos un montón de géneros y artistas que no conocíamos. Dancing Mood no se movió nunca del estilo con el que comenzó. Más allá de las influencias.
-¿Y Los Pericos?
-A mí me gustaban los Cadillacs porque eran la contra de Los Pericos. Era como Soda Stereo versus los Redondos. Eso lo armó el público porque ellos eran amigos de toda la vida. No es una banda que me haya gustado, pero por boludo. Ellos fueron pioneros del género, y no se movieron tanto de ahí. Los Cafres tampoco. Son bandas que murieron en ésa, y siguen en ésa.
-Pero no todo está perdido. Hay ciclos de música jamaiquina, como el Club del Reggae, vitrina para los nuevos grupos.
-No dije que el género desapareció entre la oferta de la escena, sino que dejó de ser popular en el mainstream. La realidad es que no volvió a ser masivo. Tenía incluso un día entero en el Cosquín Rock. Además, hubo un montón de bandas que no eran de reggae que por lo menos tenían uno en su repertorio, porque estaba de moda. No se murió en los músicos ni en el under. Bandas sigue habiendo.
-¿Viste descendencia de Dancing Mood?
-En el país, un montón. Más que nada muchos de pibes que empezaron a tocar instrumentos de viento. En todos los estilos, me pasa todo el tiempo, en bandas de jazz, de funk o de soul. Esos músicos, que te superan ampliamente, me dicen que tocan el trombón porque escucharon a Dancing Mood. Creo que la banda enalteció a los vientos, que antes eran un adorno. No eran comunes. No quiero decir que haya sido una escuela estilística, pero sí sirvió de acercamiento y visibilización de estos instrumentos.
-El proyecto que liderás, así como Dietrich o Morbo y Mambo, por más que sean de estilos diferentes al suyo, establecieron un punto de inflexión al atreverse a reemplazar el protagonismo de la voz por la musicalidad en un país cancionero.
-Ni en el jazz hoy hay tantas propuestas instrumentales. Sólo algunas cosas del dixieland o la Delta Jazz Band. Sangre nueva haciendo música instrumental hay muy poca. Más solistas que grupos. Y menos dentro de la música popular o del rock.
-Al momento de preparar el nuevo disco, ¿tomaste en cuenta todo esto que contás?
-La dinámica de nuestros discos siempre es igual. La diferencia es que éste es el primero que grabamos en mi estudio. Eso cambió todo: los tiempos, el relax, el no correr con los horarios y tener que negociar con el ingeniero de sonido. El ingeniero fui yo, quien microfoneó y quien mezcló el disco fui yo. En la selección del repertorio, hace tres discos que hacemos temas propios. Ya no hay necesidad de reversiones o de hacer una selección. De las composiciones que hago, voy eligiendo cuál estilo me parece que tiene que ver dentro del disco.
“Adios Nonino”, de Astor Piazzolla; “We’re All Alone”, de Bob Scaggs y popularizada por la cantante de pop y música country Rita Coolidge; y “Hombres de hierro”, de León Gieco, son las apropiaciones entre los 11 temas. Además, León fue invitado a cantar y tocar la armónica. Lo que es toda una novedad en la obra de la banda, porque se trata de su primer tema grabado en español (el padre de Hugo, Rubén Lobo, fue percusionista de la banda de Gieco). Dante Spinetta puso su guitarra eléctrica al servicio del reggae funk “I’m Gonna Come Back to Brixton” (inspirada en el bugalú “El pito”, de Joe Cuba).
-Cuando elegís un tema de otro, más que hacer un cover, te lo terminás apropiando. ¿Cómo surgió esa idea?
-Cuando armé Dancing Mood, y durante los tres primeros discos, la gente acá era muy sectaria con los estilos. Me decían trolo por escuchar a The Carpenters. En los recitales de los Redondos se cantaba “Que se muera Cerati”, y hoy es un dios. En Cosquín Rock la gente se iba del show de Spinetta, y la fecha del “Día de la música” se eligió en su honor. Así de panqueque, idiota y desmemoriado es el argentino. Yo no conquisté a la gente por hacer esas reversiones. Todo lo contrario: me la puse en contra. Si no eras melómano, seguramente no conocías a The Carpenters. Una vez me dijo alguien que compró un disco de Duke Ellington que él había versionado un tema nuestro. Ese tipo de cosas llegué a escuchar. Mi intención con este proyecto fue mostrarles a los pibes las buenas melodías que hacen artistas como Burt Bacharach. Si bien las puedo recrear en ska o chachachá, la melodía sigue siendo tremenda. Lo mismo con temas de Count Basie.
-Parece que lograron el objetivo.
-Nunca tuve la intención de pegarla. Pero siempre intenté que hubiera un tema groso o con una sensación específica, como “Confucius” (The Skatalites) o “Close to You” (clásico de The Carpenters interpretado por Mimi Maura). Siempre voy buscando una hermandad o un parentesco entre un tema y el otro.
-¿Cuándo compusiste el primer tema propio de Dancing Mood?
-En Non Stop, disco triple de 2011, la canción que le dio título fue la primera. Y la otra es “Toto”, dedicada a Toto Rotblat (percusionista de los Cadillacs y Cienfuegos, y el último show antes de su muerte, en 2008, fue junto a Dancing Mood), que es una suerte de “I’ll Close My Eyes”. Es una balada ska, un rocksteady lento, pero instrumental.
-Entonces empezaste a componer a partir de los matices de las canciones que revisitaste. Su fundamento está en los arreglos.
-Son subgéneros dentro del género. Hay ska que dialogan con el swing, otro más rústico, un rocksteady, un reggae más soulero. Compongo al revés de la mayoría de la gente. Casi siempre al componer una canción te sentás en el piano o lo hacés en la guitarra, y armás una estructura melódica o una secuencia de acordes. A partir de eso, creás una melodía. Yo, al tocar un instrumento que no tiene acordes, primero se me ocurre la melodía y después busco los acordes sobre la base de la melodía. Por eso hay canciones que tienen cinco compases en vez de cuatro. Suena un poquito raro, pero no se nota demasiado. La canción se arma con la armonía, y puede disparar para cualquier lado. Algunas melodías las tengo desde hace un par de años, pero en el proceso termina de ser una canción. Tengo un montón de otras melodías que al encontrarle las armonías decantaron en cualquier cosa. Como temas infantiles o inmaduros.
-Tomando en cuenta lo autocrítico que sos, ¿pedís segundas opiniones?
-Es un disco muy reciente, no lo mostré tanto. Pero tampoco lo mostré mientras lo hacía. Si bien sé mis límites musicales, prefiero una crítica mala una vez que el material esté terminado que durante el proceso. Capaz la persona que te está diciendo eso quizá no nada en las aguas del estilo que hacés.
-¿Sentís que Dacing Mood ya dejó de parecerse a artistas como The Skatalites o New York Ska-Jazz Ensemble?
-Suena a Dancing Mood, más allá de que hagamos el mismo estilo que un montón de maestros. Por más que hayan pasado muchos músicos por la banda, el sonido siempre fue el mismo.
-¿En qué se diferencia esta encarnación del grupo de las anteriores?
-Creo que encontramos el equilibrio justo de todo. Está la madurez de los cinco integrantes que estamos desde el principio, luego hubo un montón de barriletes. También estuvieron los que se coparon con el proyecto, pero le salieron laburos mejores. Otros no entendieron cómo funcionó la banda en resultados económicos. Pero musicalmente hablando, entró Martín Aloé (Día D, Los Pillos, Cienfuegos, Mimi Maura) a tocar el bajo hace seis años. Tiene el peso de haber tocado su instrumento 40 años. Rubén Mederson (saxo alto) es otro que toca desde hace 40 años. Ahora está Facundo Canosa, que es un pianista que toca con las dos manos. En el rock hay muchos tecladistas, pero esto es otra cosa. Y la tesitura de la armonía cambia completamente. Esta banda tiene el estilo más compacto que este sonido debe tener. En otras formaciones metí vibráfonos, percusiones, dos teclados, tres trombones y dos guitarras, y esta música no es para eso. Es una música muy percusiva que cuando le sobran instrumentos cambia su swing.
-También se sumó tu hijo Rubén en la guitarra.
-Es sangre joven en la banda, otra bocha y otra cosa. Nos pasa la franela a todos con los acordes (tiene 21 años). Yo nunca lo incentivé a que fuera músico. Al principio, él agarró la trompeta. Con los años en el conservatorio, me di cuenta de que no lo apasionaba. Yo no veía la hora de salir del colegio para agarrar la trompeta, y tocar sobre discos. Tocaba mal, pero estaba todo el tiempo con la trompeta. A él no le pasaba eso, y le dije que no tenía que ser trompetista porque fuese mi hijo. Es peor, porque es un instrumento de mierda que te obliga a estudiar como un hijo de puta. Le gustaba más la guitarra, que lo tenía como complementaria. Hasta que un día se sinceró. Terminó el conservatorio, y hoy es un músico apasionado. Está todo el día con la guitarra en la mano.
-¿Tiene proyecto aparte?
-Aún no. Toca con Dancing y en mi movida solista, lo que me da mucha tranquilidad. Es como el director de esa movida.
-¿En qué quedó tu proyecto solista?
-Estoy todo el tiempo viajando por todos lados. Desde Tierra del Fuego hasta Tilcara. Hace unos pocos años armé un cuarteto de jazz, que era una deuda pendiente. Tengo un par de simples grabados. Toco muy seguido en el circuito de jazz con Hugo Loco Cuarteto, que es contrabajo, batería, piano y fliscorno. Hago jazz tradicional, ese más melódico, y un poquito de ska jazz.
-¿Y cómo te llevás con la escena jazzera?
-Antiguamente, como el orto. Y hoy en día un poco. Pero cambiaron las generaciones. Un jazzero de mi edad tiene la cabeza más abierta que antes. Los jazzeros viejos acá siempre fueron elitistas, al punto de que capaz no te escuchaba un Stevie Wonder. Eso en la Argentina, porque Miles Davis era amigo de Jimi Hendrix. Con el tiempo, Dancing Mood los conquistó porque vieron que sus alumnos hacían ciertas canciones porque las hicimos nosotros. Y mucho público popular entró al jazz gracias a la banda.
Hugo Lobo atiende a esta entrevista en su living de Villa Pueyrredón, en medio de un universo colorido que mecha símbolos de la tradición mexicana y la lucha libre con una discoteca que desborda groove. Hace 25 años, esa palabra parecía un simple anglicismo: con el paso del tiempo se arraigó de tal forma que hoy existe una manera de groovearla a la argentina. “Javier Malosetti y Juan Cruz de Urquiza fueron músicos que establecieron un punto de inflexión sobre el groove a fines de los 90”, cavila el artista. “También vinieron un montón de pibes del interior con esa intención: Valentino, Willy Crook, Patán Vidal, Déborah Dixon. Ellos fueron los próceres para que hoy se pueda groovear en la Argentina”.
-En tu veta cumbiera, te convertiste en un asiduo colaborador de Pablo Lescano y agitador de la movida tropical. ¿No tenés el prejuicio de que la trompeta dialogue con los estilos en los que te movés?
-Nunca lo tuve. He sido criticado también, me reputearon varias veces. Me preguntaban todo el tiempo por qué me gustaba la cumbia. Eso pasaba en Buenos Aires en los 90, porque mi familia es de Tucumán y allá el rock no existía. Ni en pedo se oía Sumo en Misiones. Y hoy en día escuchás a un cheto decir: “Qué te pasa, gato”. La cumbia nunca va a bajar la espuma porque su público siempre fue gigante.