La sequía persistente, hostil, destruía la cosecha. Plegarias, invocaciones a cuanto santo hubiera, resultaban infructuosas. La bruja del pueblo se resignaba a su derrota. Los días pasaban, conformando una lenta pero irremediable agonía. El incordio de los chacareros, se transformaba en pánico. El ganado desfallecía, la sed comenzaba a hacer estragos. Don Juan, viejo chacarero, entró al boliche del pueblo y exclamó “¡ya tenemos la solución, contratemos a Baigorri Velar y que traiga su máquina de hacer llover!”

¿Quién era el “dueño” de las lluvias? Juan Pedro Baigorri Velar, oriundo de Concepción del Uruguay nacido en 1891, era un ingeniero especializado en geofísica, recibido en la Universidad de Milán, Italia. En virtud de sus estudios, había trabajado para diversas compañías petroleras, que realizaban estudios sobre composición del suelo. Él mismo había diseñado instrumentos de precisión que le permitían detectar minerales y las condiciones electromagnéticas del suelo, que con precisión quedan señaladas por Sergio Núñez - Ariel Idez en “El Capitán de las Lluvias” (“Radar” 23/2/2009).

El propio Baigorri Velar, en lo que puede ser considerado un hecho fortuito, nos dice que “en 1926, mientras trabajaba en Bolivia en la búsqueda de minerales utilizando un aparato de mi invención, noté algo curioso. Cuando conectaba el mecanismo y éste se ponía en funcionamiento, se producían lluvias ligeras que me impedían trabajar. Me llamó la atención el fenómeno y consideré que esas pequeñas lluvias podrían ser originadas por la congestión electromagnética que la irradiación de mi máquina producía en la atmosfera”. Convencido con frenética devoción, se puso a trabajar en una máquina para hacer llover. Los días se le hacían cortos, porque los días apenas tienen 24 horas. El artefacto finalmente fue terminado. Era una especie de caja del tamaño de un televisor, con una batería combinada con metales radiactivos y dos antenas que, supuestamente, emitían al cielo emisiones electromagnéticas, generando una congestión que desencadenaría la bendita lluvia. 

Con el invento a cuestas, se presentó en el Ferrocarril Central Argentino y dijo: “he inventado la máquina de hacer llover”. El gerente se sonrió y le subió la apuesta: “vaya a Santiago del Estero y pruebe sus palabras”. Baigorri Velar se instaló en la localidad de Pinto, a más de 250 km de la capital santiagueña, y apenas encendida la máquina se originó la llovizna. La repercusión inmediata fue descomunal. The Times de Londres lo llevo a sus páginas, el Servicio Meteorológico Nacional salió a cruzarlo acusándolo de “chanta”. Ciertamente, el inventor nunca mostró su mecanismo ni lo respaldó con evidencia científica. Los aciertos cuando encendía la máquina comenzaron a cruzarse con los fallos. Lentamente la máquina de hacer lluvia se fue transformando, al decir de Gustavo Capone, en la “máquina de hacer humo”. Capone dice que “Baigorri Velar tiene ganado un lugar en la anecdótica galería histórica de la celebre viveza criolla argentina. Para muchos paisanos y chacareros fue una esperanza que lentamente se fue secando”.

Pero como la viveza no es patrimonio argentino, hacia 2002 el profesor Stephen Solter, de la Universidad de Edimburgo, creó su propia máquina de hacer llover. Salter declaró: “he creado una especie de aspersor gigante que transforma el agua del mar en vapor, lo que facilita la evaporación natural y la consiguiente formación de lluvias, puedo evitar la sed de millones de personas” (Revista “New Scientist”). Sin embargo, fue duramente desestimada por los meteorólogos. Pero la viveza vuelve a la Argentina con un remisero de Pergamino que hacia mediados de 2009 dio a conocer “El Método Pelourson” , haciendo honor a su propio apellido. Según sus palabras, el “método” es una combinación de un don personal mezclado con información del Servicio Metereológico y algo de parapsicología. Ya no hay máquinas, es un sexto sentido personal, que hace llover cuando Pelourson lo desea.

Estas tres experiencias nos pueden parecer risueñas, hasta con ciertos rasgos de comedia. Cómo se puede creer en estas “máquinas” y dotes parapsicológicas que harían llover. Lo que parece iluso en materia meteorológica puede no serlo en economía política. ¿Acaso no sabemos que la apreciación del tipo de cambio, una devaluación por debajo de la tasa de intereses, un dólar planchado, son los componentes clásicos de la bicicleta financiera de Martínez de Hoz, el Carry Trade de Macri y hoy de Milei? Veamos un poco las experiencias citadas comparándolas con nuestra realidad. 

Entre 1979-1980 rigió en el país lo que se conoció como “tablita cambiaria”, básicamente devaluaciones preanunciadas, dando certeza sobre el tipo de cambio, anclando expectativas a fin de reducir la inflación. Esta política se sostenía sobre un diferencial de tasas, porque las internacionales eran más bajas que las locales. La bicicleta financiera, era sencilla. Se ingresaba con dólares, se pasaba a moneda local, y se aprovecha el diferencial. El circuito concluía aprovechando “el dólar planchado” para retirarse del mercado local, extrayendo más dólares de los que se habían ingresado, con una tasa de retorno en dólares inimaginable a nivel mundial. Era como pisar en un pantano: cuando los capitales amenazaban con retirarse, se ofrecía una mayor tasa de interés local. Resultado: pérdida de competitividad, por atraso cambiario, salida de capitales y destrucción del aparato productivo, tanto industrial como agropecuario y por sobre todo para sostener “la tablita” aumento de la deuda externa. Al respecto sugerimos el trabajo de Julián Zicari “La tablita cambiaria de Martínez de Hoz: críticas, respuestas y los debates en el interior del equipo económico”. 

Macri incursionó en similares políticas con su propio Carry Trade. Como todo “veranito financiero”, se inició con apertura económica y tasa de cambio estable. El mecanismo nuevamente sencillo: traer dólares, producir el cambio a pesos, invertir en títulos, que permitían hasta un 2,2 por ciento mensual, reconvertirlo en dólares, a la misma tasa original y luego producir la salida del capital. Se llegó a una rentabilidad del veinte por ciento anual en dólares. La conclusión, similar a la “tablita”, fue una avalancha de importaciones, destrucción del aparto industrial y sobre todo crecimiento exponencial de la deuda para sostener el festín financiero.

¿Y Milei? Con una tasa de devaluación del dos por ciento y una tasa de interés de alrededor del tres con un dólar planchado, con decididas “intervenciones libertarias” en el mercado cambiario, se produce una nueva reedición del boom financiero, en una formidable “bicicleta financiera”. Estamos viviendo la consolidación de un “esquema Ponzi a la argentina”. Como toda estafa piramidal, el inversor obtiene ganancia si es capaz de salir a tiempo, ya que, si falla en los tiempos, corre el riesgo de perder todo lo que acumuló. Hasta hoy, el esquema se sostiene con los dólares del blanqueo y pateando y contrayendo nueva deuda.

Las consecuencias son similares a los otros festines: pérdida de competitividad, apertura importadora, destrucción de la industria y endeudamiento. Algunos se preguntarán cómo nuevamente caímos en esto. Como los paisanos y productores que confiaban en las máquinas de hacer llover, hoy los argentinos (no todos) creen disfrutar este veranito...

La historia nos enseña que el reproche, el enojo, de nada ayudara. Resulta imprescindible poner los oídos alertas, escuchar, escuchar y escuchar. Pero también ofrecer una alternativa política, que desde la autocrítica y la mayor humildad ofrezca una salida. De lo contrario, a no sorprenderse que Baigorri Velar siga ganando elecciones.