El cine británico siempre supo celebrar las glorias de su viejo imperio, pero que ahora el encargado de resucitar esa tradición sea nada menos que Stephen Frears, quien en su momento –tres décadas atrás, es cierto– dirigió Ropa limpia, negocios sucios (1985) y Susurros en tus oídos (1987), que eran su antítesis, no deja de ser llamativo. En todo caso, por más conservadora y reaccionaria que sea Victoria y Abdul –una superproducción de la BBC pensada para la hora del té– debe reconocerse que audacia no le falta a Frears. Hasta ahora nadie había intentado convencer a su público de que la reina Victoria (1819-1901), famosa por su rigor “victoriano” precisamente, fue una señora simpática, antirracista y abierta al diálogo y la amistad con un sirviente musulmán proveniente de la India, por entonces colonia británica.
“Basada en hechos reales... mayormente”, se ataja la película con un cartel inicial, en el que Frears también deja abierta la posibilidad de que no todo lo que cuenta sea cierto. Si fuera verdad que en sus años finales de vida la reina (interpretada por Judi Dench) se encariñó –para sorpresa e indignación de toda su corte– con un súbdito de tez oscura y turbante, la película aprovecha este dato para jugar a dos puntas. Por un lado, coquetea con el humor obvio que provocan las diferencias y malentendidos entre distintas culturas. Y por otro hace de cartero y desliza un mensaje de corrección política, haciéndole ver a los británicos de hoy que la más recalcitrante de sus reinas era capaz de tener un amigo musulmán, aunque la película (como quizás lo hizo la propia Victoria) por momentos lo trate como a una mascota.