Un trabajo tan respetuoso como exhaustivo, pero no exento de crítica y, a la vez, sin dejar de lado la admiración por Jorge Luis Borges: eso propone Ricardo Forster en La biblioteca infinita. Leer y desleer a Borges (Emecé), un libro exquisito que no deja de lado ninguno de los tópicos que caracterizaron la literatura del autor de Ficciones. Pero que también expresa sensaciones respecto de lo ejemplar de una obra literaria que no tiene el tono reaccionario y conservador que supo tener el escritor argentino más importante. Por eso, leer y desleer a Borges, como indica el subtítulo, implica recorrer críticamente la fascinación que despierta el autor.
"Toda lectura es un juego de múltiples facetas", expresa Forster a Página/12. "Está claro que hay una cercanía, una admiración, un reconocimiento hacia lo que significa su escritura para la literatura argentina y la literatura universal. Pero a su vez se trata de discutirlo, de pensarlo, de abrirlo a la crítica, de dar cuenta de sus tensiones, de sus contradicciones, sin que eso necesariamente sea el eje de la lectura". Forster ataca distintos ámbitos de la escritura borgeana que van desde el nacionalismo a la infancia, del lenguaje a la mística, de la relación con la ciudad a su vínculo con la gauchesca. "Y ahí es donde en Borges hay una desmesura, un juego político con el que no siento ninguna afinidad. Por supuesto que lo destaco y lo señalo. Incluso ese Borges que, en su primera juventud, fue nacionalista y que al poco tiempo, sobre todo a partir de los años '30, deviene crítico feroz de toda corriente nacionalista. También ahí me detengo", plantea.
-Decís que leer a Borges es también un viaje hacia las lecturas de infancia. ¿Por qué sentiste eso?
-Quizás porque Borges tiene una relación muy profunda con algunos de los escritores con los que yo recorrí también mi infancia, y muchos otros. Stevenson, que es un autor esencial para Borges porque en él la idea del doble tiene una relación directa con Jekyll y Hyde. Pero también su lectura atenta de un escritor hoy quizás olvidado en la tradición argentina pero muy importante, sobre todo para quienes estudiamos la primaria en la provincia de Buenos Aires, que fue Guillermo Enrique Hudson. Borges le presta mucha atención a Hudson, le dedica dos o tres ensayos, habla de su primera novela La tierra purpúrea. Pero también fue un lector apasionado de Mark Twain, de Jack London, de Dickens, autores que habitaron mi infancia y cuando los redescubrí con Borges era como hacer un viaje nostálgico hacia esas lecturas únicas y decisivas entre los 8 y los 11 años.
-¿Por qué señalás que su escritura es el resultado de los libros leídos, y no de experiencias reales?
-Porque él mismo lo ha señalado, pero también algunas críticas interesantes como la de Beatriz Sarlo o Alan Pauls. Más de un crítico de Borges ha señalado que Borges habitó su literatura como un modo de volver real, en términos de ficción, aquello que nunca experimentó. Borges dijo más de una vez que hubiera deseado ser un guerrero en las guerras civiles de la Independencia o atravesar aventuras por geografías indómitas. Y, sin embargo, su relación con el mundo fue la que los libros le depararon: sus viajes por las enciclopedias. Obviamente que Borges pasó su adolescencia en Ginebra, y su primera juventud en España, y después, en su madurez, ya ciego, viajó a distintas partes del planeta. Pero los viajes concretos que alimentaron su literatura fueron literarios. En ese sentido, Borges tuvo una vida "anodina", común y corriente, para llamarla de alguna manera. La vida que despliega como escritor tiene que ver con esos legados, esas herencias y esas lecturas de autores que van desde Homero hasta Shakespeare, pasando por el Dante y algunos escritores claves de la tradición argentina como José Hernández, el propio Lugones, o sus conversaciones con Macedonio Fernández. Y a eso se agrega su descubrimiento de la poesía de Walt Whitman en Ginebra. O de filósofos como Schopenhauer y Nietzsche, que para él eran parte del campo de la literatura. En ese sentido, las aventuras de Borges son aventuras que se construyen en el mar de la ficción, no en la realidad de los cuerpos jugándose en la materialidad de la vida.
-¿Por qué sentís que los libros de Borges son como un espejo que siempre nos está revelando otras cosas?
-A lo largo de la vida, quien ha sido lector de Borges descubre que cada vez que vuelve a leer cuentos ya leídos muchas otras veces se topa con que hay otra dimensión, otra posibilidad de interpretación. Y, a su vez, Borges tiene esa capacidad de dejarnos pistas para que sigamos buscando nuevas significaciones y sentidos. Es como cuando él dice que al abrir un tomo de una enciclopedia de forma azarosa, ir a una letra cualquiera y ver alguna de las entradas, cada una de esas entradas está al lado de otra, y lo llevan a mundos diferentes. Y que esos mundos diferentes no estaban antes de haber hecho ese viaje por la enciclopedia. Borges desplegó varias dimensiones.
-¿Cómo cuáles?
-Una es la narrativa: sus cuentos lo han hecho más famoso. Y otros dos fundamentales son el ensayo y la poesía. Si uno se mete en el ensayo de Borges hay discusiones sobre mil cuestiones diferentes: la lengua de los argentinos, su tradición, la cuestión de la mística, el gnosticismo, el lenguaje. Aparte, los ensayos de Borges están cargados de espíritus literarios, precisamente por eso son ensayos. Y su poética también tiene la forma de una narrativa. Uno toma los poemas de Borges y siempre está el camino hacia diversas historias. Borges tiene eso: al lector lo invita a que siga leyendo, a que siga imaginando, descubriendo nuevas perspectivas. Tomando en cuenta que juega con la idea de que todos los escritores son en realidad un escritor, y que la originalidad no es más que una forma del plagio o el plagio sería el corazón de la literatura. Porque, de un modo u otro, todos aquellos que construyen el camino de la ficción, de la literatura, de la poesía escriben sobre la escritura de otro. Borges mismo opera ese juego de múltiples espejos que hacen posible que su literatura nos lleve a otras literaturas, a otras referencias porque él una y otra vez está haciendo referencias a filósofos antiguos, a Shakespeare, a Schopenhauer o quien sea. Y cada una de esas referencias, algunas reales y otras absolutamente inventadas. O sea, Borges era un gran humorista y tramposo en ese sentido, y podía escribir un texto engañando al lector respecto a las fuentes supuestamente eruditas que sostenían la historia en ese texto. Eso es parte también del mundo fantástico de Borges.
-¿Crees que con el tiempo tiempo logró revertirse esa idea de que era un autor para pocos por su característica aristocratizante y elitista?
-Es interesante eso y yo lo marco en el libro: Borges escribió mucho, muy prolíficamente en revistas y diarios, que consideraríamos absolutamente anti elitista. Por ejemplo, en el diario por excelencia de lo que se llamaba en esa época "el amarillismo", Crítica, de Natalia Botana, pero también escribió en El Hogar, una revista para señoras de los años '20, '30 y ahí hizo crítica de cine, escribió sobre mil temas de la vida cotidiana, no tuvo problema en buscar que aquello que él quería decir encontrara el camino hacia lectores amplios. Es cierto que, durante mucho tiempo, se planteó la idea de un Borges de difícil acceso, que narrativamente requería una formación, que el lector tenía que acompañar ese viaje erudito que implicaba el texto borgeano. Algo de eso ha comenzado ya a correrse un poco. Sin embargo, vivimos en una época de un goce de la ignorancia, cuando una parte significativa de la sociedad goza con la ignorancia y juega en el interior de una neobarbarie. Dentro de ese goce de la ignorancia y de esa neobarbarie, Borges se queda del otro lado. Pero me parece que Borges hace mucho tiempo que ganó un lugar decisivo en la cultura del siglo XX, en la conformación de la cultura de los argentinos. Y también hoy puede ser leído a contrapelo.
-¿Cómo sería eso?
-Significa leerlo como un instrumento crítico de un mundo contemporáneo que cada vez más se achata, se simplifica, se convierte en analfabeto respecto a la complejidad de la creación cultural. Y Borges fue un gran creador cultural, alguien que jugó con cierto engaño y cierto gesto humorístico porque hizo trampas a la hora de mostrarse como más erudito de lo que él creía que era. En sus cuentos y en sus ensayos muchas veces hace un uso espurio, para llamarlo de alguna manera, sucio o lleno de cosas camaleónicas de lo que parecería ser una erudición descomunal. Cierta crítica académica, en algún momento, planteó que el saber borgeano era un saber de enciclopedias vacías. Borges se rió mucho de esto porque para él el saber enciclopédico es el viaje del azar, de la oportunidad, la novedad, lo imprevisto. Y ese viaje lo puede hacer, obviamente con menos precauciones, alguien que no sabe que aquel que cree que es el portador de un saber especializado. Creo que hay una lectura ignorante de Borges, pero en el buen sentido del término: allí donde se ignora el saber borgeano, quizás Borges permite una lectura muy fresca y es muy interesante.
-Una pregunta del país: ¿En qué tipo de laberinto se encuentra la Argentina? ¿En el de Marechal por el que se sale por arriba o en el de Borges que no ofrece salvación por su estructura de pesadilla?
-Me gustaría que la idea marechaliana que tantas veces hemos repetido, que del laberinto se sale por arriba, sea lo propio de este tiempo y que podamos salir de este laberinto de pesadilla. Sin embargo, hay mucho de verdad cuando Borges plantea que la estructura del laberinto se acompaña con la pesadilla porque estamos viviendo en un momento pesadillesco, donde una Argentina que quizás intuíamos, pero no creíamos que fuera posible, se ha vuelto posible. Por lo menos para una parte significativa de nuestra sociedad que le ha dado aire y representación a una monstruosidad, algo espantoso, a una experiencia que es difícil calificarla de política porque la política es otra cosa. Pero sí una experiencia que nació de un gesto definitivo como es votar en elecciones democráticas por más del 50 por ciento a alguien que representa una mirada espantosa de la sociedad, que maneja un discurso y una práctica de la crueldad como solamente pudimos haberla visto en otro contexto y con otro nivel durante la dictadura, en el sentido en que se expresa la crueldad, el macartismo, el autoritarismo, la visión binaria, el dogmatismo radical, la injuria, el insulto. Están construyendo una naturalización de un lenguaje del odio, del rechazo absoluto a quien piensa diferente. Tenemos que repensar mucho. Para decirlo de otro modo: así como cuando uno lee a Borges, o a Marechal o a otros grandes escritores o escritoras de la tradición argentina repiensa el pasado y discute el presente, creo que el presente que estamos viviendo nos obliga a repensar muchas cosas del pasado. Aquello que no vimos en el interior de la sociedad argentina, o que piadosamente creíamos olvidado o enterrado a partir de diciembre del '83. En ese sentido, Borges hubiera sentido un rechazo abrumador a un lenguaje tan soez, brutal y analfabeto como el que hoy habita gran parte de la vida pública argentina.
Milei vs. la cultura
Consultado sobre el ataque del gobierno nacional a la cultura, Forster señala: "Estas derechas radicalizadas, neofascistas (aunque las definiciones son difíciles porque el fascismo histórico tuvo otras características, pero es cierto que hoy estamos frente a un autoritarismo muy brutal) han identificado a la creación cultural y a la diversidad cultural como enemiga. Está claro que estas derechas también entienden que la disputa es por la subjetividad y, por lo tanto, el centro nodal se juega en el interior también de los grandes modos culturales de construir sentido".
Para Forster este gobierno "va contra la cultura como diversidad como cultura crítica. De la misma manera que el macrismo planteaba que había que eliminar el pensamiento crítico de la enseñanza porque era un pensamiento triste, que impedía la creatividad, el mileísmo cree que hay que destruir la capacidad plural, diversa, contestataria y crítica de la cultura argentina", expresa. "La cultura, en un sentido muy amplio del término, en nuestro país ha expresado justamente la potencia de la disidencia, de la rebeldía, de la imaginación crítica, ha sido transmisora de valores que reivindican el encuentro, lo común, lo compartido. Bueno, todo eso es antagónico a la idea salvaje de una sociedad anulada como sociedad y convertida en un gran mercado, donde el egoísmo, el narcisismo radical, la lucha de todos contra todos son los valores dominantes. En ese mundo la cultura no tiene lugar porque es una amenaza, porque esa cultura amenaza la univocidad. El gobierno de Milei es un gobierno absolutamente cerrado, totalitario, piensa que la vida tiene un solo registro y que ese registro es monetizable. Se escribe en lengua económica y la cultura escribe en la lengua de la cultura, que es la lengua de Borges".
Forster cree que ahí hay una expresión de por qué este gobierno ataca la cultura "no solamente porque hay una tradición argentina de construir una relación entre la cultura, el Estado y lo público, que incluso han respetado casi todos los gobiernos de la democracia, con sus más y con sus menos bajo la forma del pluralismo, la diversidad y la necesidad imperiosa de que los recursos públicos puedan habilitar a que la creatividad cultural no quede encerrada en una lógica mercantil. Este es un rasgo importantísimo de la cultura argentina que, a su vez, se ha podido desarrollar con autonomía de los intentos de imposición. Y lo hemos visto con la dictadura: en el interior de una dictadura feroz, el mundo del teatro, para nombrar uno, el de la música o el de la creación literaria fueron focos de la resistencia antidictatorial. Es un imposible lo que busca este fascismo de esta época, este totalitarismo de ultraliberal, como podríamos definirlo a Milei. Es imposible derrotar la potencia creativa de la cultura y más en una sociedad como la Argentina. Pero lo intentan sistemáticamente", concluye.