En el retorno de Bad Bad Not Good a Buenos Aires, el martes en la sala Deseo, cuatro muchachones tatuados hasta los dientes y con pinta de vikingos no pudieron pasar inadvertidos entre tanto hipsterismo efervescente. Al terminar el show buscaron a los nü jazzeros, aunque sin éxito. La banda había regresado al hotel. Uno de ellos confirmó que es hijo de Odín y explicó además que es músico del grupo de black metal Endslave. Noruegos y canadienses coincidieron en Ezeiza el lunes, y pegaron onda. Entonces los norteamericanos invitaron a su recital a sus colegas nórdicos, con fecha agendada en Uniclub al día siguiente. El metalero contó que había escuchado a los “Bad Bad”, y que lo que lo deslumbraba de ellos (y terminó confirmando en el recital) es su capacidad para desmitificar la complejidad.

A poco más de un año de su performance en el Konex, donde sellaron su idilio con el público local al revisitar “Alarma entre los ángeles”, temazo de Invisible, el trío hizo alarde de su imaginería sonora y de su condición de musicazos. Ésas siguen siendo las constantes que aúnan a sus cuatro desembarcos porteños, porque las propuestas con las que vinieron siempre fueron distintas. Así como los repertorios, con el single “Lavender” como hit y eje del setlist. Si en su debut local, en 2017, sobresalió el virtuosismo, dos años más tarde mostraron un sonido más sucio y oscuro. En tanto que en el Abasto apostaron por el groove a manera de sostén de la celebración. Ahora volvieron con un espectro musical más amplio, lo que dio pie para la dialéctica entre experimentación y goce.

También regresaron con más colaboradores en escena, como el percusionista Juan Carlos Medrano Magallanes, el trompetista Kae Murphy y el tecladista Felix Fox-Pappas, quienes participaron en la grabación del más reciente trabajo del grupo, la terna de EPs Mid Spiral, lanzado en julio pasado. El primero de estos discos, Chaos, se enfoca en el easy listening, mientras que Order apunta hacia la sofisticación y Growth se mete de lleno con el afrobeat y el jazz rock. En ese caleidoscopio de matices fluyeron los 90 minutos de show. De hecho, Bad Bad Not Good arrancó su actuación de la mano de uno de los 18 temas de su flamante entrega, “Eyes On Me”, al estilo de su compatriota Gino Vannelli. Aunque apelando por lo instrumental, al igual que casi toda la música de la banda, y con la guitarra eléctrica al mando.

Se mantuvieron en esa frecuencia de R&B pasional en “Take Me With You”, pero ahondaron en una impronta más lujuriosa con “Weird & Wonderful”, donde el wah wah que disparaba la viola chorreaba blaxploitation en su recorrido. Tras ese canapé de Mid Spiral, Leland Whitty cambió la guitarra por el saxo para recrear “Confessions”, tema de su disco III (2014) que desató caos, soledad y sensualidad. Era expresionismo puro. Algo parecido a una oda a la locura o una última noche carnal. Amén de gran baterista, Alexander Sowinski es un agitador nato. Por eso en los shows cumple el rol de maestro de ceremonias, y desde ese lugar presentó “Sétima Regra”. Tanto él como el percusionista dieron inicio al tema a punta de palmas, lo que decantó en un viaje por Copacabana en los años 70.

A continuación, apareció la primera sorpresa de la noche en Villa Ortúzar: su adaptación de “La caída”, clásico de Litto Nebbia. Si bien la tocaron a cabalidad, reemplazaron la voz por una circunstancia más musical, donde el solo de viola, inspirado en el original, se tornó en una epopeya espacial. Como para no perder la costumbre argentina de la banda, iniciada por el tributo a Spinetta & Cía. y asesorada por el sonidista del trío, fan del rock argentino de los años 70, quien desde el primer piso de la sala los operó. Justo a su lado se encontraba el realizador audiovisual con el que vinieron el año pasado, Sylvain Chaussée, y que nuevamente recurrió a tres proyectores analógicos de cine para poner a rodar en tiempo real la psicodelia contenida en sus cintas de celuloide. Un flash.

“Your Soul & Mine” evocó el groove charrúa patentado en Nueva York por el supergrupo Opa, y esto le sirvió de contexto al bajista Chester Hansen para rockearla al final del tema. Estuvo secundada por “Undfolding”, hermosura free jazzera que tuvo una vez más como protagonista a Whitty. Si ahí Sowinski le pidió al público que lo siguieran en una coreografía que tomaba prestada movimientos del yoga, luego arengó el pogo en “Lavender”. O más bien en una nueva revisión del hit que firmaron con el rapero Snoop Dog, esta vez más fantasmagórica, psicodélica y presurosa. Con ese aforo exultante cantando “Olé, olé, olé Bad Bad”, la banda regresó a escena para despedirse con el indie jazz “Last Laugh”. En el medio, durante ese breve ínterin, en la pantalla se pudo leer: “Gracias por compartir esta música con nosotros”.