PEDRO PÁRAMO 7 puntos

México, 2024

Dirección: Rodrigo Prieto.

Guion: Mateo Gil, basado en la novela homónima de Juan Rulfo.

Duración: 130 minutos.

Intérpretes: Manuel García-Rulfo, Tenoch Huerta Mejía, Dolores Heredia, Ilse Salas, Hector Kotsifakis.

Disponible en Netflix.

Así se trate de una casualidad o una estrategia comercial para no quedarse atrás de la competencia, el realismo mágico está de regreso, y más fuerte que nunca, con un puñado de adaptaciones audiovisuales que amenazan con acaparar los algoritmos de las plataformas durante unos cuantos meses. La nueva versión de la novela de la mexicana Laura Esquivel Como agua para chocolate ya se encuentra estrenando sus episodios los domingos en horario central por la señal HBO, y durante las próximas doce semanas tendrán sus respectivos lanzamientos las miniseries Cien años de soledad (Netflix) y La casa de los espíritus (Prime Video). Lo cierto es que la plataforma de la N roja salió primero de las gateras con Pedro Páramo, traslación de la célebre novela del también mexicano Juan Rulfo, publicada originalmente en 1955 y considerada por muchos como la gran antecesora del género, como así también del boom latinoamericano en general. Nueva adaptación al cine, ya que en 1967 el Festival de Cannes fue testigo de la fallida versión de Carlos Velo, defenestrada por propios y ajenos.

Por sus formas narrativas, que entrelazan tiempos y espacios y el mundo de los vivos con el de los muertos, el de Rulfo no es un texto sencillo de llevar al terreno audiovisual. En su ópera prima como realizador, apoyado en un guion del español Mateo Gil, el director de fotografía Rodrigo Prieto –cuya filmografía incluye celebrados trabajos en films de Martin Scorsese, Alejandro González Iñárritu, Greta Gerwig y Ben Affleck, entre otros– se aleja conscientemente de los ritmos y formatos más accesibles para el público de las plataformas e intenta un acercamiento a la novela más autoral y, si se quiere, “esencialista”. Esto es, intentando recrear su estilo con las herramientas propias del cine pero respetando la voz de los diversos narradores del texto original, en particular las del joven Juan Preciado y el mismo Pedro Páramo. Construido parcialmente en sets y en proporción semejante gracias a las herramientas digitales, el pueblo de Comala y sus alrededores, durante los años de la Guerra Cristera (años 20 del siglo pasado) y unas décadas más tarde, cobra vida en la pantalla con su carga de tradiciones, violencias y traiciones políticas y humanas.

El encuentro de Preciado (Tenoch Huerta) con un lugar aparentemente abandonado y las primeras conversaciones con los muertos del lugar adhieren a las resonancias mágicas del libro, con una estética y tonalidades que remiten tanto al western fronterizo como al romanticismo gótico, incluido el horror ídem, con su mujer fantasma transformada en lodo y los gritos de ese hombre ahorcado años atrás que siguen resonando como eco inmortal en las paredes de un ático. Son los pasajes más jugados desde lo visual, en los cuales el uso de la tradicional “noche americana” se da la mano con los recursos del CGI para dar vida a una nube de cuerpos desnudos. Cuando el relato pasa a la voz y los recuerdos del padre, el terrateniente y hacedor de la ley tácita del lugar, el tránsito de la infancia a la vejez –con una mujer transformada en esposa-esclava y la amenaza de los revolucionarios tocando la puerta– la película se amolda a una narración algo más tradicional.

El resultado es un film extraño, desparejo en más de un sentido, que por momentos logra crear un clima potente y cercano a las palabras de Rulfo, en tanto que en otros parece una mera ilustración de algunos de sus pasajes prominentes. Manuel García-Rulfo (su relación con Juan Rulfo es lejana, pero cierta: el abuelo del actor era tío del escritor) ofrece una calibrada performance como ese hombre de pocos recursos durante la juventud que, a fuerza de constancia y fiereza a la hora de manejar sus tierras y las ajenas, amén de una pavorosa afición por las mujeres, construye un pequeño imperio sin saber que sus cimientos nunca serán capaces de soportarlo por su propio carácter corrupto. Ese “rencor viviente”, según la definición de Rulfo, al cual la muerte le llega de sorpresa y sin aviso previo, y que tal vez simbolice cierta esencia del macho mexicano que se resiste a morir.