Golpe de suerte en París 6 puntos
Coup de chance; Francia, 2024.
Dirección y guion: Woody Allen.
Fotografía: Vittorio Storaro.
Música: Herbie Hancock, Nat Adderly, Modern Jazz Quartet y otros.
Intérpretes: Lou de Laâge, Melvil Poupaud, Niels Schneider, Valérie Lemercier, Elsa Zylberstein, Grégory Gadebois.
Duración: 93 minutos.
Estreno: en salas únicamente.
Para festejar su largometraje número 50 –que el mismo director reconoció que quizás sea el último, por las crecientes dificultades que tiene para conseguir financiamiento- Woody Allen decidió regalarse un rodaje enteramente realizado en una de sus ciudades predilectas. Y por primera vez en un idioma que no es el suyo. A diferencia de Medianoche en París (2011), en la flamante Golpe de suerte en París no hay un solo estadounidense a la vista y el elenco es por completo francés, hablando en su propio idioma. ¿Supone esto algún cambio en el cine de Allen? En absoluto, ninguno. Para bien o para mal, su nueva película es muy similar a muchas de sus anteriores, como si una vez más –y a los 87 años nadie le va a pedir un cambio de rumbo- se dedicara a realizar distintas variaciones sobre su propia obra.
Una obra que ciertamente venía en franca decadencia, si se considera que en los últimos años Woody parecía haberse quedado yermo de ideas, como lo prueban sus largometrajes inmediatamente anteriores, Un día lluvioso en Nueva York (2019) y sobre todo la anémica Rifkin’s Festival (2020). En este sentido, debe celebrarse que Coup de chance tiene al menos un ritmo más festivo y ligero, y que sin perder ese tono allegro vivace posee lazos de sangre –literalmente- con dos de las películas más celebradas de su autor, la ya lejana Crímenes y pecados (1989) y Match Point (2005), la primera de las que luego serían sus cada vez más frecuentes incursiones por Europa.
En Golpe de suerte en París todo comienza con un encuentro fortuito –un coup de chance, pero no será el único- y con un flirteo, como se supone es norma en la Ciudad Luz. “¿Fanny? Vos sos Fanny, ¿no?” interpela un treintañero despreocupado a una elegante chica de su edad en plena calle. Sí, ella es Fanny (Lou de Laage), y él es Alain (Niels Schneider). Se conocieron de adolescentes, cursando el secundario en el Liceo Francés de Nueva York. Sus vidas siguieron luego cursos muy distintos y ahora él le confiesa que en aquel momento ella fue su primer amor, y que nunca se atrevió siquiera a mencionárselo. Ahora Alain es escritor, está divorciado y no tiene demasiado pudor en regalarle todo tipo de halagos. En cambio, Fanny dice estar felizmente casada y se muestra cauta, pero no deja de sentir curiosidad e incluso una creciente atracción por este romántico desconocido que irrumpe de pronto en su vida.
A diferencia de Alain, hace rato que Fanny ha dejado atrás la vida bohemia e intelectual que había imaginado para sí. Ahora es la “mujer florero” -como la llaman las malas lenguas de la haut burgeoise parisienne- de un experto en finanzas llamado Jean (Melvil Poupaud), que nunca le puede explicar a nadie de qué trabaja realmente (“Hago más ricos a quienes ya lo son”, alardea), pero que tiene en su pasado reciente una mancha oscura, la misteriosa muerte de su socio, de la cual él se habría beneficiado económicamente.
Aficionado a las armas y a la caza mayor, Jean eventualmente podría ser un peligro para Alain e incluso para Fanny si sospechara que su mujer pretendiera engañarlo con un novelista bohemio, pero no conviene avanzar más allá en la trama. Apenas consignar que la actriz Valérie Lemercier está muy bien como la madre de Fanny, admiradora incondicional del éxito y el charme de su yerno, pero que es también la primera en investigar, como una suerte de private eye amateur, lo que puede haber detrás de su fachada si piensa que su hija puede estar en problemas.
Actor camaleónico como pocos en el cine contemporáneo, capaz de trabajar en los registros más disímiles –desde el transformista de Laurence Anyways, de Xavier Dolan, hasta el recatado padre de familia católica de Por gracia de Dios, de François Ozon, pasando por el desquiciado bon vivant de Pequeña flor, de Santiago Mitre- Popaud es sin embargo quien se roba el protagonismo de Golpe de suerte en París. Su personaje aparece ahora no tanto como el sobrino lejano del de Martin Landau en Crímenes y pecados sino más bien como el primo menor del de Jonathan Rhys Meyers en Match Point: un hombre cuya ambición parece no tener límites, salvo los que eventualmente le imponga el azar.
A diferencia de esos antecedentes, Golpe de suerte en París es más modesta en sus pretensiones, tiene siempre un aire más liviano y allí donde su guionista y director no logra imponerle al film todo el ritmo que debería, recurre desvergonzadamente al swing que siempre le aporta el jazz a su cine. En este caso, no es el jazz del período clásico, habitual en la obra de Allen, sino el de Herbie Hancock, Nat Adderley, Art Farmer y el Modern Jazz Quartet, músicos identificados con los años ’60 y con quienes Woody intenta a su vez tender un puente con aquellas películas francesas que veía en su juventud en Nueva York y que hacían del jazz parte de su modernidad. Lo de Allen, en cambio, como siempre, es por sobre todas las cosas nostalgia.