Multitud en el subte aproximándose a las plazas, tensa combustión de calores en marcha, sabemos a dónde iremos hoy. No es más que bajar en Avenida de Mayo y nos sorprende un emporio de colores y carrozas. Las banderas y carteles nacen de la danza de un fuego que orbita, un ritmo que gorjea dando luz a este oscurantismo que acecha. Vida, consignas y deseos profundos. Son mis notas desordenadas, como todo lo que emana de la emoción y de las multitudes, esquirlas plenas, fragmentos de respiración entrecortada, instantáneas en el alma. Atronan músicas y el murmurar creciente de la marea humana encendiéndonos. La palabra recortada de un transporte transformado en trans, un torso desnudo y emplumado que lleva en el pecho Lali Carajo, pechos no binarios que dicen “puta sí, yuta jamás”, mezclados en este ajuar de perlas verdaderas. Es la 33ª Marcha del Orgullo, es el 2 de noviembre 2024, aquí mismo, en la Ciudad de Buenos Aires, aquí mismo, en este río, en este estuario que es multifacético y multitudinario, una de las bocas curiosas de nuestra república, turgente y displicente, cosmopolita y sensual.
La jornada LGTIBQ+ se vive con el corazón en la mano, conmueve su alegría rebelde y amable, también abraza y representa las capas de generaciones sojuzgadas. Si nuestro pozo profundo viene del cooperativismo, seamos urgentes y amémonos, amemos comunitariamente, que es una forma de experiencia que los individualistas no conocen. Por nosotros, por nuestro país común, inclusivo, el de la mano abierta.
Veo rastas con tetas siliconadas y otras naturales estresadas de movimiento afortunado, besos afrodisíacos, el sol emergiendo en la calle para una fiesta de la tolerancia y de la convivencia. Abanicos, carteles que bailan, banderas de arco iris del ensueño, la vida suelta, desnuda de cuerpo piel. Nos volvemos extraterrestres divinos, caídos del cielo, pero no caídos del catre.
El abrazo de los osos en musculosas y en bermudas, más amor, menos odio, dicen por ahí. Una tela desplegada que dice “orgullo vuela peluca”. Aquí también están presentes las almas de las tomas estudiantiles contra el Método Milei, el Veto de Milei. Pasan gatos con escafandra, gatas, gates. Pasa cuero, pasa brillo negro. Brea en la piel, pieles de brea. Y argamasa de Fernet. Me gusta casi puro, un poco impuro y con hielo. Calor sudor, resoplar a la par de los que vienen a hacerse un mango para vender unas empanadas o unos sándwiches, choripanes, unas birras, un poco de alcohol, escapando por un día de la miseria espantosa. Algunos corean y escriben en el cieno de una tela: “para vos Milei, mucho sexo gay”. 45 carrozas incipientes, burlonas, atravesadas de época. ¿Quiénes somos y de dónde venimos? Ya no sé responder esa hermosa pregunta.
No importa que se nuble llegando al Congreso, la marea es tanto brillo como oscuridad taraceada, la integración de la humanidad bordada en vida, antiguos sueños, sortilegios que hoy se realizan. Carnaval dispuesto y personajes satíricos con pilchas galantes, bailongo y semáforos que hoy no se respetan, porque el respeto está acá, en la marcha. Stormy weather, tiempo tormentoso, pienso en la gran Billie Holiday. Pienso en Mi Ciudad, cantada por Nacha Guevara en la vuelta a la Democracia. Las balconadas repletas de camisas y trapos multicolores, también los hay negros porque aquí acontecieron tantas muertes y torturas y desgracias. Se abran las compuertas del amor y haya futuro. Alas de mariposa, pelucas, cofias, arneses, pelos largos y divinos moviéndose en el temporal, marea de pelos largos electrificados, estolas de copetín, mentiras dulces, ficciones que se veneran, escalan, salvan, rescatan. Cotillón y risas para todo el mundo. Esto es alegría y es soplo de frescura, instante de felicidad para el pueblo que sufre. Gracias. Evita me saluda desde el edificio del Ministerio de Bienestar Social con el micrófono a pleno y el rodete mortal e intangible que ya se está soltando. Las manos enlazadas anhelando un día en que no haya sirenas ni bombas incendiarias, ni violencia que aplaste la osadía. En el medio los patrulleros de la intolerancia, pero hoy mansitos, los que siempre fueron dolores para el arco iris. Si hasta la policía que acompaña abriendo la marcha parece disfrazada hoy, se hicieron un disfraz que copiaron de los Village People, y entonces la cana nunca existió y es sólo una ficción de escenarios musicales. Está ahí parada, solita, esperando el Bondi a Finisterre, los anteojos de vincha, tiene un cartel que dice sin más vuelta, “soy torta, ¿y qué’?”
Pet plays y furries como en la escena alucinada del resplandor de Stanley Kubrick, Desde otro balcón de Avenida de Mayo se lee la insignia colgante de una “house of Tropikalia”, con K de Kukas. Lobas y locas, bellezas de cal de las islas remotas. Este no es el Cielo sobre Berlín, aunque imagino a Wim Wenders zumbando con su cámara de mano y refiriendo la tarde, y también se relame Fassbinder en el final de su versión de la gran Berlín Alexanderplatz de Döblin. Este es otro y el mismo, el transgénero del Cielo sobre Buenos Aires. También esto es Argentina. Quiero hablar una vez más de Thoreau, un amigo personal que no pude conocer, un místico y un solitario, escribió sobre El deber de la desobediencia civil, por eso lo quiero. Mientras tanto esta marea en la que nado y refloto me lleva y me alcanza. La Plaza del Congreso a la vista. La emoción inaudita, baile murguero, candomblé, zamarreo, baile cadencia, baile redoble marcha, Marcha de la Bronca, marcha de la vida. Yo quiero a esta ciudad, gracias Pedro y Pablo, gracias Cantilo y Durietz. También quiero entender dónde va nuestra gente antes de la lluvia, durante la lluvia y después de la lluvia.
Por doquier esfinges y esculturas danzantes, la vida viviente y transida pasando del dolor a la risa campante. No es lo mismo para mí edén que paraíso, lo supe desde que vi cuando era chico El zoo de cristal de Tennessee Williams, o Panorama desde el Puente de Arthur Miller, o De repente en verano, en la versión cinematográfica con Elizabeth Taylor y Catherine Hepburn, transfigurada y trans, carnada altiva, igual a ese hijo demolido, comido vivo en la caza de brujas inhumana. Lo supe porque en ese espléndido jardín yacía el edén que cuidaba la Hepburn, el edén que también es terrenal, incesante, transgeneracional, finito, imperfecto, temporal, no como los paraísos que a veces prometen religiones y vendedores de espejos transnacionales que lo pretenden, por el contrario, infinitos, permanentes, cautivos, despiadados, inmortales. Prefiero el otro, el edén mortal, prefiero transigir el trauma, transigir también los duelos, y si otra cosa no fuera posible, ser comido vivo, respaldando y enarbolando mis verdaderos deseos en la vida. Sale el sol y le pregunto a la cúpula del Congreso ¿dónde están, muchachos?, ¿dónde están que no los vemos?, ¿por qué traicionan lo que debieran resguardar? Florecen los jacarandás, Es noviembre y aún no llega el verano, ¿por qué nos arrojan a los lobos que nos comen nos devoran, nos flagelan y nos rompen? Ave Fénix esclareciéndonos, respirando, vivos, respirando, inteligiendo, besándonos, respirando. Ya caminé por cada una de las comparsas, las diversidades, las banderas, la piel desde Plaza de Mayo hasta Plaza del Congreso.
Otra carroza bruñe repleta de globos abrillantados y metalizados propios de una gira mágica y misteriosa, la patria es lo que uno lleva y va moldeando en su propia experiencia, estos olores y estos sonidos, estos retumbes de voces y tambores incipientes e imperfectos, estas fotos mentales y sensuales, un panorama destello. Por instantáneo, por pequeño que parezca, ilumina y caldea los ánimos como una estrella alrededor de la que nacerán nuevos planetas. Coronas y tiaras de papel que mueven los ánimos hasta hacernos abanicar esta nueva sensualidad. Y en el escenario, a las puertas del Congreso, otra multitud acariciada por las músicas y las consignas que vienen desde allí. Veo y me permite fotografiar, lleva una bandera que no alcanza a ser multicolor, como si fuera todavía un pavo real transgénero desplegándose y emplumándose, dice su cartel: “no hay tiempo para la vergüenza”.
El texto leído desde el escenario describe esta actualidad en la Marcha del Orgullo en Buenos Aires, el estado de cosas pestilente transformado en ambiente festivo y representativo de la lucha por los derechos de las comunidades LGTBIQ+. “No hay libertad sin derechos ni políticas públicas”, dicen también “el Orgullo es político”. Porque somos el otro y porque no somos sin los otros, una verdad milenaria, somos nosotros. Fiesta de tolerancia y de inclusión de lo diverso humano, marcha del orgullo, conquistas de los derechos de lo humano. A la patologización del closet no volvemos Nunca Más.
Cristian Rodríguez es psicoanalista.