El descenso de la inflación de los últimos meses tiene como herramienta fundamental el “ancla cambiaria”. Los economistas llamamos así a la utilización del dólar como un atractor de los precios a la baja. Tras la devaluación de comienzos de mandato, el oficialismo anunció y, por el momento cumplió, que el dólar se movería un 2% mensual aún cuando las tasas de aumentos de los precios superaban ampliamente ese número.

La idea era que la evolución del dólar actuara como una referencia para los demás precios, primeros los exportables y que compiten con importaciones (“transables” en la jerga de los economistas), luego de todos los demás. Dicha política, ayudada por un contexto de caída de la actividad que apretaba los salarios y márgenes empresariales, fue dando sus resultados. Así, la tasa de inflación, que había alcanzado un pico del 25,5% mensual en diciembre del año pasado, fue descendiendo lentamente hasta alcanzar el 2,7% del último mes.

Pero el uso del dólar como ancla de los precios tiene sus inconvenientes. Como la inflación supera cada mes a la tasa de devaluación, la Argentina se vuelve, mes a mes, más cara en dólares. Ese proceso continúa hasta que la evolución de los precios sea similar a la del dólar y a la inflación de nuestros socios comerciales, meta a la que nos acercamos pero aún no se ha alcanzado. Mientras tanto, nuestra economía sufre una inflación en dólares que va disminuyendo su competitividad. Hasta qué punto vamos a encarecernos respecto a nuestros socios comerciales depende de la magnitud de la devaluación inicial y cuánto se demore en la convergencia de la inflación a la pauta devaluatoria.

Para el mes de noviembre, el tipo de cambio real multilateral con el que el Banco Central mide la competitividad frente a nuestros socios comerciales, se encontraba a niveles similares a los de noviembre de 2023 o el pico de apreciación de la gestión Macri. El vaso medio lleno es que aún se encontraba Milei levemente arriba de los momentos de mayor apreciación de la historia reciente (la previa de la devaluación inicial de Macri y de Milei), y un 20% más arriba del momento de mayor apreciación de la convertibilidad de Cavallo.

El encarecimiento en dólares, no implica una mejora acorde en los ingresos de la población. Así, el salario real de los trabajadores del sector privado se encuentra en el mínimo histórico de 2004, antes de iniciar su carrera ascendente bajo el kirchnerismo, y un 30% por debajo del pico con que CFK se despidió como presidenta. Para los empleados públicos, el asunto es aún más grave, ya que sus sueldos se encuentran en el peor nivel de la historia reciente (un 20% por debajo del piso de 2004).

Esa combinación de elevados precios en dólares y bajo poder adquisitivo de los salarios es la peor para los sectores productivos. El encarecimiento en dólares dificulta la capacidad de competir contra las importaciones y el desarrollo de nuestras exportaciones no tradicionales. El bajo poder adquisitivo de los salarios genera niveles bajos de consumo y de producción en el mercado interno.

Así, aún cuando nos encontramos en un piso de producción (que implica un nivel muy bajo de importaciones de insumos y maquinarias), hace tres meses que desapareció el superávit comercial de bienes y servicios. Si la economía consolida la leve recuperación de la actividad que comienza a evidenciarse, ese déficit comercial se agravará poniendo presión a la frágil estabilidad cambiaria.