Hay algo operativo en la estructura de esta obra, una disposición de lxs intérpretes a explicar y mostrar los procedimientos, a desnudar lo azaroso de las circunstancias como si siempre quisieran señalar que las escenas podrían escaparse hacia una situación inesperada.

Abrir los ojos, destruir el mundo fundamenta su accionar en una serie de apreciaciones. En distintos momentos los personajes van a calificar el desempeño de algunos de los integrantes de este grupo numeroso de actores y actrices integrado por: Federico Aimetta, Mila Alegría, Martina Branne, Juan Castiglione, Ilenia Contin, Trinidad Falco, Valentina Chiara Leiva, Mario Parmiggiani, Valentín Prioretti, Ana Belén Recabarren, Agustín Recondo, Corel Salinas, Mariel Santiago y Manuela Villanueva Fernández

En ese señalamiento se anuda el conflicto porque la motivación que lleva a destacar alguna virtud o a desestimarla, funciona como un modo de hacer evidente esos mecanismos sociales que articulan las categorías, que hacen que alguien pueda ser un líder o una persona expulsada o estigmatizada. Las lógicas del reconocimiento son endebles, lo que se aprecia como una virtud (saber aplaudir) es decididamente ridículo, su repetición y aprendizaje lleva a la risa pero también a mostrar como muchas veces se admiran virtudes inconsistentes, cómo se dice que alguien es una buena cantante y otra menos dotada cuando en la escena, las dos actrices tienen un desempeño parejo. Esta obra de Brai Kobla busca desentenderse de lo anecdótico, asignarle una entidad mínima, casi escuálida para que la historia no ejerza su poder de distracción.

Abrir los ojos, destruir el mundo es un material performático donde lxs intérpretes marcan su condición de artífices de un hecho escénico sin la voluntad de convertirse en personajes, lo que no impide que la actuación tenga aquí un protagonismo determinante. De hecho, los momentos más arriesgados son aquellos donde el sistema de la obra, su impronta social, se desarrolla sólo desde la actuación. El dispositivo que anuda unos dibujos y títulos producidos en vivo por una serie de intérpretes que proyectan esos trazos en una pantalla, los músicos Julieta Aristegui Tagliabue, Juan Francisco Raposeiras y Francisco Villar a un costado de la escena, la ausencia de escenografía y esa forma que parece apelar a la improvisación, aunque se trata de una dramaturgia pautada, tienen el efecto de un momento social donde un grupo se propone llevar adelante una tarea. 

El teatro es uno de los temas pero no desde el punto de vista estético ni de su armado ficcional, sino como un modo de organización, de construcción de una comunidad que transita por distintos niveles de conflictos. Bria Kobla guía el trabajo hacia la encarnación de esos momentos donde alguien toma el control, ejerce cierta influencia para mostrar en ese pequeño liderazgo su carácter transitorio. Los mecanismos que construyen alianzas, los análisis exagerados de las circunstancias que comparten o la designación de alguien como" la piedra del grupo “están enmarcados en la efectividad de un desempeño. La idea de “no voy a poder” que se repite en una de las canciones, la urgencia por demostrar alguna destreza, el juicio apresurado que condena: “aunque lo intentes nunca vas a lograrlo y te vas a convertir en la piedra del grupo”, permiten observar ciertas conductas sociales en las que todxs estamos involucradxs.

Pero Bria Kobla lo hace sin estridencias, incluso apela a cierta ingenuidad. Acertadamente nunca recurre a conspiraciones, ni paranoias. El momento en el que el grupo empuja a Mario hacia la expulsión es relatado con humor. El registro documental que realiza Tata Laxague en la puerta de la Estación Provincial (esta obra se presenta en La Plata y disfrutar de ese edificio situado en la ciudad vieja y de su entorno es parte de la aventura) parece disparatado, como si el camino que hizo posible la estigmatización y expulsión del personaje de Mario (aquí los actores y actrices conservan su nombre) estuviera despojado de toda mala intención y hubiera sucedido de forma espontánea, sin premeditación, tal vez como un dispositivo tan naturalizado que no suscita una reflexión crítica profunda de parte de quienes lo realizan, solo una yuxtaposición de opiniones, como esa escena donde Juan se mete en la entrevista que le realizan Agustín para el documental y pone un foco de luz delante de su compañero para quitarle el protagonismo y borrar, por un instante, su lugar frente a la cámara.

Abrir los ojos, destruir el mundo se presenta los martes a las 21:30 en La Estación Provincial de La Plata.