No es un llanto, más se parece a un gemido. Humano el gemido, gemido de criatura exhausta. Es un soldado argentino el gimiente, recibe castigo inmovilizado contra el suelo rocoso. Cerremos los ojos, imaginemos: los brazos hacia atrás, la piernas abiertas, asido a muñecas y tobillos. Está estaqueado, ha robado una lata de dulce de batata. La noche se zurcirá con ventisca y niebla; mañana amanecerá siendo 25 de Mayo. Sucederá como una pesadilla interminable. Imaginemos: debe escarmentar el soldado, servir de ejemplo. Hace rato empezó a nevar, el gemido se extiende; pero se interrumpe de pronto, da paso al tenue silbido de una canción sin melodía, desolada. Silba hijo, silba hasta que amanezca. Dice la madre, que lejos o muy cerca adivina a su hijo. Ella no participó del enorme asado que se hizo en la cuadra para despedirlo cuando él fue a la guerra.

En la (des)guerra de Malvinas, además de la absurdidad propia de la guerra hubo estaqueados y enterrados hasta el cuello. Hubo oprobio hacia los cuerpos; hubo torturados por sus superiores. Marcelo Rapoport, fiscal de Río Grande, por fin solicitó la detención de varios militares por los tormentos que infligieron sobre varios conscriptos. Las penurias de estos no terminaron allí, primero fueron hambreados y después trasladados a Campo de Mayo; allí, a lo largo de una semana fueron “engordados”. Mientras, firmaron una declaración. Eufemismo: “pacto de silencio”. A propósito de eufemismos, la pregunta: ¿cómo se denomina hoy al acto de torturar? Increíble: a las torturas ahora se las licúa, se las llama “interrogatorios exigentes”. Madre de los dioses, ¿un estaqueo puede llamarse interrogatorio exigente?

Los crímenes de lesa humanidad acontecen, incesantes. La (des)guerra de Malvinas es una herida, no deja de sangrar. No nos hagamos los pelotudos: aparte de la (des)guerra, absurda y ridícula, nos demoramos 42 años en habilitar el juicio a militares responsables; inútiles y encima ¡torturadores! Completos: 42 años para dilucidar si el robo desesperado de una lata de dulce o el sacrificio de una oveja ¡por hambre! en su momento fueron castigados con el estaqueo. El estaqueo es tortura. En tal caso, ¿la tortura es o no un crimen de lesa humanidad? ¿Puede prescribir semejante acción humana?

42 años: si medimos el tiempo por lo que duran nuestras vidas, es media vida. Sigue gimiente el muchacho. Su madre le insiste Haz como tu abuelo, no pares de silbar. El gemido intenta ser silbido. Pero le brota una canción rota al soldado.

Los (valerosos) militares que, por fin, serán convocados a una declaración indagatoria son Alejandro Moughty, Orlando González, Diego Alejandro Soria, Ricardo Mario Cordon, Clemente Pecora, Jorge Echeverría, Carlos López Paterson, Jorge Farinella, Rafael Barrientos y Jorge Chaud. Estos humanos merecen un tribunal en donde los escuche, y los mire, el ciudadano José de San Martín.

Asistimos a la desnucación de la condición humana. Imaginemos: el soldado implora por su madre. La canción que deviene silbido persiste, desolada. Salgamos de la conciencia digestiva y vayamos por aquel estaqueado. Está afrontando la desnucación de los colmos... Plena noche impiadosa, muerde el frío, el soldado sin sílabas ya, clama por su madre.

El estaqueado padece las consecuencias de una bravuconada etílica. Apogea la absurdidad. Como sociedad, ¿nos preguntaremos alguna vez hasta qué punto nos estafaron y hasta qué punto nos dejamos estafar? ¿Olvidamos que la (des)guerra sucedió alentada por pulpos medios de (des)comunicación? Tras el desembarco en Malvinas, en menos de tres meses pasamos de la patética euforia a la depresión vergonzante. Muchos argentinos --demasiados-- vivieron la (des)guerra con la adrenalina propia de un mundial de fútbol. Hagámonos cargo, sabiendo que las culpas no se fraccionan.

No fue un sueño, no fue una pesadilla de almohada lo que se padeció: sucedió en la carne viva de aquellos cuerpitos flagelados en la ardua rutina del sur del sur. Ahí está él, a merced de la absurdidad. Escuchemos al desguarnecido, ahora mismo intenta alcanzar a su madre tan lejana; ella le pedirá otra vez que silbe, como su abuelo durante los tormentos de otra lejana guerra...

Cruz del sur, arriba. Cruz en el sur, abajo

--Me falta el aire... De espalda, solo, de cara a todo el cielo, aquí estoy: me han crucificado en la tierra, mamá. Sol ¿hubo alguna vez por aquí? No me quedan fuerzas ni para tener hambre. El pavor ha anegado a mi corazón. Me duele tanto el aire, ¿cómo era respirar, mamá?

Y qué oscura se ha vuelto la noche, esta noche: sin una estrella sin el lucero sin un pedacito de luna siquiera.

Ay, si mañana va ser como hoy, no me despiertes, mamá.

(La noche continúa, y la intemperie, implacable).

--¿Estás ahí? ¿Estás? Nadie. Nada... Ay, te estoy llamando con un grito que alarida. No me responde tu aliento.

Pobrecita mamá, pronto te dirán madre.

Ay, madre madre, ¿por qué me has abandonado?

–Hijo, hijito, ya vuelvo. Estoy buscando a la patria.

--No vayas, madre, detente: a la patria la han saqueado.

--Los saqueadores, hijo, ¿quiénes son?

--Son ellos: los que inflando el pecho y alzando el mentón miran los desfiles desde el palco. Los bien comidos, los abrigados, los mal paridos, los que nunca se rozaron con el honor, los que eructan el grito sagrado. Son ellos, mamá: los siempre ilesos.

(Al estaqueado, contra la tierra helada tan crucificado, ahora el cielo lo mira desde muy arriba. Lo mira, pero no se baja. Se queda en el cielo, el cielo. ¿Indiferente o estupefacto? ¿Aterrado o acielado?

A todo esto, ¿y Dios qué se hizo?

Dios no puede no ver lo que está viendo

y entonces se tapa el espanto de la mirada.

Dios mío, gime Dios.

Silencio y sur. Y cruz del sur. Y cruz en el sur.

La escandalosa impunidad de la nieve.

Damas y caballeros, aquí no ha pasado nada. Como siempre.

Aquí no ha pasado nada. Pero a las palabras que se lleva el viento, el mismo viento las devuelve.

Por favor, sigamos escuchando sin bajarle la mirada al hondo espejo.

El estaqueado recuerda lo que hacía su abuelo durante los tormentos.

Silba por fin el muchacho, aunque el silbido le sale bajito y desteñido...

--Madre, madre, ¿por qué me has abandonado?

--Hijo, hijito, he salido a buscar a la patria.

--Madre, pero te dije que no fueras, de la patria solo queda un agujero con forma de mapa.

--Encontraré, hijito, encontraré a la patria...

--¿Dónde?

--Debe estar escondida, guardándose...

--¿Dónde dónde?

--Se me hace que vientre adentro de la MaPatria Grande.

--Vuelve, madre, vuelve pronto.

--Seguro que volveré. No dejes de silbar, hijito.

--Sí, seguiré alzando al silbido... pero si mañana es como este 25 de mayo de 1982, por piedad, no quieras despertarme... No, no quiero día de mañana. Y sé madre. Rápido coseme los párpados.

 

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