Lucas Álvarez, conocido en el ámbito del hip hop como Crazy Waves, es un referente de la cultura argentina. Con más de tres décadas de trayectoria, se dedica a enseñar y difundir el estilo a través del baile y de shows de humor, con Circo Marisko y mediante las redes sociales. Lucas es afroargentino y nació a solo cuatro cuadras del Obelisco; como él mismo señala, “Soy más porteño que la línea A”. A fines de los 80, cuando comenzó a bailar por pura pasión, imitando los pasos de Michael Jackson y escuchando música con los amigos de su hermana mayor, no imaginaba que se estaba convirtiendo en uno de los pioneros del hip hop en el país. Hoy, tras una larga trayectoria en ascenso y la viralización de varias de sus performances, Crazy Waves sigue considerando lo que hace como “una pasión”.
Como todo pionero, le tocó en gran medida abrirse paso solo, aunque no le gusta la palabra autodidacta, ya que considera que siempre se aprende de alguien más y siempre reconoce a sus maestros y maestras. Lo cierto es que no tuvo clases formales en el estilo, sino que sus primeros pasos fueron transmitidos por su hermana, Verónica. Además de su pasión por el baile, Crazy Waves es comediante, y estas dos facetas lo acompañan en la actualidad: “Son dos puntos simples pero muy abarcativos, dos posturas desde donde uno ve la vida”. La comedia surgió más tarde como una posibilidad, pero ya en su infancia, a mediados de los 80, existía en él una semilla de esta pasión, influenciado por su fanatismo por Telejuegos y el personaje de Willy Baterola. Tras la crisis del modelo neoliberal, que afectó a su familia, Crazy Waves, luego de años de lucha, inició su carrera profesional en 2005, lo que lo llevó a recorrer el mundo y lo consolidó como el referente que es hoy.
¿Cuál es la historia detrás de tu apodo Crazy Waves?
El primer apodo era Black Freak. Me sonaba muy propio, por las Panteras Negras y porque siempre decían “Qué fenómeno el negro”. Entonces Freak de fenómeno. El tema del apodo siempre es una consecuencia de cómo te ve el otro. Lo tuve bastante tiempo, hasta el 2012. Después pasó a Crazy Waves cuando me fui a Francia y me desafié con Salah, el bailarín francés, y me dijo “You have crazy waves”. Y ahí nace mi alias, mi personaje, que también sirve para el comediante, si lo traducimos al español-argentino sería como “Qué onda loca que tiene esta persona”. Y también es muy aplicable a todo, porque en inglés no tiene género. Crazy Waves no es hombre, no es mujer, no es negro, no es gordo, es crazy waves. Entonces aplica para todo y me sirve para transformarme en lo que se me antoje.
Sos muy reconocido en el ambiente del género, pero en este tiempo comenzaste a conectar con un público más amplio a través de las redes sociales.
Sí. Evidentemente a la gente le gusta lo que hacemos, que es muy distinto que hacer lo que le gusta a la gente. Entonces ahí creo que hay una personalidad artística muy marcada. Pero fue todo orgánico. Pasamos por muchos procesos difíciles con Circo Marisko también, pero ese número que se hizo viral, no lo ensayamos nunca. Me sumé directamente en temporada con ellos nunca ensayamos. Entonces, mientras hablaba Martín [el compañero de escenario], yo me quedaba atrás y hacía gestos. Como a la gente le gustó dijimos de hacerlo adelante, y bueno surgió ese personaje que interpreta con señas.
¿En qué momento surge el Crazy Waves profesor y cómo influye su visión del baile y la cultura en su enfoque docente?
En parte aparece porque empiezo a intentar pasar una información tangible. O sea, porque el bailarín se pregunta qué, cómo, cuándo, dónde, por qué y para qué. Entonces yo como docente tengo que decir qué hay que hacer, cómo hacer, por qué hacer y después lo tengo que mostrar. Yo lo que he visto es esta falta de relación con el ritmo de la música, un desapego musical. Y no por una cuestión interpretativa de que yo hubiese hecho otro movimiento en vez de ese, sino que yo no veo a veces que el cuerpo suene. Están muy bien, comen banana, elongan, saltan 7 metros para arriba, pero hay veces que la música está de casualidad, incluso un desapego a los mensajes a los que se les pone el cuerpo. He encontrado muchas incongruencias filosóficas a la hora de bailar. De tomarse en serio las canciones. Ojo, escucho Snoop Dogg, ya sé que están allá arriba [señala el techo], y no es que soy anti Snoop Dogg, pero hay que saber que se dice en las canciones, por lo menos para poder disfrutarlas más y para ejercer la libertad de decir “No, yo esto no bailo o esto no hago y esto sí”.
Acá nos olvidamos un poco que el hip hop siempre se vivió desde la fiesta, desde el boliche, la competencia, el evento festivo. No digo que no haya letras contestatarias, no digo que no haya habido un rap o un hip hop revolucionario. Pero la gente conoce al hip hop a través de la fiesta. Pero ¿Saben que estamos festejando? Estamos festejando que somos libres, estamos festejando que, por la transmisión de la información en las plantaciones, donde después que se corta la cosecha, hay que esperar para volver a cosechar. Entonces se festeja que no hay que estar trabajando todo el día como esclavizado. Ahí el baile, la cultura de los afroestadounidenses, de este protestantismo. Pero como es festivo no importa, está todo bien. Y que resulta que yo me tiro al piso porque me tiro al piso y te aniquilo y giro más que vos. Está bien la competencia, pero por qué uno tiene que marcar bandera de que ese paso es mío. Porque es mi identidad. Por el aporte a la cultura, que esta cultura trae reminiscencia de por qué se festejan algunas cuestiones. Entonces, el hecho de que se vea todo festivo hace olvidar que hay un trasfondo que tiene que ver con el sufrimiento, que tiene que ver con una cuestión realmente mala de la sociedad. Que se exprese en fiesta, que se exprese en un momento de relax y de jolgorio, no quiere decir que no haya un sufrimiento que haya empujado esa necesidad. Ante la opresión, expresión.
¿Cómo afecta el mercado a la percepción de las producciones culturales negras, y qué desafíos enfrenta la autenticidad del hip hop frente a su apropiación?
El mercado elige qué parte agarrar de la cultura. Por ejemplo, la vestimenta: todos quieren ser "cool", hacerse las trenzas, usar las uñas largas, las gafas, tres cadenas de oro, las Jordan. Pero después, si cruzan a un negro en la esquina, hay que tener cuidado: somos el enemigo público número uno. Por eso Public Enemy, Number One.
Es como ir a McDonald's y pedir una hamburguesa con queso, pero sin queso; papas fritas con cheddar, pero no tanto cheddar; o una pizza de calabresa, pero sin salamín. Se ponen selectivos y quieren acomodarlo todo a su manera, como si así salieran ganando. Esto no tira abajo las cualidades de los bailarines y bailarinas que hacen los movimientos impecables. Pero, a veces, se nota que les falta esa parte de compartir.
Esto lo digo más para los bailarines profesionales. A ellos los llamo "bailarines de overol": los que hacen todo bien a un nivel alto. Pero hay momentos en que falta algo. Por ejemplo, cuando alguien va a Los Ángeles, toma clases allá, baila en estudios de danza, y después viene acá diciendo que da otro hip hop. Encima, le ponen nombres como "Hip Hop Nigga". Dale, no seas malo. Allá no te animás, porque te meten un tiro. Pero acá, ¿por qué pasa? Bueno, resulta que esta vez no pasó. Lo fui a buscar a la puerta del estudio y le dije: "Cambiá el nombre porque es una falta de respeto".
El hip hop es para todos, pero no todos son para el hip hop. Yo traté de pasar por todas las áreas para conocerme como docente, como competidor, como aportador a la cultura. Me acuerdo de una competencia en Quilmes. El Nigga me llamó para pedir una remera. Fui con la de mi sponsor, Keel Over, y se la di para que los pibes ganen algo. Hice muchos aportes así, por y para la cultura, sin otra pretensión que la satisfacción de haber aportado y ver que alguien más estuviera contento.
El problema está en diferenciar los aspectos. Hay gente que le pide créditos académicos a la cultura y, a lo académico, réditos del negocio del espectáculo. Pero, si querés ser profesor y comprarte un yate, vas a tener que fijarte bien la profesión que elegiste y para dónde tirar. Algo vas a tener que transar, pero eso no es hip hop.
¿Cuáles son los aspectos positivos y negativos que identificás en este momento de la cultura?
Bueno, antes era impensado que alguno de nosotros, que rapeábamos en las calles, pudiera hacer un River, y hoy varios artistas que comenzaron así lo logran. Esto pone en evidencia el rol de los medios masivos de comunicación y cómo dependemos geopolíticamente de Estados Unidos. Acá faltaba algo, y el responsable de Warner en Estados Unidos dijo: “Ahora va esto”. Geopolíticamente se busca una masificación, una intención de que la gente escuche, haga y sea de cierta manera.
La contra, hablando de nuestra comunidad, es que se perpetúa la imagen de la música y el artista negro como causantes o puntos de referencia de actitudes negativas, desde el consumo hasta el robo o lo que sea. Este es el desafío: lograr que lo positivo también se vea cool, porque actualmente lo que parece "cool" son actitudes que, objetivamente, son negativas.
Por ejemplo, King Von rapea sobre haber matado a cinco personas, y hay un mural en su barrio, lo que termina glorificando a un asesino serial. Como comunidad, tenemos que hacer una introspección al respecto. Por eso mencionaba antes: ¿A qué mensaje le ponen el cuerpo algunos bailarines y algunas bailarinas?
El lado negativo es que estas dinámicas refuerzan la idea de que lo negro es burdo, banal o incomprendido. Además, ciertos elementos culturales o estéticos no se valoran adecuadamente. Por ejemplo, si bailo en taparrabos porque hace calor, y para alguien eso se convierte en un objeto erótico, ese problema es suyo, no mío.
¿Cómo describirías este momento personal y artístico que estás viviendo?
Estoy atravesando un momento súper importante a nivel personal e introspectivo. Antes, todo lo que me sucedía eran cuestiones externas, como: “Bailé acá, estoy allá, fui allá, conocí a este otro”. Ahora, todas esas experiencias están ocurriendo a nivel interno. Me estoy dando cuenta de ciertas cosas, descubriendo otras, incluso arrepintiéndome de algunas. Todo esto es bastante nuevo para mí y, aunque es difícil, no hay saldo negativo.
Esta entrevista me encuentra en una etapa de reflexión sobre mí mismo y mi relación con el arte. De la misma manera en la que, hasta los 21, el arte era mi pasión, y luego, además de pasión, se convirtió en mi medio de vida, ahora estoy en otro punto bisagra. Estoy cuestionándome qué significa realmente el arte para mí.
Es como los peces que nadan, los perros que caminan o los pájaros que vuelan. Yo soy artista, punto. No hay más vueltas que darle, pero estoy en un proceso de introspección que encuentro muy interesante y positivo. Por ejemplo, haberme ido a Europa a los 25, cobrar en euros y recibir una carta del gobierno francés porque tengo aportes jubilatorios allá puede ser visto como llegar lejos artísticamente.
Sin embargo, ese logro no se compara con el nivel de profundidad al que estoy llegando ahora en este momento de mi vida. Creo que estoy alcanzando un lugar más profundo dentro de mí que lo lejos que llegué artísticamente antes. Esto tiene que ver con mi renacer como persona, un renacer que está directamente vinculado con mi renacer artístico.