Borges hace de su literatura un espacio lúdico de memoria e invención, un territorio donde el pasado y la cultura universal se entrelazan para dar forma a un mundo que desafía los límites de la identidad y el tiempo. Para él, lo fantástico no es simplemente una escapatoria; es una herramienta que multiplica el mundo real en infinidad de reflejos y posibilidades, una estrategia para mirar la realidad desde ángulos inéditos. Inspirado por las lecturas de su infancia y un cosmopolitismo crítico, perfecciona el arte de la apropiación, convirtiendo la vasta tradición literaria en materia prima que recrea desde su propio y único lenguaje. Así, construye un universo literario que dialoga no solo con la historia y la filosofía, sino también con la cultura popular y la identidad argentina, alcanzando con cada palabra el corazón de la literatura universal.

En su nuevo libro, La biblioteca infinita, Ricardo Forster define una mirada particular sobre esa obra tan fascinante como compleja, tan arraigada en los márgenes rioplatenses y en historias de arrabales como en el epicentro de la cultura global y en tramas universales.

La propuesta inusual que trae este nuevo libro, ya se anticipa en la dimensión estructural.

En el ensayo principal, “Borges o los esplendores de un amor (no) correspondido”, se realiza un extenso análisis, profundamente reflexivo, que alterna capítulos ensayísticos con fragmentos narrativos sobre un Borges en sus últimos días en Ginebra. Este montaje de materiales, en que las reflexiones sobre Borges se entreveran con escenas ficcionales, rinde homenaje al estilo laberíntico y paradójico del propio Borges, logrando que el lector experimente lo que Forster denomina una “empatía crítica”.

La historia narrada en los capítulos (en cursiva) que se intercalan, presenta una versión ficticia y especulativa sobre los últimos días de Borges en Ginebra, la ciudad que eligió como morada final. En este relato, Borges, ya anciano y aquejado por la ceguera y el deterioro físico, reflexiona sobre su vida, sus obsesiones literarias y sus exploraciones filosóficas. Se trata de una reconstrucción imaginaria, en la que Borges revive encuentros con autores, filósofos y personajes emblemáticos de su obra, como si estuviera en el umbral de ese “otro lado” del espejo, que aparece en sus textos. En estos pasajes, Forster retrata a un Borges en tránsito, entre lo real y lo onírico, entre la vida y la literatura, zonas que provocan un lazo entre recuerdo y la ensoñación y crean un universo en el que las palabras son último refugio ante la muerte segura.

La hipótesis que subyace a este primer y más largo capítulo gira en torno a la relación de Borges con sus propias raíces culturales y su espíritu cosmopolita. Forster se adentra en una paradoja que obedece al impacto definitivo del doble linaje en Borges, quien es un intelectual profundamente argentino, cuyo apego a Buenos Aires, en especial a su barrio de Palermo, nunca desaparece, y a la vez un cosmopolita que convierte la literatura y la memoria en una especie de salvación de su identidad. El escritor parecería desdoblarse entre su fascinación por la literatura universal y una nostalgia por lo propio. Por ello, Forster lo designa como un “cabalista porteño”, una expresión que sugiere que su herencia judía imaginada y su fascinación por la Kábala lo convierten en un puente entre múltiples tradiciones, de Oriente y Occidente.

Sobre la basa de una idea clara que dice que Borges logra transformar sus recuerdos personales en una materia literaria que oscila entre el mito y la historia, Forster explora el amor del cuentista por su vocación nostálgica, su apego al siglo XIX, un blanco de seducción irrefrenable que no implica una adhesión nacionalista, y su rechazo por la política contemporánea. La ciudad de Buenos Aires, de su presente, de su pasado, le da a Borges materia de relatos, lo provee de historias para contar y en ese sentido funciona más como un fértil terrero literario que como emblema de identidad.

La obra de Borges le permite a Forster entrelazar sus recuerdos y la memoria familiar con los libros que nutrieron su infancia y adolescencia en la biblioteca de su padre, conformando una identidad cultural que se expande en múltiples direcciones.

Al mismo tiempo, este estudio también examina el complejo posicionamiento ideológico de Borges, un autor que, por un lado, celebró la libertad y el cosmopolitismo, y, por otro, emitió opiniones políticas conservadoras y a veces problemáticas. En esta lectura, Forster interpreta que el verdadero genio de Borges radica en la capacidad de redimirse a sí mismo mediante el distanciamiento irónico, en la forma de esa ironía inteligente que se desliza en su escritura y le permite abordar temas universales sin caer en dogmatismos ni fórmulas consabidas. Así, el “amor (no) correspondido” al que alude Forster es la relación ambivalente de Borges con su propio país y su propio tiempo, un vínculo caracterizado por el desencanto y la fascinación en partes iguales.

En el segundo capítulo, "Walter Benjamin y Jorge Luis Borges: la ciudad como escritura y la pasión de la memoria", Forster encuentra una afinidad entre ambos autores en su relación con la memoria, la literatura y la mística judía. En un diálogo imaginario entre Borges y Walter Benjamin (cuyo pensamiento resuena profundamente en toda la obra de Forster) la ciudad se convierte en una extensión de la escritura: el escritor argentino hace de Buenos Aires un escenario donde pasado y presente se entrelazan, mientras que el filósofo alemán convierte a Berlín (particularmente en su libro Infancia en Berlín) en un laberinto de recuerdos, un archivo de la memoria y el olvido.

El análisis de este capítulo resulta iluminador para entender cómo Borges construye su narrativa desde un espacio de intersección entre la experiencia personal y la ciudad que lo rodea, lo que también abre un espacio para explorar la dimensión mística y crítica del pensamiento borgeano, la cual se conecta, de manera inesperada, con el pensamiento de Benjamin sobre la “memoria” y la “redención” frente al pasado, frente a la Historia.

El capítulo se extiende sobre la importancia de la “ciudad como escritura” en Borges, planteando que Buenos Aires no es solo un escenario pasivo, sino un lugar de significación activa que, como en la obra de Benjamin, se convierte en un espacio de reflexión y de construcción de una identidad cultural en constante cambio.

En el último capítulo, "Buenos Aires, la escritura y la huella: de Borges a Marechal", Forster explora el vínculo entre los dos autores que representan posiciones diferentes en la literatura argentina. En Borges, hay fervor por Buenos Aires. La capital se convierte en una especie de laberinto universal, un punto de acceso al infinito y hasta se miniaturiza en una manzana para su fundación. En Marechal, en cambio, la ciudad es un territorio de pertenencia, un espacio donde se inscribe la historia nacional. Con este contraste se ilustra cómo Borges rehúye de la identidad cerrada y localista y, al mismo tiempo, rechaza las interpretaciones simplistas que lo acusaban de desarraigo, argumentando que su obra era en realidad una forma de enraizarse en el mundo a través de una literatura que trasciende cualquier límite geográfico.

Después de leer La biblioteca infinita, podemos experimentar un efecto residual: habernos inmiscuido en ese espacio donde Borges y Forster parecen estar conversando una y otra vez. Como testigo y parte fundamental en la construcción de los sentidos, el lector también aprecia las apuestas elegidas para enfrentarse al escritor argentino en toda su profundidad, no como un mito estático, sino como un personaje en constante movimiento, a veces atrapado en su propio laberinto de ideas; otras, suspendido en su aleph de contradicciones; y siempre duplicando o bifurcando los sentidos de sus creaciones literarias.