La próxima cumbre del G20 en Río de Janeiro que arranca este lunes 18 de noviembre evidenciará las tensiones que podrían sobrevenir entre los objetivos del Sur Global y los representantes de la Alianza Atlántica, hoy en desventaja ante el reacomodamiento del poder que tendrá lugar en un par de meses en la Casa Blanca.

El reciente triunfo electoral de Donald Trump no sólo condicionará el núcleo de acuerdos a los que lleguen los representantes de los veinte gobiernos más influyentes del planeta. El rechazo al multilateralismo y, especialmente, a las cumbres y los mecanismos de concertación a nivel internacional impactarán de lleno en la dinámica de un foro de países que ha optado por preservar su unidad frente a guerras y conflictos internos e, incluso, ante el hostigamiento directo hacia algunos de sus miembros por parte de los gobiernos del mismo bloque.

La transición entre el mandatario demócrata Joe Biden y la futura presidencia republicana será el vector central de todo lo que se discuta y logre consensuarse en la cumbre. En el fondo, y aunque no se diga abiertamente, subsistirán las dudas sobre cuánto de lo que pueda acordarse hoy podrá ser refrendado por el próximo gobernante.

Para los países del Norte Global, el clima seguramente sea de incertidumbre frente a los cambios por venir. Si por una parte el Reino Unido, Alemania, Francia e Italia, estarán a la expectativa por la política que Trump pueda adoptar frente a Rusia y a Ucrania, por la otra, Corea del Sur, Japón y Australia mantendrán su inquietud respecto al enfrentamiento que Estados Unidos desenvuelva frente a China, en el estratégico territorio del Indo-Pacífico.

Pero más allá de las conjeturas e hipótesis sobre el diálogo que se entablaría desde Washington y hacia Beijing y Moscú, entre los defensores de una unipolaridad en decadencia y una multipolaridad en expansión, habrá algunas cuestiones que no se modificarán y que hasta podrían reafirmarse, siempre en el marco del cambio de conducción política de la principal potencia global.

En primer lugar, el asedio a Rusia seguirá siendo el principal factor cohesionador entre un gobierno demócrata en retirada, y las principales potencias europeas, las que, con el apoyo de Canadá, Japón y Corea del Sur, no han detenido en ningún momento los envíos de nuevo armamento a Ucrania, acelerando incluso la velocidad de las transferencias frente a la pronta llegada de Trump al poder.

Drones de origen estadounidense, cohetes AASM-250 Hammer procedentes de Francia e incluso, la amenaza de los misiles alemanes Taurus, constituyen parte del armamento que se contempla utilizar contra Rusia, cuyo presidente decidió no participar en la cumbre del G20 para no perturbar su realización frente a la orden de arresto que la Corte Penal Internacional emitió en su contra.

En segundo lugar, y luego de la cumbre de los BRICS que tuvo lugar hace un mes en Kazán, Rusia, probablemente se asista a un reforzamiento de los lazos entre aquellos países que forman parte del G20 pero que, además, integran el Sur Global.

En este sentido, la articulación que puedan lograr Brasil como presidente actual del G20, junto con la próxima conducción a cargo de Sudáfrica en 2025, podría resultar estratégica para demarcar posiciones y alianzas. Para ello, será determinante la conjunción de apoyos de Rusia, China, India y México, a los que podrían plegarse, por acuerdos puntuales, los de Turquía, Arabia e Indonesia.

De hecho, la iniciativa “Alianza Global Contra el Hambre y la Pobreza”, impulsada por Brasil, apunta a ser una bandera del Sur Global, más allá de que el cambio climático y un impuesto a los “ultrarricos” puedan generar resistencias en el llamado Primer Mundo.

En tercer lugar, todo indica que el ascenso económico de China también sería abordado en el foro, más aún frente a la lógica proteccionista de Trump y su política arancelaria, así como también se tratará la irresoluble crisis en Medio Oriente, en la que se encuentran implicados redituables intereses geopolíticos de la Alianza Atlántica.

Quien promete destacarse en las discusiones del foro será Javier Milei, el presidente argentino que pretende convertirse en una suerte de heraldo de los tiempos por venir, y asumirse como el principal representante de un trumpismo a nivel internacional que todavía busca ser creado.

A través de la “batalla cultural”, Milei buscará contrarrestar su soledad regional y, sobre todo, podría polemizar con Lula da Silva por una nueva conducción regional asumida desde la ultraderecha. Para ello, forjará algunas alianzas circunstanciales con la también ultraderechista Giorgia Meloni, la actual premier de Italia y, eventualmente, también con Emmanuel Macron, aunque el francés sostenga claras disidencias con la agenda ambiental del presidente argentino.

No sería extraño que el gobierno de Javier Milei se ocupe de cuestionar, dificultar y hasta impugnar algunas de las propuestas de resolución emanadas de la cumbre, como ocurrió un mes atrás cuando Argentina se convirtió en el único país del G20 que no apoyó una declaración de comisión sobre igualdad de género y empoderamiento de las mujeres, o como tuvo lugar pocos días atrás, cuando la delegación argentina se retiró de la cumbre climática COP29 en Azerbaiyán.

En medio de esta transición, y aprovechando los reacomodamientos que tendrán lugar en el norte, el Sur Global podría devenir un actor clave dentro del G20, aunque el fortalecimiento de una renovada línea ideológica de ultraderecha no augura que este cambio ocurra de manera pacífica.