La última colonia es un libro especial. Forma parte de una colección de Anagrama que publica sobre todo ficción (novelas o cuentos) y es una aventura judicial muy documentada y un libro académico con notas al pie, fotos y explicaciones, pero Sands narra como un novelista: maneja los tiempos, organiza las escenas con sentido del suspenso y arma una estructura muy pensada. Con esas herramientas, cuenta lo que pasó en la Corte de La Haya y en la ONU alrededor de la independencia de Mauricio y sobre todo del destino del archipiélago de Chagos, que cedió a Inglaterra por pedido de Estados Unidos para que ese país instalara una base militar en la isla Diego García. Para eso, el Reino Unido expulsó a todos los habitantes de esa parte de la colonia.

El resultado es un libro emocionante y emocionado, escrito por uno de los abogados internacionales de Mauricio: el inglés Philippe Sands (también periodista en grandes diarios), que había intervenido en juicios por derechos humanos (Pinochet en Chile o el genocidio en Ruanda). Sands cuenta el largo esfuerzo que se hizo para conseguir que Chagos volviera a Mauricio y, sobre todo, que sus habitantes expulsados pudieran regresar a sus lugares de origen.

El núcleo del relato es el momento en que una chagosiana, Liseby Elysé, se presenta en la Corte de La Haya y cuenta las consecuencias que tuvo en su vida la decisión del Reino Unido de “vaciar” las islas, incluyendo Peros Banhos, que era su hogar. La escena en la que Liseby relata ante la Corte Internacional la expulsión de los chagosianos, abre el libro en el “Prólogo” y vuelve a relatarse muchas veces. Así, van quedando en claro las enormes consecuencias que tienen las decisiones de los países colonialistas para la vida de las personas comunes. Liseby se para con sencillez y valentía frente a los jueces de La Haya y repite su dolor: “no dejo de pensar que tengo que volver a mi isla”. Además del texto, esa escena se repite en las ilustraciones grotescas y fabulosas de Martín Rowson, que recuerdan a los dibujos de los dos libros de Lewis Carroll sobre Alicia, y que se explican figura por figura al final. Esos dibujos representan claramente la diferencia de poder entre Liseby y los jueces internacionales que la escuchan y también el peso de los intereses económicos de las grandes potencias en lo que sucede.

En La última colonia, hay un impulso didáctico, lo cual está muy bien. Sands quiere que se conozca en todos sus detalles esta historia sobre el colonialismo y la resistencia frente al comportamiento de países como Inglaterra y Estados Unidos; quiere provocar en los lectores una reacción semejante a la de Liseby cuando le pregunta al abogado: “¿dónde está la justicia?” Ese deseo es la razón de las notas al pie y las cuidadosas explicaciones de Sands sobre los procedimientos y formas de la Corte, los preparativos para cada “vista”, la selección de testigos, la redacción de los escritos y más. Este no es un libro para abogados: Sands quiere que los legos entiendan perfectamente las trampas y las luces del proceso.

La extrañeza de la propuesta de Sands hace que surjan ciertos parecidos entre La última colonia y las historias del género “fantasía”. El autor cuenta la historia de un lugar profundamente exótico para todo Occidente y, por eso, la edición ofrece mapas muy detallados de Chagos, como sucede en los libros sobre mundos inventados donde los mapas son indispensables. Como muchas veces en esos libros, la mirada es global. Sands no habla solamente de Chagos, Mauricio, Inglaterra y Estados Unidos sino de todos los países de la Onu, incluyendo a la Argentina y el caso de las islas Malvinas. Cada paso legal, dice Sands, tiene consecuencias impensadas en el futuro del mundo en general.

Como en las historias de magia, aquí el peso de las palabras es enorme, muy cercano al de un hechizo. Sands lo dice varias veces: por ejemplo, cuando el Reino Unido declara que, en Chagos, “prácticamente no hay habitantes”, fundamenta en esa invención de un “desierto” el borramiento (y la expulsión) de quienes nacieron en las islas. Esa falsedad permite a Inglaterra “cerrar” las islas y llevarse lejos a los que viven ahí, exigiéndoles que lo dejen todo (el abandono de los perros de familia está contado como un desgarrador cuento de espanto y pérdida); y permite a Francia, hacer ensayos nucleares en islas que, en realidad, están habitadas.

Todos los expulsados de Chagos, Liseby incluida, quieren volver, “morir donde están enterrados los abuelos”. La relación que tienen con Chagos es profunda. Los chagosianos no son nómades, como afirma el Reino Unido: tienen raíces en las islas. Ese es un tema permanente en el libro. Cuando Sands llega con otros al archipiélago en una de las “visitas” judiciales a Peros Banhos, encuentra pruebas de la falsedad de esa definición inglesa: los apellidos de los “expulsados” en lápidas de más de cien años. Pero esa resistencia lleva años (en el libro, el tiempo va de 1945 a 2022).

Con esa longitud, la historia necesita estructura y la tiene. Uno de los recursos que Sands utiliza es la “anticipación”, por ejemplo cuando afirma que los defensores de los chagosianos o el Tribunal no “previeron que esa sentencia permitiría” o “no se dieron cuenta de que, esa decisión significaría”. Esa mirada al futuro ayuda al suspenso y demuestra que las cosas no son fáciles de predecir en la Justicia y la cantidad de tejes y manejes, increíble. Por ejemplo, el uso de ideas positivas como excusa para lograr objetivos mucho menos defendibles: la defensa del medio ambiente permite a las potencias declarar una zona Parque Natural, lo cual hace imposible la vuelta de los habitantes originales. O el inconcebible nivel de presiones que aplican los países antes de una votación en la ONU. Sands cuenta todo esto y después, cita a Liseby, de pie, antes de entrar al tribunal de La Haya, cuando pregunta: “¿Por qué tardamos tanto en llegar?”, porque “tanto” implica décadas de ausencia.

El libro es la respuesta que da un abogado hábil y lleno de empatía a esa pregunta desesperada. Como dice la última cita de Aimé Césaire: “Una civilización que juega con sus principios es una civilización moribunda”.