El diario británico The Guardian, el español La Vanguardia y el sueco Dagens Nyheter se fueron de X por su “falta de transparencia”, por ser una “plataforma tóxica”, por promover contenidos que se oponen a los derechos humanos e incluir teorías conspirativas y racismo. Pero esta salida, que se tradujo en millones de usuarios menos para la red que pertenece a Elon Musk, es parte de un conflicto mayor. La disputa del magnate sudafricano con los medios tradicionales no es nueva ni mucho menos. Ahora bien, ¿podría desencadenarse un efecto dominó? ¿Es posible un periodismo en otros lugares, prescindiendo de “existir” en las redes más influyentes?
Apenas Donald Trump se impuso en las elecciones de EE.UU., Musk publicó: “You are the media now” –“Tu eres el medio ahora”– como una manera de referir a una suerte de “democracia directa” en la que los ciudadanos participan sin aparente intermediación. También, la frase se propone dejar en claro que las decisiones políticas más significativas se toman a partir del consumo informativo en las nuevas plataformas y no por el contenido que en el pasado se leía en diarios. El dueño de Tesla y Starlink, que utilizó su maquinaria publicitaria y su propia red social para contribuir al triunfo de Trump, fue anunciado como el próximo codirector de un Departamento de “Eficiencia gubernamental”. Un fenómeno está a la vista: las redes desempeñaron un protagonismo indudable en campañas como la de Javier Milei o el propio Trump en 2016. El protagonismo qye tuvo la compañía británica Cambridge Analythica en decisiones fundamentales de la ciudadanía en la vida política mundial, sirve de ejemplo.
Agustín Espada, investigador del Conicet en el Centro de Industrias Culturales y Espacio Público de la Universidad Nacional de Quilmes, señala a Página/12: “La decisión de The Guardian y otros medios habla, precisamente, de los niveles de toxicidad por un lado y, por otro, del poco valor que tiene el trabajo de los medios profesionales en estas redes”. Y continúa: “Esto viene de la mano con la guerra que tiene Elon Musk, como referente de la nueva derecha mundial, contra los medios tradicionales. Me parece una respuesta lógica por parte de The Guardian de no querer ofrecer sus contenidos en espacios donde se los tergiversa, bastardea e incluso, donde la búsqueda de revelar la verdad sobre los hechos no se valora”.
“Si hay algo bueno de que la gente se vaya de X es que mostrará el impacto que tiene una acción cuando se coordina desde abajo”, advierte Cecilia Rikap, profesora asociada de Economía y jefa de Investigación en el Instituto de Innovación y Propósito Público de la University College London. Luego, la especialista ofrece su diagnóstico y refiere a la presencia creciente de robots en X. “El objetivo de las redes sociales es vender y la manera de vender es que los usuarios estén cada vez más tiempo con el celular. Para lograr eso, los mensajes que van a prevalecer son los que llamen la atención, algo que puede hacerse para bien o para mal”.
Esa es una puerta, desde el punto de vista de esta investigadora, a los discursos de odio. “En todas las plataformas, los algoritmos se diseñan de la misma manera, promoviendo el contenido que genera más clics, más reacciones y que engancha más. En un contexto en el cual la extrema derecha pasa a tener más espacio, crece el interés en entender de qué se trata ese espacio político. Así es cómo se terminan promoviendo esas ideas”, sostiene.
¿Efecto cascada?
Luego de la decisión de The Guardian, casi como un efecto dominó, se conoció una salida similar de la red X por parte del diario español La Vanguardia. En un comunicado oficial, mencionaron que X es una plataforma "en la que encuentran una caja de resonancia las teorías de la conspiración y la desinformación". Y señalaron a Musk como el responsable. "X se ha llenado desde la llegada de Elon Musk (en 2022) de contenido tóxico y desorientador de una forma cada vez más abrumadora". Asimismo, el texto destaca que los “periodistas de este medio serán libres de seguir usando esta plataforma dentro de las normas de contención y respeto de los derechos humanos y de la libertad de expresión que reclama que se mantengan en todos los ámbitos".
Para los que piensan que no estar en redes sociales equivale a desaparecer, estos medios emblemáticos europeos se animan a dejar de compartir sus contenidos a través de X, aún a expensas de ser menos leídos. Sin embargo, no solo es cosa de los diarios el combate de la desinformación. Como cita La Vanguardia, también la National Public Radio y la TV Pública PBS (ambos de EEUU), el Festival de Cine de Berlín y el cuerpo de policía del Norte de Gales, entre otros espacios, dejaron la exTwitter.
Espada hace un ejercicio prospectivo y ensaya una hipótesis sobre si este fenómeno podría extenderse más allá de estos ejemplos. “Pienso que el efecto The Guardian tendrá consecuencias si ellos no son los únicos en irse. Lo veo complejo, pero al mismo tiempo no me parece utópico que otros medios abandonen la red social en efecto cascada. Sobre todo, por lo obsceno, por lo público y por lo evidente que es la manipulación que realiza Musk. La red X dejó de ser un espacio de intermediación para convertirse en un editor de noticias y de la opinión pública”.
Incluso, un equipo de la Bundesliga alemana de fútbol, el St Pauli, decidió el mismo camino tras argumentar que la red “amplifica el odio y la desinformación”. En este caso, también apuntan al magnate sudafricano. "Desde que Musk se hizo cargo de Twitter, como se conocía antes a la plataforma, ha convertido a X en una máquina de odio. El racismo y las teorías de la conspiración se difunden sin trabas o incluso son comisariadas. Los insultos y las amenazas apenas se sancionan y se venden como supuesta libertad de expresión", critica el club en un comunicado. Y completa: "Cabe suponer que X también promoverá contenidos autoritarios, inhumanos y de extrema derecha en la campaña de las elecciones al Bundestag y manipulará así el discurso público".
Rikap vaticina: “Seguramente comenzará a haber otros medios de comunicación que comiencen a publicar en otras redes sociales. Lo que veo más probable es el que el flujo de información comience a pasar por otras redes, como Bluesky”. De hecho, en un solo día este medio estadounidense que cita Rikap anunció haber captado un millón de nuevos usuarios. Sin embargo, no es tan sencillo para los medios irse de X, porque sigue siendo un escenario muy atractivo “para captar clics y monetización indirecta”. Y remata: “No hay que olvidar que los medios son empresas privadas”.
El gran editor y la democracia
Las prácticas de desinformación y odio generan un serio obstáculo al ejercicio democrático, y al cumplimiento de un derecho tan básico como el acceso a la información. Lo que despista, en parte, es la deslocalización del poder, es decir, no saber quiénes y en qué contexto diseñan los algoritmos que luego inundan las redes con información falsa, maliciosa y violenta.
Rikap lo sintetiza con una pregunta: “¿Quién edita la información que se consume en las redes?” Y luego suma un nuevo interrogante: “¿Preferís que sea un algoritmo o preferimos que sean personas?”. “En los medios tradicionales también se sigue la línea editorial de quienes ponen la plata. Pero hay una diferencia, si yo leo un diario argentino sé cuál será su posición con respecto a temas particulares. Sé desde dónde hablan. Sin embargo, cuando voy a una plataforma, no sé quién puede responder por el contenido. No puedo hacer un juicio de manera crítica”, sostiene la especialista.
“Sería saludable para la democracia generar otros ámbitos menos contaminados por la ideología de un empresario, para debatir e informarnos”, agrega Espada. Más aún, si se tiene en cuenta que X tiene una injerencia particular: es una red en la que suelen informarse quienes informan a la sociedad.
En la práctica, las redes bloquean ciertos contenidos y promueven otros. No es cuestión de analizar el fenómeno y distinguir entre buenos y malos, sino de comprender cómo se produce y circula el flujo de información. Desde aquí, el desafío será hacer frente al poder que adquieren estas plataformas a partir de una alternativa pública que proponga una circulación de los contenidos distinta, a partir del establecimiento, por ejemplo, de mecanismos democráticos de gobernanza y decisión de la línea editorial.
El intelectual canadiense Nick Srnicek, de manera reciente distinguido por la UBA como profesor honorario, hace un esfuerzo por revelar la estructura que otorga sentido a fenómenos como el de las redes sociales. En su libro “Capitalismo de plataformas”, explica cómo el capitalismo actual se sostiene en base a la extracción y el uso de un tipo particular de materia prima: los datos. En este marco, emerge un nuevo modelo de negocio: la plataforma, una manera eficiente de monopolizar, extraer, analizar y utilizar datos. Google, Facebook, Uber y Amazon, desde su concepción, son infraestructuras digitales que permiten la interacción entre usuarios, es decir, clientes, anunciantes, proveedores, productores. Son plataformas que dependen de “efectos de red”: mientras más numerosos los usuarios, más valiosa se vuelve la plataforma, con lo que experimentan una tendencia natural al monopolio.
La lupa de la ciencia
Esta semana, un equipo de investigadores de la Universidad de Londres y el Instituto Alan Turing publicó un artículo en Nature Communications que parece revalidar con evidencia científica la decisión de los diarios La Vanguardia y The Guardian. Se lee lo siguiente: "El abuso político es un rasgo clave de la comunicación política en la plataforma X y, tanto si se es de izquierdas como de derechas, es igual de común ver a usuarios políticamente comprometidos abusando de sus oponentes políticos en un grado similar y con poco espacio para los moderados", destaca el trabajo.
En él, se incluyen datos de 2022 rescatados de nueve países. El aporte indica cómo aquellos usuarios que se “desvían de las normas de su partido”, rápidamente son encasillados como “enemigos políticos”. Emplearon para el análisis 375 millones de tuits durante un período de 24 horas, y lo vincularon con una muestra de 1.800 políticos que tienen una cuenta X activa. Observaron, de este modo, qué usuarios retuiteaban a qué políticos, y estimaron su inclinación política. Asimismo, midieron la “toxicidad” del contenido para indicar el abuso en la red.
“El estudio descubrió que los mensajes que mencionaban a adversarios políticos eran sistemáticamente más tóxicos que los que mencionaban a aliados”. Dicha estructura de “enemigo-aliado” adquiere carácter global y se replica, al menos, en EE.UU., Alemania, Canadá, España, Francia, Italia, Polonia, el Reino Unido y Turquía.
En Argentina, quienes trabajan con estas categorías son Natalia Aruguete y Ernesto Calvo. En su último libro “Nosotros contra ellos” (Siglo XXI), señalan que el objetivo, en todos los casos, es crear plataformas “más adictivas” para que los usuarios destinen cada vez más tiempo. En esta línea, observan que “la era de la polarización también es la era de la desinformación”.
Un odio sin límites
El problema principal es que en X ya no parece haber límites para la propagación del odio. El investigador del Conicet, Martín Becerra, cita en un sugerente artículo: “Desde que Musk, el multimillonario más rico del mundo, compró Twitter en 2022, echó a los cuadros técnicos encargados del área que las empresas tecnológicas denominan “moderación” de contenidos, quienes se ocupaban de evitar o atenuar, no siempre con éxito, la circulación de mensajes ilegales como violencia y acoso, discursos de odio, desinformación que pone en riesgo la vida de terceros. Consecuencia directa de esa decisión, Twitter fue transformándose en un parque de diversiones de posiciones extremistas y sometida a los vaivenes y caprichos de su poseedor”.
La violencia, dice el historiador best seller Yuval Harari “no tiene freno”. Precisamente, no lo tiene porque nadie lo puede encontrar. Y las redes, como se advierte, constituyen el escenario ideal para la propagación de mensajes violentos. Quizás la decisión que primero tomaron The Guardian y La Vanguardia sea parte de la solución. O bien, tal vez, no alcance para comenzar a combatir a la plataforma que se alimenta y vive a expensas de los mensajes de odio.
¿Será demasiado volver a soñar con un mundo pre-redes sociales? Aunque a esta altura imposible, al menos como ejercicio mental podría ser saludable.