Una visión no tan ligera de la escena política indica que el Gobierno está pegándole un baile a cuanto se le opone. Cumplirá un año de mandato con salud vigorosa, contra todos los pronósticos que le daban escasos meses de vida. ¿La tendencia es hacia que eso se confirme?
La pregunta obvia es en qué momento de cuál partido, con cuántos goles de diferencia, y con cuáles probabilidades de recuperación frente al rival envalentonado, está dándose esa milonga de que gozan los Milei.
Ya nos interrogamos aquí, hace unas semanas, si acaso los hermanos y sus mandantes no estaban viviendo su mejor momento. Y algo más atrás, no mucho, nos permitimos advertir -como otros colegas y analistas- que podría haber un deja vu de los años menemistas inmediata y prolongadamente posteriores a la convertibilidad.
El docente e investigador Martín Burgos lo resumió sin vueltas en el Cash de este domingo. Puede derivarse en un régimen de acumulación similar al de principios de los ’90, con crecimiento y desempleo. Y ese ciclo puede ser corto o largo, dependiendo de las divisas que se consigan.
Lo que se juntó esta semana es para dejar groggy… no diríamos que a cualquiera, pero le pasa cerca. Mejor reconocerlo, en lugar de seguir insistiendo con la reacción instintiva de que objetivamente “ya pasará”, cual si se tratara de consolarse mediante el rumbo de quebranto o explosión que tienen estos modelos en un plazo imposible de pronosticar.
Si habláramos de otro país latinoamericano, en efecto podría especularse el asentamiento de un esquema de exclusión social, con estabilidad económico-financiera, a salvo de toda crisis política. Una “peruanización”, si se pretende identificarlo a través de un extremo.
En Argentina es más difícil calcular eso, por aquello de las reservas confrontativas que anidan desde el surgimiento del peronismo e inclusive antes.
Por lo pronto, el proyecto de la oligarquía corporativa avanza sin enormes dificultades. Cuanto más se extienda, mayor será la consolidación de los desequilibrios de clase. Ergo, será más intensa todavía la reconstrucción de lo relativamente bien que estábamos cuando estábamos mal. Tampoco es asunto de edificar un pasado de ensueño.
A nuestro juicio, en lo nodal hay diferencias sustantivas con las condiciones materiales del menemato.
Para empezar, las joyas de la abuela son hoy los recursos naturales y no una aplanadora de privatizaciones que allega divisas para sostener fantasías primermundistas. Rematar empresas estatales, a fin de contar con dinero fresco, no es lo mismo que esperar inversiones de largo aliento en áreas estratégicas, como la energética y la minera, que no ocupan mano de obra intensiva.
Argentina, además, tiene dos ahorcamientos fundamentales.
Uno, estructural, es el carácter dependiente de su economía. No produce los dólares que requiere su sostén productivo, en términos de la visión colonial que ata a “la macro” toda posibilidad de despegue o mejoría popular
El segundo es el monstruoso endeudamiento legado por el macrismo, que ahora co-gobierna con el síndrome de Estocolmo. Nuclea compromisos privados y estatales, que se precipitarán a partir del año próximo y, en forma creciente, desde 2026 (a propósito, hay un preciso documento del Foro Economía y Trabajo, apoyado por organizaciones gremiales, sociales y pymes, muy bien reflejado en la nota de Raúl Dellatorre, en Página/12, el martes pasado. Explica y propone, con claridad técnica a más de “política”, lo nocivo e innecesario que sería acordar un nuevo programa con el FMI).
La película de las cuatro M debería ser terminal sobre las enseñanzas dejadas por el reiteradísimo diario del lunes. Pero está visto que el loop no alcanza ni por asomo, así se esparciera la proyección de Plata Dulce por todos los medios y plataformas sin solución de continuidad. La memoria política es cosa de otros tiempos infelizmente superados. Replegarse en el individualismo está teniendo una potencia descomunal.
De igual modo, se comprueba que continuar con la retahíla del papel de los medios hegemónicos, y de los jueces de Comodoro Pro, y de los que al cabo nunca pierden aunque, sí, tengan retrocesos, es tan necesario como inocuo.
Resulta, entonces y volviendo a lo que se acumuló en estos días, que las estimaciones de mediano y largo plazo no parecen interesar centralmente a “nadie”. No hay película. Sólo foto.
Todos los índices propagandizados, acerca de que el ajuste y la motosierra surtieron efecto, andan en éxtasis.
Incluye la baja de la inflación, por más que ni llegue a los números del gobierno anterior. Que sea a costa de una recesión galopante. Y que Marco Lavagna, titular del Indec, ya haya entrado en conflicto porque el Gobierno no acepta que debe modificarse la forma en que se miden los precios.
El propio “campo” está de pica por el retraso cambiario. No mucho, o disimulado, porque productores de los grandes y exportadores agropecuarios también hacen su agosto con el carry trade.
Que en algún momento de no se sabe cuándo vaya a cortarse la Cadena de la Felicidad financiera es como la relación con la muerte. Sucederá alguna vez que mientras tanto no inquieta, con la diferencia de que en esto estamos hablando del renovado deceso, digamos, de un país.
No calienta. El país es el del riego ídem que sigue bajando, el viaje bizarro para mostrase cipayamente con las palmaditas retóricas de Trump y las reactivaciones de algunos consumos que, esas sí, son igualitas a las del pasajerismo de El Carlo’.
A poco de nacida la convertibilidad y hasta bastante o mucho después, empezaron a amontonarse las denuncias de corrupción, la mayoría automática de la Corte, los “gates” de todo tipo.
En esta instancia, el símil con los ’90 ni siquiera requiere de retaguardias oficiales. Todo lo contrario. Muestran estar en asalto desvergonzado. No necesitan de un Corach, por ejemplo, que devuelve los ataques en faz defensiva. No.
Tienen un Adorno que se la banca casi todos los días, hay que reconocérselo, pero fijando la seguridad de una agenda sin contrincantes considerables. Esta gente no se para de contraataque. Anuncian, ejecutan y chau.
Vean, decíamos, lo de esta semana. En orden aleatorio.
La sesión parlamentaria para recortar los DNU se cayó porque compraron las voluntades de gobernadores y diputados peronistas con peluca. Fue público, para cualquiera con inquietudes informativas. Unos miles de millones asegurados a algunas provincias en la noche previa, como para pisar el Presupuesto con destino a unas obras públicas que iban a recortarse. Motosierra ma non troppo.
A Cristina le confirmaron la condena en un fallo que no fue capaz de presentar una sola prueba, hasta el punto de que el ChatGPT, como Tuny Kollmann escribió en este diario, mostró las inconsistencias del dictamen.
De paso, le sacaron jubilación y pensión como si nada o, peor, como si la ilegitimidad política o moral de esos ingresos pudiera estar por encima de lo que dice la ley. Es decir, como lo que dijo el mismísimo Jamoncito, quien se reveló jurídicamente impotente ante los derechos adquiridos, en entrevista con uno de sus coreutas.
No se vayan.
En la misma semana, y en el marco de las Naciones Unidas, Argentina votó en contra de los derechos de los pueblos originarios. Primera votación desde que Gerardo Werthein es canciller, tras la patada olímpica a Diana Mondino por adherir a levantar el embargo a Cuba, en uno de los papelones internacionales más estentóreos que se recuerden.
Argentina se retiró de la Cumbre Climática en Azerbaiyán. Solitos, nosotros, excepción hecha de la ministra francesa de Medio Ambiente, Agnés Pannier-Runacher, quien no viajó pero porque el presidente azerí acusó a París de crímenes coloniales.
Faltaba el postre y no era cuestión de privarse.
Solitos de nuevo, votamos en contra de la resolución que llama a “intensificar los esfuerzos para prevenir y eliminar todas las formas de violencia contra mujeres y niños”. 170 votos a favor, incluyendo Estados Unidos e Israel; 13 abstenciones y el nuestro oponiéndose. En diálogo radiofónico, el Jefe de Gabinete, Guillermo Francos, fue interpelado en torno a este bochorno y, simplemente, cortó la comunicación.
Una fuente del ámbito de las relaciones externas le dijo a quien suscribe, intrigado por el verdadero sustrato de estos ejemplares, que sencillamente son ignorantes con poder.
Agregó que no hay nada más peligroso que eso y, desde ya, estamos de acuerdo.
Ignorantes con poder es una buena fórmula para definir el estadio de quienes gobiernan. Puede trazarse la salvedad de que, en rigor, no ignoran nada, sino que ejecutan ¿a la perfección? sus intereses. Vale.
Mientras se resuelve o no esa incógnita, el interrogante pasa por la ignorancia, o indiferencia, o desmemoria, o impotencia de los demás.
Hacerse esa dolorosa pregunta, con insistencia y asumiendo errores propios, podría ser una buena forma de recomenzar.